Dominio público

La izquierda será federal o no será (izquierda)

Ana Pardo de Vera

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), recibe en La Moncloa al portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián. EFE
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (i), recibe en La Moncloa al portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián. EFE

Tras el shock inicial por los malos resultados del 4 de mayo en la Comunidad de Madrid, el PSOE empieza a recomponerse reconociendo, en primer lugar, que más allá de no haber sabido leer los heterogéneos sentimientos de los madrileños, la federación socialista regional tiene un problema que arrastra desde hace varios años y que van desde llegar a acomodarse en la oposición al PP madrileño, a la falta de liderazgos solventes, consolidados y curtidos.

No basta con ser de Madrid, hay que conocerla y reconocerla. De la misma forma que no basta con ser gallego, catalán o andaluz si no se han pateado las calles de sus capitales de provincia y del municipio menos poblado. Es precisamente la diversidad de España la que está marcando el presente y el futuro de su política: este país ya no es solo multipartidista, sino que cada autonomía -y hasta municipio, en el caso de Teruel Existe- marca su territorio en el Congreso, sede de la soberanía nacional.

En Madrid tenemos el centralismo conservador más férreo: funcionarios y trabajadores de las instituciones del Estado, concentradas en la capital; una riqueza injustamente distribuida -y no solo entre los madrileños- que genera las mayores cotas de desigualdad y la depauperación de los servicios públicos, cuya privatización se ha convertido en un negocio obsceno difícil de cuantificar, no solo en miles de millones de euros, sino también en las redes clientelares que genera tanto capital aglutinador de fuertes intereses, enraizados privilegios, grandes empresas, fondos buitre y otros poderes fácticos, como el eclesiástico.

"Madrid es España". Y lo dice el PP en el sentido homogeneizador del concepto, que será, sin duda, el leitmotiv de la oposición de Pablo Casado al Gobierno, en línea con la campaña de Isabel Díaz Ayuso, "puro PP". El unionismo, el nacionalismo español, en definitiva, siempre ha acompañado a la derecha y a parte del PSOE del centro de la Península. La pluralidad territorial no va con el PP y ahora, mucho menos, con Vox respirándole en el cogote, la formación de Santiago Abascal que no deja de ser la escisión ultra del PP, además, construida y alimentada en Madrid incluso gracias a las simpatías y halagos de José María Aznar y Esperanza Aguirre.


Este mantra de uniformidad, pese a su aparente fortaleza por el apoyo en Madrid de las instituciones del Estado encabezadas por la monarquía, es una ventaja para el Gobierno progresista de coalición si sabe aprovecharlo. Unidas Podemos lo tiene claro, Pablo Iglesias lo ha tenido claro siempre, cuando él era el líder y cuando empezó a pergeñar el liderazgo femenino y plural que habría de sucederle, hace ya meses: bicefalia institucional y orgánica, como la del PNV, que tan buen resultado ha dado a los jeltzales; con dos mujeres -pendientes de ratificar en primarias- que no son madrileñas, sino gallega (Yolanda Díaz, candidatable a la Presidencia del Gobierno) y navarra (Ione Belarra, candidata a liderar Podemos) Ambas muy conscientes de su identidad territorial y, por tanto, muy sensibilizadas con la plurinacionalidad española y su complejidad; con la necesidad de gobernar para ella.

La izquierda en España no es concebible sin el reconocimiento de su diversidad territorial, que es también su grandeza; y no lo es, porque si hablamos de una gestión centrada en la justicia social, el feminismo y su batalla -sobre todo- contra la violencia machista, y el ecologismo, es imposible ignorar la idiosincrasia de cada autonomía o municipio para llegar a todas y cada una de sus ciudadanas, haciendo posible, así sí, que nadie quede al margen.

El PSOE debe volver a mirar a la Declaración de Granada (2013), que ahora parece poco ambiciosa, y actualizarla e ir más allá; debe regresar al compromiso plurinacional de su esencia perdida: el federalismo republicano. Tiene varios avisos ya en la computadora de emergencias, que llegan en forma de irrelevancia electoral. Salvo en Catalunya, donde la victoria producto de la absorción de Ciudadanos y una excelente campaña del ministro primero de la Pandemia, Salvador Illa, no le ha servido de nada frente al independentismo, en Galicia ha sido sorpassado por el nacionalismo de izquierdas del BNG liderado por Ana Pontón. En Euskadi ha sido sorpassado por EH Bildu, también encabezado por el nacionalismo profundamente social de Maddalen Iriarte, que se ha convertido en la lideresa de la oposición al PNV. En País Valencià, el PSPV-PSOE de Ximo Puig ya gobierna con el Compromís de Mónica Oltra y el Podem Comunitat Valenciana de Rubén M. Dalmau.


ERC, BNG, Bildu, Compromís, Más País... junto a los socios de Gobierno de UP, son la gran oportunidad del Ejecutivo de coalición; la mejor oportunidad de Pedro Sánchez, sorpassado también en Madrid por otra de las grandes revelaciones de la política española, Mónica García (Más Madrid), feminista y ecologista, la exitosa teoría y práctica política de otros grandes partidos europeos: la revolución será feminista y ecologista o no será; con todas las connotaciones pacíficas, de convivencia, igualdad y justicia social que conlleva esta formulación redonda de la política. Lo apunté en mi artículo PSOE, año cero, de la noche electoral: son muchas las amarras que el Partido Socialista Obrero Español del siglo XXI tienen que cortar para que no le sigan reprochando desde la izquierda que "no son de izquierdas"; que solo son simples lacayos de un régimen estatal conservador que niega su transformación y modernización, imprescindible para afrontar los nuevos retos globales. Está en sus manos.

El Gobierno de coalición tiene muchas cosas a su favor (fondos estructurales europeos, cultura internacional de gasto público y subida progresiva de impuestos, vacunas en aceleración con la posibilidad de liberalizar las patentes...) y pese a la indiscutible complejidad de la tarea reconstructora, no intentar abordarla o hacerlo superficialmente puede sentenciar al PSOE para siempre en pro de las nuevas corrientes izquierdistas, como digo, plurinacionales, verdes, feministas y republicanas. Hasta Joe Biden, allá al otro lado del Atlántico, parece haberlo entendido a la perfección. Ya no hay excusas, y lo que pasó en Madrid el 4-M puede, incluso, quedarse en Madrid y no volver a ocurrir ni en Madrid. Dejen al PP con su pureza capitalina y ocúpense del resto ahora.

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