Dominio público

La tercera ley de Vallecas

Elizabeth Duval

Escritora, filósofa y crítica cultural

La tercera ley de Vallecas

Siempre que un objeto ejerce una fuerza sobre un segundo objeto, este ejerce una fuerza de igual magnitud —pero en sentido opuesto— a la del primer objeto. ¡Y cómo desearíamos, en ocasiones, que la gente y sus pasiones no estuvieran sometidos a leyes similares a las de la física, o cuánto lo desearían los partidos! Abascal fue a Vallecas a provocar y pedir gresca y acabó casi que montadito a caballo saltando por encima de los cordones policiales. 

La cosa fue una ida de olla tan grande —Santiago iba con camisa verde y pegatinita de sindicato vertical en el pecho— que las fuentes policiales citadas por el ABC, insisto, el ABC, decían que «si Abascal no hubiera hecho de policía tal vez no habría 21 agentes heridos». Esto ya lo sabemos: lo que sucedió en Vallecas sucedió porque Abascal así lo quiso, por su culpa, ok, vale. ¿Se le han regalado titulares y vídeos con los que hará campaña? ¿Le otorga Vallecas votos en las elecciones madrileñas, igual que el Partido Popular se ha nutrido atacando a Catalunya? Vamos a analizar la cosa, aunque de matones se trate, con un poquito de finura.

Pongamos que hay acciones que no obedecen a las mismas lógicas. Los ejemplos son clarísimos. En un comunicado del 7 de abril, los grupos del Distrito Puente de Vallecas del PSOE, Más Madrid y Unidas Podemos llamaban a los vecinos vallecanos a «no caer en ninguna provocación», apoyando las actividades simbólicas que no coincidían con el acto, pero insistiendo en que había que evitar «cualquier conflicto que pueda instrumentar Vox en su beneficio electoral». «A la ultraderecha se la combate social y electoralmente», insistían. Al mismo tiempo, con el anuncio del mitin de inicio de campaña de Vox interceptado, organizaciones vecinales convocaban protestas ante la presencia de fascistas en el barrio.

Una izquierda orgullosa de sus tradiciones ha agradecido fervientemente el compromiso de los vecinos vallecanos y su rechazo frontal al susodicho acto. Otra izquierda, desde los muros de Facebook, se lamentaba de lo mal que estaba todo, de las imágenes, de cómo lo sucedido era en parte lo que la derecha había deseado. En el gran teatro del mundo, pues, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende.

Son las mismas energías o impulsos —espontáneos: que no puede uno dirigir de antemano a un objetivo concreto— que nutren multitud de movilizaciones, desde el mítico 15M hasta los Chalecos Amarillos en Francia. La tensión central queda entre esas mismas energías iniciales, y las multitudes que congregan, y la voluntad de direccionarlas en un sentido concreto. El éxito relativo de Podemos, en sus albores, se explica como una tentativa bien maniobrada de redirigir las energías frustradas e indignadas que salieron a la luz en 2011. Los fracasos en Francia a la hora de articular políticamente cualquier movimiento saliente de los Chalecos Amarillos dictan, al mismo tiempo, que este tipo de experiencias espontaneístas —Srnicek y Williams hablarían aquí de política popular— no pueden siempre ser dirigidas o capitaneadas: hay bandas musicales que no aceptan fácilmente la presencia de un director de orquesta.

Los licenciados en Ciencias Políticas o Filosofía pueden con brío pensar desde sus habitaciones las mejores estrategias para recabar una mayoría de votos capaz de desalojar a Ayuso el 4M. Nada se lo impide. Pero las energías espontáneas de la gente no pueden plegarse a esas estrategias. A lo mejor las escenas que vimos en Vallecas son nocivas para los resultados finales que la izquierda tenga electoralmente... pero ningún acomodador podrá hacer que lo cotidiano se someta a sus designios.

En la política juegan intereses, sentimientos y afectos. No hay estrategas que puedan mirar de frente a los vecinos vallecanos y cuestionar su sentimiento de pertenencia al decirles que han de retirarse mientras Vox se planta en sus plazas a soltar soflamas y perogrulladas reaccionarias. Su comunidad, precisamente, se fundamenta en el rechazo a la presencia de quienes no aceptan sus principios: Vallecas no puede ser lo que Vox propugna, no puede parecerlo, y no puede ni siquiera dar la imagen de aceptarlo. Pensar que otra cosa podía suceder es desear demasiado.

Ayuso saca su primer anuncio de campaña corriendo y resulta que Edmundo Bal hace exactamente lo mismo en el suyo. Ambos salen en el mismo día. Tampoco se podía saber, porque las cosas son como son, y todas las acciones de una campaña sedimentan: tampoco las ideas más fuertes o mejor fundadas son las que mejor sirven para ganar unas elecciones. Un traspié o una mala declaración puede modificar trayectorias, incluso un posible argumentario mal interpretado. El mundo a veces se mueve por cuestiones mucho más banales que las grandes ideas: por caprichos, ambiciones o desilusión.

Podemos sostener que a lo mejor la perspectiva electoral sería mejor si no hubieran sucedido las susodichas imágenes en Vallecas. Podemos incluso desear, en el fondo, que esas imágenes importen lo menos posible. También habrá quienes quieran sacar pecho de su orgullo antifascista agradeciendo ese rechazo frontal en un barrio rojo de Madrid. Me parece que esta es una respuesta más sincera: saber que un barrio no actúa pensando en lo que electoralmente pueda ser lo mejor, para él mismo y para el resto de su comunidad; saber que a veces lo político, y no la política, se mueve por inercias o por el principio de acción y reacción. Las cosas son como son y no podrían ser de otra manera. 

No perdamos más tiempo en discutir si Vallecas bien (por cuestión de principios) o Vallecas mal (por cuestión de fines): si lo hacemos, el mayor logro de los de Abascal será enfrascar otra vez a la izquierda en batallitas de egos, chapas, medallitas; a ver quién queda mejor ante la galería. Si perdemos un minuto más, olvidaremos que no sólo hay ley de inercia o reacción: también la aceleración de un objeto es proporcional a la suma de todas las fuerzas que actúan sobre él. Es el principio fundamental de la dinámica. Y a lo mejor la clave de la campaña está en discutir sobre otra de las leyes del movimiento, y no sobre aquella en la que parecen querer atraparnos.

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