Dominio público

¿Podemos votar ya?

Ana Pardo de Vera

Los reyes eméritos Juan Carlos y Sofía, con el rey Felipe VI, la reina Letizia, la princesa Leonor y la infanta Sofía, saludan en el exterior del Congreso de los Diputados, en la conmemoración del 40º aniversario de la Constitución. AFP/Curto de la Torre
Los reyes eméritos Juan Carlos y Sofía, con el rey Felipe VI, la reina Letizia, la princesa Leonor y la infanta Sofía, saludan en el exterior del Congreso de los Diputados, en la conmemoración del 40º aniversario de la Constitución. AFP/Curto de la Torre

No se trata de aprovechar un "momento de debilidad" de la Corona (otro) para lanzársele al cuello, aunque cuanto más se destape su pasado, mayores sean las ganas de invadir Palacio y plantar la bandera tricolor en sus aposentos.

"Se equivocaron quienes creyeron que el reinado de Felipe VI iba a asentarse sobre una base carcomida en una sociedad cada vez más escéptica con sus instituciones"

Se trata de asentar las bases para un debate constituyente sobre la forma del Estado que en la sociedad española viene dándose ya, por lo menos, desde que el emérito emprendió el regreso de Botsuana tras la caída que sufrió en una cacería de lujo y en compañía de Corinna zu Sayn-Wittgenstein, su amante número X. Un bochorno internacional que solo podía verse superado con la patética retransmisión de la petición de perdón de Juan Carlos I a los españoles. Patética, digo, no solo por la imagen que se transmitió al mundo de un gamberro entrado en años que había sido pillado mientras robaba unas cervezas, sino porque resultaba imposible ver algo de sinceridad en semejante numerito de marketing cutre.

Lo que sí se adivinó claramente en aquella munición para cómicos fue el terror institucional provocado por el entonces jefe de Estado, que acababa de abrir una nueva etapa en la democracia española que le llevaría a abdicar en su hijo contra su voluntad meses más tarde.

Pero se equivocaron quienes creyeron que el reinado de Felipe VI iba a asentarse cómodamente sobre una base carcomida en una sociedad cada vez más escéptica con sus instituciones; particularmente, con la corrupción de sus instituciones.

"¿Ha intentado Felipe VI intervenir para sanear la institución o ha preferido callar para heredar ese dinero, como hizo su padre de Don Juan con una fortuna cuyo origen también se desconoce?"

No hay, de momento, razones para sospechar de la honradez de Felipe de Borbón ni de su mujer e hijas, si bien su vieja amistad (o ex) con Javier López-Madrid (presunto amigo de Villarejo, presunto corrupto, presunto acosador... y compiyogui de la reina) ya colocó su honestidad en una posición delicada hace tiempo. Una debilidad que remató enseñando la patita política contra el independentismo catalán (votado mayoritariamente) el 3 de octubre de 2017. Eso, por no dar rienda suelta aquí a la ingente cantidad de preguntas que surgen al conocer las últimas informaciones sobre los supuestos negocios del emérito y sus generosos regalos a sus amantes: ¿Qué sabe Felipe VI de la fortuna de su padre? ¿Cuánto ha cambiado su vida y la de toda si familia si existe esa fortuna (1.800 millones de euros, según The New York Times) de la que se lleva tanto tiempo hablando? ¿Ha intentado intervenir para sanear la institución o ha preferido callar para heredar ese dinero algún día como hizo su padre de Don Juan, según el testamento revelado por El Mundo con una fortuna cuyo origen también se desconoce?

Tantas preguntas cuya única respuesta se activaría con la transparencia de la que han renegado hasta ahora todas las instituciones del Estado, blindando junto a otros actores externos (empresarios y medios de comunicación, entre otros) una monarquía que no se sostiene más sin pasar por un referéndum que fue robado a nuestros padres en 1978 con las urgencias lógicas por salir de la dictadura. Una consulta que no se hace de un día para otro, pero cuyo detonante ha sido activado ya desde la propia monarquía con su falta de respeto a los españoles y cuyo camino hasta las urnas conviene más emprender desde la proporción y la mesura que desde la frustración social que generaría el bloqueo a una evolución natural de nuestra democracia.

"Es más fácil luchar por unos principios que vivir de acuerdo a ellos, no digamos gobernar, pero hay incoherencias insalvables que afectan al sustento mismo de la democracia"

No hay republicanismo posible en el hipócrita aplauso del Gobierno a una institución que no cumple el más básico de los requisitos legitimándose en las urnas. ¿Aplaudimos en el Congreso al rey Felipe y pedimos la comparecencia del ídem Juan Carlos en el ídem lugar por presunta corrupción multimillonaria en contubernio con monarquías aniquiladoras de derechos humanos?

Todos/as sabemos que es más fácil luchar por unos principios que vivir de acuerdo a ellos, no digamos gobernar, pero hay incoherencias insalvables que afectan al sustento mismo de la democracia. El juancarlismo agonizaba en Palma y murió en Botsuana. Ya no hay -ismo que valga en la Casa Real.

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