Dominio público

El terrorismo fascista y sus ciegos

Elizabeth Duval

La candidata de Vox a la Comunidad de Madrid, Rocío Monasterio, durtante el debate electoral en la Cadena SER.
La candidata de Vox a la Comunidad de Madrid, Rocío Monasterio, durtante el debate electoral en la Cadena SER.

Llevaba unos días pensando en el tema a escoger para esta columna semanal. Tenía unas cuantas ideas, apuntadas en las notas del móvil a las tres de la mañana; quería responder a la campaña "Es solo un meme", que pidió a principios de semana dejar de producir y difundir memes sobre Isabel Díaz Ayuso para no darle alas, fuerza e impulso. La idea me pareció en un primer momento muy buena. Luego empecé a pensar todo lo contrario: la estrategia correcta era inflar a Ayuso tanto, tanto, tanto, que hiciera explotar con sus púas a los tan pequeños globitos-partidos que orbitan en torno al rompeolas de la derecha. Después, claro, hubo amenazas de, y seamos claras al nombrarlo, terrorismo fascista dirigidas a Pablo Iglesias, candidato a las elecciones de la Comunidad de Madrid. Mientras viajaba en tren y veía la cuestión de las amenazas muy humildemente pensé que ya no podía hacer una columnita divertida sobre si lo mejor eran memes sí, memes no o memes de qué manera.

Dice Cicerón sobre Demócrito, en las Tusculanas, que el filósofo griego, "tras perder la vista, no podía distinguir entre el blanco y el negro, pero sabía discernir el bien del mal, lo justo de lo injusto, lo bello de lo feo, lo útil de lo inútil, lo grande de lo pequeño; se puede vivir en felicidad sin conocer los colores, pero no cuando no se poseen estas ideas morales". Curiosa enfermedad la de Rocío Monasterio, que parece sólo ver masas difusas de colores allá donde los ojos aprecian cuatro balas de antiguo fusil militar; conserva perfectamente la vista, pero va moralmente ciega: condena todas las violencias en abstracto, la violencia metafísica, la Violencia con mayúsculas, pero la violencia completa, concreta, de una carta que sentencia a un hombre, a su esposa y a sus padres a la "pena capital" parece perderse en el neblinoso mar de las ideas.

Nubosidad variable. Insiste, la de los que cortan los cordones policiales para ver si hay cargas, en si se condenó otrora "que les tiraran piedras". Una piedra puede caer del cielo, y entonces se llamará meteorito, y sobre las intervenciones de Dios no hay nada que condenar; aquí condenamos todos que se tire una pedrada, o que se tiraran, o que se vayan a tirar, y ni siquiera deslizamos sutilmente la idea de que se trate de un montaje victimista. Rocío Monasterio, en cambio, sí que lo afirma.

Resulta que Iglesias "salió del debate con cara de cordero degollado" porque "no está acostumbrado a que una mujer le mire a los ojos y le diga cuatro cosas", Rocío Monasterio dixit. Vamos a examinar todo lo que hay detrás de esas cuatro cosas. Piensa que Pablo Iglesias se muere de ganas de ir por la calle con escolta pa’ (sic) hacerse el chulo. No poder vivir en paz es poco precio a pagar con tal de quedar como el mártir guay de la izquierda. Cualquier político se muere de ganas de que le llamen rata (como ha hecho, con muchísimo cariño y la mejor de las intenciones, la portavoz parlamentaria de Vox, Macarena Olona: "¡coletas rata!", qué discurso tan portentoso). Es normal: nuestros candidatos, izquierdosos y sadomasoquistas, están deseando que el secretario general de otra formación política les diga que su objetivo es que acaben huyendo del país.

La carta a la que antes hacía mención, por cierto, sólo salva a los hijos: quizá la idea de pegarle un tiro entre las cejas a esos menores era excesiva hasta para un fascista capaz de mandar cuatro balas en un sobre. También es un montaje, verse obligados a imaginar tal cosa.  No es cierto que esta idea vaya a ser siempre repugnante: ya hemos asistido, por obra y gracia de estos mismos señores verdes, tan simpáticos ellos, a la deshumanización de niños y niñas no acompañados.

Rocío Monasterio, en su soberbia, ha llegado a creer que todos los españoles (o simplemente una mayoría: ficticia, en su cabeza, como los colores que alucina y la moral que pretende no ver), sin importar su signo político, están encantados al ver cómo un candidato (e incluso un adversario) recibe amenazas de muerte que se extienden a su familia. Cabe recordar que también pusieron en duda el ataque a la sede de Podemos en Cartagena con cócteles molotov. Podemos también hacer uso de los ojos y de la permanencia eterna de las cosas en Internet para reconocer en el tweet del Partido Popular de la Comunidad de Madrid un compadreo divertidísimo con quienes niegan el terrorismo fascista: "Iglesias, cierra al salir".

Isabel Díaz Ayuso, en su soberbia, convocó las elecciones para ver si gobernaba con Rocío Monasterio, cuyos cantos de sirena tardofranquistas debieron seducir a la mujer del velero llamado Libertad. El concepto griego a aplicar aquí, ahora, es el de la hibris, y nos permite una lectura esperanzadora. No creo que Dios fulmine mediante un rayo a ninguna de estas dos candidatas; ni siquiera participaría yo en campaña alguna que propusiera la ilegalización de Vox según la Ley de Partidos (¿en serio desde la izquierda estamos justificando que se hagan según qué cosas a partir de la Ley de Partidos, que ya preocupó en su día a Amnistía Internacional?), que no serviría más que para hacer más forofos a los ya muy forofos. Pero puede que exista algún tipo de justicia que corrija la soberbia y la desmesura.

Quizá no se pueda ganar del todo cuando no se posee alguna (una sola) idea moral. Puede que el castigo a la soberbia de estas dos candidatas, que trasluce en todo cuanto justifican, exculpan y evitan, sea simple y llanamente la derrota. Habrá cosas que sucedan no porque pueden suceder, sino porque deben hacerlo; y aquí se hace urgente y necesario para cualquiera, de forma inesperada, echar a Ayuso. Nosotros no pediremos que ellos se vayan, ni será nuestro objetivo que huyan del país. Sí conseguiremos que no corrompan más con su soberbia las instituciones. Sea esto suficiente justifica y suficiente castigo, sin seguir el ejemplo de quienes recurrirían, para adecuar las cosas de la realidad al orden en su cabeza impuesto, a amenazas de bala o tiros en el pecho. No es aceptable, no puede serlo nunca más, y qué bien que nos demos cuenta.

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