Dominio público

Sociedades cabreadas. Engaños del capital

Andrés Piqueras

Professor Titular de la Universitat Jaume I de Castelló. Investigador de l'Observatorio Internacional de la Crisis

Las sociedades están cabreadas. Y lo están porque el capitalismo en decadencia que padecemos las lleva golpeando despiadadamente por más de tres décadas. La crisis  multidimensional que atravesamos es económica, laboral, social, política, ecológica, climática... es decir, civilizacional, y está profundamente conectada a la crisis del valor, la mercancía, el trabajo asalariado y el dinero, y por tanto, a la descomposición del capital.

Las sociedades pueden no saber muy bien las causas de lo que está pasando, pero perciben que el mundo que tenían por seguro y cierto se desmorona bajo sus pies, y saben, porque lo sufren, que sus condiciones de vida se deterioran a pasos agigantados. Y esto lo expresan con una rabia que va desbordando cauces. La creciente inseguridad se convierte en abatimiento (y si no que le digan a las consultas psiquiátricas y psicológicas), pero también en cabreo.

Ese cabreo se ha manifestado en diferentes formas de "protesta" y "demanda". Entre ellas las siguientes:

  1. Una añoranza por el capitalismo "amable" que fue propio de las "décadas doradas" del capital (fase keynesiana) en Europa y algunos otros pocos lugares del mundo. Esta nostalgia está representada por las izquierdas que se integraron al sistema en esa fase haciéndose parte consustancial del mismo, como izquierdas del sistema (las diferentes expresiones de la socialdemocracia y también de los antiguos partidos comunistas devenidos eurocomunistas y sus derivaciones históricas, que junto a las centrales sindicales mayoritarias devinieron aparatos del Estado). Esas izquierdas integradas o sus nuevas versiones, lo que proponen en sus programas es una suerte de recuperación blanda o vuelta parcial a ese capitalismo. Como si eso fuera posible.
  2. Un reclamo de protección al Estado, que se traduce a la postre por un blindaje de sus atribuciones redistributivas para el nosotros, "los nacionales". Buena parte de las clases trabajadoras golpeadas (a las que alguien les dijo algún día que eran "clases medias") están detrás de esa demanda. Las distintas expresiones de la derecha del capital encuentran aquí un caladero de votos inacabable.
  3. Una deriva hacia formas autoritarias o despóticas de control del caos, como manera de encontrar cierta seguridad frente al desvalimiento y la precariedad. Terreno en el que la extrema derecha del capital se siente mejor que cochino en el fango. De ahí su actual emergencia, mayor cuanto más hacen volverse a los empobrecidos contra los más vulnerables todavía (inmigrantes, desahuciados, mujeres "desempoderadas", marginales...).
  4. Una desafección de las burguesías locales que se ven perjudicadas por el capital especulativo global, y que por tanto van dejando de encontrar acomodo en el Estado y buscan sus propios espacios de mantenimiento del beneficio (Escocia, Flandes, Cataluña, ¿pronto California?...).

Pero ninguna de estas opciones tiene nada que aportar al "bienestar" de las poblaciones porque, para empezar, en el capitalismo no existe autonomía de la política frente a la economía. La instancia política del capital no puede sino velar por la acumulación de éste y el consiguiente buen desarrollo de la ley del valor.

Por eso, la caída del valor y del beneficio capitalista no tiene más remedio que expresarse en un estrechamiento de los márgenes de gestión y administración social que realiza el Estado (en cuanto que "capitalista colectivo"). De ahí que tenga que sustraer cada vez más sus decisiones estratégicas a cualquier intervención democrática. Como quiera que las luchas de clase históricas consiguieron cierto grado de democratización en el ámbito estatal (cuando era el Estado la principal entidad reguladora de la acumulación del capital), resulta vital para las clases dominantes que las decisiones clave se tomen ya fuera de ese ámbito.

Hoy todo lo importante en términos decisorios de nuestras vidas se encuentra fuera de la escala estatal y fuera de cualquier control social. Desde la política económica y monetaria, hasta los bancos centrales y la política exterior están protegidos contra cualquier tipo de decisión democrática. Por supuesto los ejércitos, las finanzas, las inversiones de las cadenas globales del valor, las transnacionales... Todo ello está integrado en estructuras globales fuera del campo democrático. Nuestros flamantes ministerios no son sino cuerpos sin alma ejecutores de directrices dadas en la UE, en el G20, el Foro de Davos, el FMI, el Banco Mundial o la Organización Mundial de Comercio, entre otras.

Esas políticas impuestas están destinadas cada vez más a rescatar artificialmente y a costa de las sociedades el beneficio del gran capital global, en gran medida financiarizado. Algo que no se puede contrarrestar pidiendo al Estado una protección que no puede dar (ni ya está para eso); tampoco consiguiendo un nuevo país "independiente", reproductor de lo mismo, por las burguesías locales; ni por supuesto intentando volver atrás en la historia, como pretende la izquierda del capital. Con el despotismo ciego de la extrema derecha, por su parte, lo único que se garantiza es la destrucción social con consentimiento de las masas, más y más programadas para votar por sus verdugos, para aplaudir el fin de la democracia liberal.

Para 2019 la situación se tensará todavía más en Europa. A partir de este mes el Banco Central Europeo dejará de emitir "dinero mágico", sacado de la nada, para aparentar que la economía sigue funcionando más o menos normalmente. Con ello son de prever en el futuro cercano nuevas subidas de las deudas soberanas e inestabilidades económicas de diversos tipos (desde los mercados bursátiles a los hipotecarios) que servirán de excusa auto-recurrente para apretar el acelerador de los ajustes sociales y la destrucción de las condiciones de vida de las sociedades, mientras la propia UE se descompone y, en lo global, el dólar se asoma al abismo.

En el Reino de España la caída del gobierno actual es probable en unos cuantos meses. La convocatoria de elecciones nos llevará a la irrupción de la extrema derecha. Esto significará en lo inmediato una (aún más) brutal ofensiva de represión en Cataluña, porque allí está la sociedad más movilizada que hay ahora mismo en Europa, y por tanto la única con alguna posibilidad de superar un independentismo burgués reproductor de lo mismo. También significará un nuevo rejonazo en las espaldas ya desangradas de la sociedad española en general. Igualmente, claro, la definitiva salvajización del mercado laboral.

Mientras que las derechas del capital se van corriendo al extremo, para allí mostrar apariencia "antisistémica" con el fin de encauzar el cabreo de las masas, y las izquierdas clásicas se auto-aniquilan, las izquierdas renovadas del capital miran con cara bobalicona a lo que pasa, intentando dar alguna respuesta reformista que les permita seguir enganchadas a cargos públicos (aunque para ello tengan que renegar de Venezuela o de haber aparentado en algún momento ser ellas también antisistema). Unas y otras de esas izquierdas nos siguen proponiendo que la crisis civilizacional capitalista se resuelve con alguna dosis de política fiscal, gestión "progre" del gasto público o control de la galopante corrupción.

Pero ni las dinámicas degenerativas del capital ni las reacciones de cabreo de las sociedades están ya para esas medias tintas inviables. El brexit, los chalecos amarillos, las coaliciones a la italiana entre la extrema derecha y la izquierda del capital, los Casado-Rivera-Abascal, los Orbán, Bolsonaro, Trump, Duque, Duterte, Le Pen... son algunos de los resultados de las reacciones cabreadas a todo esto, y nos indican que la construcción de una izquierda integral, altersistémica y capaz de dar la batalla democrática también en el plano transnacional, se hace cada vez más imprescindible en el juego de todo o nada que nos propone hoy el capital terminal. Aquí su primera gran prueba podrá ser muy pronto Cataluña.

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