Hace unos meses, durante la moción de censura que Vox presentó contra Pedro Sánchez, por unos instantes Pablo Casado pareció haber sido iluminado por la cordura democrática. Cargó duramente contra Santiago Abascal y llegó a decir: "No somos como usted porque no queremos ser como usted".
Esto sucedió en octubre y fue recibido con algarabía por los medios conservadores de este país y por los periodistas más vetustos, que en corrillos hablaban de "punto de inflexión" y de que Casado había "dado un vuelco a la legislatura". Sin embargo, el PP seguía gobernando en Madrid, Andalucía y Murcia gracias a los votos de la ultraderecha. Pero eso ya no importaba, porque un sinfín de titulares anunciaban que Casado había roto con Vox, aunque la realidad lo desmintiera mientras los dedos volaban en sentido contrario sobre los teclados.
Este viernes, cuando el candidato de Unidas Podemos a la Comunidad de Madrid, Pablo Iglesias, se levantaba de un debate en la Cadena Ser en el que Rocío Monasterio se comportaba como una vulgar acosadora, la rama madrileña del partido que no hace tanto había anunciado con grandilocuencia no ser como Abascal, tuiteaba (y luego borraba) el siguiente mensaje: "Iglesias, cierra al salir. 4 de mayo".
Nada sorprendente en la cuenta de Twitter del partido de Díaz Ayuso, salvo por el hecho de que unas horas antes, Iglesias, el ministro de Interior, Grande-Marlaska, y la directora de la Guardia Civil, María Gámez, recibían sendas amenazas de muerte por correo postal, acompañadas de balas de fusil de asalto Cetme.
Sin embargo, aquellos a quienes las siglas de ETA no se les caen del discurso ni diez años después del cese de actividad de la banda asesina, esos patriotas del PP madrileño que en octubre no querían ser como Abascal, optaron por la sorna cuando Monasterio cuestionaba dichas amenazas y le espetaba a Pablo Iglesias: "Lárguese, valiente".
Antes del desenlace, Edmundo Bal, candidato para Madrid del Ciudadanos de ultracentro que no hace tanto sacaba pecho en la foto de Colón, rogó a sus contrincantes que se quedaran, pidiéndoles que no le hicieran el juego a Monasterio. Y Díaz Ayuso, en una metáfora de su gestión sanitaria de la pandemia, ni estaba ni se la esperaba.
Lo que sucedió después ya lo conocen: la democracia se levantó de la mesa y el fascismo se quedó allí sentado.
Es un final que les sonará, porque lo vemos con demasiada frecuencia en episodios de bullying: se acosa a alguien de manera sistemática, otros participan en el acoso porque les hace parecer más fuertes de cara al agresor y adquieren así un cierto estatus, la persona acosada acaba marchándose y la agresora se queda controlando el cotarro a la espera de la siguiente víctima y celebrando su triunfo.
Este es el marco que impone la extrema derecha. El marco que ha sido ‘comprado’ sin rubor alguno por partidos de una cierta tradición democrática que tal vez hoy se estén llevando las manos a la cabeza. O tal vez no.
Porque estos partidos han utilizado a Vox para sus propios intereses electorales o de Gobierno (en el caso del PP), a sabiendas de que el ideólogo de Donald Trump, Steve Bannon, había apadrinado a Abascal para comenzar a desplegar los tentáculos del trumpismo en Europa, con su xenofobia, misoginia y nacionalismo aparejados. Se han empeñado en considerar a Vox como un partido más, porque les interesaba usarlo a conveniencia para contraponer la extrema derecha a la "extrema" izquierda-radical-comunista-bolivariana de Unidas Podemos.
Unidas Podemos. El partido que osó formar parte de un Gobierno de esta nación que solo aman los que llevan la bandera de España cosida a la muñeca, al pecho o a la mascarilla. Unidas Podemos, que no contento con ese atrevimiento, tuvo la insolencia de defender dicho Gobierno y mantenerse en él, aun sin Pablo Iglesias.
El acoso contra Iglesias y otros miembros de su formación (recuerden el caso de Vicky Rosell) había comenzado bastante antes de que Vox consiguiera siquiera su primer escaño, y fue (sigue siendo) sistemáticamente jaleado y espoleado por un nutrido grupo de medios de comunicación. Esos medios —cuya influencia procede mayoritariamente de las épocas doradas de la prensa impresa y que hoy queda circunscrita casi a los límites geográficos de la Villa y Corte— han llenado sus portadas durante años de supuestas informaciones sobre presuntos casos de corrupción de Podemos que la Justicia ha ido desmontando una y otra vez, y obviando en dichas portadas los archivos judiciales de todas esas causas a medida que éstos se iban produciendo.
Un caldo de cultivo idóneo para alimentar la demonización de una opción política tan válida como cualquier otra... siempre que se mantenga dentro de los estándares democráticos.
Los primeros mensajes de felicitación que recibió Vox cuando logró entrar en el Parlamento andaluz fueron los de Marine Le Penn y Mateo Salvini, dos de los principales exponentes de la ultraderecha en Europa. También recibió los parabienes de David Duke, simpatizante nazi y fundador de una rama del Ku Klux Klan.
En este punto conviene recordar que en 2019 se tendió un cordón sanitario contra Le Penn y Salvini en la Eurocámara con el objeto de evitar que ocuparan puestos influyentes, cordón impulsado por populares (sí, populares europeos), socialistas, liberales y verdes. Países como Francia o Alemania también han dejado claro que cualquier opción es buena antes que abrir paso a los partidos de extrema derecha. España ha preferido seguir la senda de otros países, como Italia.
El resultado es que Vox tiene presencia en todos los parlamentos autonómicos de este país, salvo en seis: Galicia, Navarra, Canarias, La Rioja, Extremadura y Castilla-La Mancha*. Y que sus candidatos utilizan los debates como altavoz de sus mensajes de odio contra minorías y colectivos vulnerables; como un discurso válido más, como cualquier otra propuesta electoral.
A partir de ahora, Madrid se queda sin debates electorales. Díaz Ayuso ya había anunciado que solo asistiría al de Telemadrid y, tras el episodio de este viernes, Mónica García (Más Madrid) y Pablo Iglesias no acudirán a más encuentros con Vox. A pocos días de las elecciones, la extrema derecha pierde un foco importante de amplificación de sus soflamas y la batalla electoral cambia de marco. Las del 4 de mayo ya no eran unas elecciones autonómicas más. Pero ahora es la democracia misma lo que está en juego.
*Fe de errores: En el artículo original había un error relativo a la presencia de Vox en parlamentos autonómicos que ya ha sido subsanado. Mis disculpas.
Comentarios
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