Cuando comenzaron a conocerse los casos de corrupción que afectaban a la monarquía española, tuvo que pasar mucho tiempo y tuvieron que aparecer muchas noticias en la prensa extranjera hasta que se rompió el tabú por el cual el poder mediático en España no se hacía eco de algo de lo que todo el mundo hablaba. Lo mismo sucede hoy con el debate social que se está produciendo sobre la posibilidad de un nuevo horizonte republicano en España. La mayoría de los medios de comunicación se empeñan en opacar lo obvio: que cada vez más ciudadanos, si pudieran decidir, optarían por que España fuera una república. Lo confirman todos los sondeos disponibles; el último de ellos, con una muestra muy representativa, daba como resultado una mayoría republicana en España. Los silencios en las tribunas del poder a veces son el mejor síntoma de los clamores que existen a pie de calle.
No cuestiono las convicciones y valores democráticos del Jefe del Estado. Tanto él como la institución que representa merecen todo el respeto y la cortesía institucional por parte de los que ocupamos responsabilidades de gobierno. Pero nuestro respeto a los símbolos oficiales del Estado y nuestra cortesía como autoridades no nos restan libertad de opinión como dirigentes políticos y como demócratas. Por eso nadie se debe ofender si decimos lo evidente, que hoy la monarquía está sometida a un debate social en España, acrecentado además por el furor monárquico de la ultraderecha.
Hay dos factores que explican por qué la identidad republicana gana enteros en la opinión pública. Por un lado, lo que muchos analistas ya definen abiertamente como una crisis de la monarquía; seguramente, la más profunda desde su restauración por parte de Franco. Esa crisis se identifica socialmente con el grave deterioro de la imagen de la institución a raíz de la huida de Juan Carlos de Borbón a Emiratos Árabes tras salir a la luz las informaciones sobre sus supuestas actividades corruptas, pero tiene que ver también con la creciente reivindicación que la derecha y la ultraderecha hacen de la monarquía. Que la ultraderecha haya hecho de la monarquía su principal bandera hace un daño enorme a la institución. De hecho, si en algo tuvo éxito Juan Carlos I para garantizar la pervivencia de su reinado fue en su capacidad de escenificar un alejamiento de su origen franquista y de ganarse el respaldo de una parte de los sectores progresistas de la sociedad española.
Sus partidarios moderados del pasado solían afirmar que la monarquía representaba la unidad del Estado. Hoy el republicanismo es ampliamente mayoritario en Cataluña y Euskadi y también es mayoritario entre el electorado de izquierdas. Al mismo tiempo, los monárquicos concentran sus apoyos en los votantes de la derecha y la ultraderecha. Nadie se debe ofender si constatamos lo evidente; que la monarquía no es hoy, para millones de españoles, un símbolo de unidad entre los ciudadanos y los territorios del Estado.
Pero estamos también ante una transformación profunda de la idea de España y del Estado que interpela a todas las instituciones, también a la monarquía, tanto en lo que toca a una determinada forma de organización territorial como en lo que respecta al modelo económico español dominante hasta ahora. El conflicto territorial que hemos vivido en los últimos años tiene mucho que ver con las tensiones que genera un modelo centralista en el que millones de ciudadanos no se sienten incluidos. Respecto a la dimensión económica, la emergencia generada por la pandemia de la covid-19 ha puesto en evidencia las debilidades de un modelo económico y empresarial fundamentado en la excesiva preeminencia de sectores productivos de bajo valor añadido, estacionales y poco soberanos, del rentismo, de la especulación urbanística y la contratación pública, que establecieron las bases estructurales de la corrupción. Ese modelo tuvo unos protagonistas empresariales que quisieron que la monarquía fuera su marca y su embajadora. Hoy es una evidencia que España necesita nuevos talentos emprendedores más modernos, más representativos de los territorios del Estado y de los sectores más avanzados y comprometidos socialmente. Creo que esos nuevos talentos emprendedores llamados a ejercer un rol clave en la reconstrucción no se identificarán con la vieja marca.
El segundo factor que explica la cercanía de un horizonte republicano son los consensos amplios que deja en la sociedad la emergencia sanitaria, económica y social que estamos viviendo. La pandemia, al tiempo que se impone, lógicamente, como la urgencia fundamental frente a otros asuntos, pone sobre la mesa una agenda republicana: la defensa de los servicios públicos, de los derechos de los trabajadores, del feminismo y la sostenibilidad de la vida, de unas instituciones que cuiden e incluyan, de la fraternidad y la solidaridad, de lo común, de la res pública. La idea de que, independientemente de la lengua que hablemos o de los símbolos con los que nos emocionemos cada uno, la bandera más hermosa que nos une como país es el uniforme de los profesionales sanitarios.
La historia de España en los últimos dos siglos está marcada por una tensión permanente, un movimiento pendular entre las etapas de progreso democrático, que son momentos federalizadores, y las etapas reaccionarias, que son momentos recentralizadores. De un lado, la España de la Institución Libre de Enseñanza, del sufragio universal, del laicismo, de los derechos de la clase trabajadora y de las mujeres, de la pluralidad como riqueza colectiva. La España de La Barraca y las Misiones Pedagógicas. La España amplia y federal, la España republicana. Del otro lado, el sufragio censitario y el golpe de Estado, el autoritarismo, el poder militar y religioso, el desprecio a lo público, el rechazo de la diversidad institucional, cultural y lingüística. La idea de España estrecha y centralista, que siempre se ha reivindicado monárquica.
Esa misma dialéctica se sigue expresando hoy en día en nuestra patria. A un lado, un bloque de derechas que reivindica con una vehemencia sin precedentes la monarquía, que sigue creyendo que el Estado es suyo, que tacha de ilegítimo al Gobierno que es resultado de la voluntad del Parlamento salido de las urnas y que defiende que las fuerzas políticas de ámbito catalán y vasco no deberían participar en ningún caso de la renovación de órganos constitucionales o incluso de la negociación de unos Presupuestos (un planteamiento que está detrás de buena parte de las tensiones territoriales y las dinámicas centrífugas que hemos vivido en los últimos años). Quienes ahora ejercen el liderazgo ideológico y cultural de ese bloque defienden abiertamente la ilegalización de partidos y reivindican la dictadura en la tribuna del Congreso.
Enfrente, un Gobierno de coalición progresista, el primero desde la recuperación de la democracia, sostenido por una mayoría parlamentaria que se ha vuelto a expresar en las últimas horas para hacer posible la aprobación de los presupuestos con el mayor nivel de inversión en servicios públicos y derechos sociales de nuestra historia. Una mayoría que prefigura un proyecto de país: una España con más justicia social, más plural, más democrática, más federal, fraterna y plurinacional. Esa España es republicana y asegura mucho más un camino compartido de sus pueblos y sus gentes.
Hoy vivimos en una realidad social y demográfica muy distinta a la que existía en los años 70: la gente joven ya no entiende por qué, en el siglo XXI, no se le permite elegir democráticamente a los integrantes de todas las instituciones, incluida la jefatura del Estado, o que determinadas instituciones o representantes puedan no responder ante la Justicia como cualquier ciudadano si cometen delitos. El pacto de la Transición implicaba para la oposición democrática a la dictadura aceptar la monarquía como condición para que los herederos del franquismo aceptasen que España se convirtiera en una democracia homologable con las que fundaron la Comunidad Europea tras la derrota del fascismo. Se dijo que Juan Carlos I era la única garantía para evitar un golpe de Estado y construir la democracia. Si hace 40 años eso era cierto, hoy no lo es, por muchos manifiestos y cartas que escriban algunos nostálgicos del franquismo. Hoy nos encontramos ante una sociedad muy diferente, en la que se da un debate creciente sobre la utilidad de la monarquía y sobre un nuevo horizonte republicano como punto de llegada, debate que se ha producido a lo largo de la historia en las fases de progreso democrático de España.
Atrás quedó una forma estrecha de celebrar nuestra Constitución que se limitaba a recordar a los "padres" oficiales del texto constitucional, y que buscaba la escenificación de un cierre de filas de las elites políticas en torno a los elementos menos progresistas del constitucionalismo, precisamente aquellos que fueron resultado de la imposición de los sectores que menos creían ayer y menos creen hoy en el espíritu social y democrático de nuestra Constitución. En Unidas Podemos estamos orgullosos de contar con la tradición de uno de los partidos que hizo posible nuestra Constitución y que más sacrificios hizo por nuestra democracia. Hoy, para honrar la memoria de los que se jugaron la vida y la libertad para devolvernos la democracia, debemos decir que los verdaderos padres y madres de la Constitución fueron los hombres y mujeres anónimos que se lo jugaron todo para restaurar la democracia y por construir sus centros de salud y hospitales, sus colegios y escuelas infantiles, sus institutos y universidades, sus centros de trabajo, sus parques, sus viviendas dignas, sus derechos. El mejor homenaje que podemos hacer hoy a esos héroes y heroínas de la patria es aspirar a una nueva república, que será seguramente diferente de la que ellos soñaron, pero que es el destino histórico constante de los demócratas en los momentos de avance de España.
Este 6 de diciembre de un año tan difícil, los republicanos homenajeamos los avances sociales y democráticos que se plasmaron en la Constitución y miramos hacia un horizonte que haga del nuestro un país mejor.
Comentarios
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