Dominio público

No nos dejen solos

Lolita Bosch

No nos dejen solos

LOLITA BOSCH
Escritora. Su último libro es 'Ahora, escribo'
Ilustración de Mikel Jaso

Dice el diario La Jornada de México en su edición del 30 de agosto: "La primera instrucción de los sicarios al personal de vigilancia del centro de apuestas, fue pedirles que desalojaran a los clientes, para proceder a incendiar el establecimiento; pero la situación se les salió de control". De modo que murieron decenas de personas, algunas de las cuales no han podido ser identificadas porque se encontraban en un avanzado estado de descomposición. Murieron quemadas, ahogadas por el humo y presas del pánico: asesinadas. Eran las tres y media de la tarde y esto sucedía en un conocido casino de Monterrey: el Royale, donde básicamente había gente mayor. Un centro que no tenía permiso para operar, amparado ante la Justicia, utilizado por menores de edad para ir a apostar, con las puertas de emergencia tapiadas y sin sistema antiincendio. Afuera: coches en doble fila, lentísimo traslado de víctimas, equipo insuficiente de bomberos. Y más afuera: sólo los hospitales públicos aceptaron heridos. Las clínicas privadas dijeron que no. El saldo: 52 muertos. Nuestros paisanos.

Según las autoridades de Nuevo León, el Estado del cual es capital Monterrey, hay 12 personas involucradas. Y a día de hoy (con una velocidad increíble en el sistema del orden mexicano) se han detenido cinco hombres que han sido presentados ante la Justicia luciendo chalecos rojos con la palabra "detenido" visible, de color blanco. Son el Javo (37 años), el Chihuas (25), Jonathan Jahir (18), el Casillas (20) y el Julio (28). De ellos, cuatro provocan desconcierto: son jovencísimos, parecen perdidos, no da la sensación de que entiendan lo que hicieron ni por qué. Ni tampoco qué consecuencias tiene esto para México, las ocultas y las evidentes. Las razones ocultas pueden ser muchas: políticas, intimidatorias, económicas...

Desentrañar México hoy es casi imposible. Desde que se desató esta ola brutal de violencia en 2008, tras las elecciones de 2006 y la supuesta declaración de la guerra contra el narco del presidente Felipe Calderón, hay una lucha encarnizada no sólo por las carreteras en las que se trasiegan drogas y migrantes y piraterías y mujeres y un etcétera insoportable de negocios ilícitos, sino también por los puestos políticos. México, heredero de una patética estrategia gubernamental de manipulación, sigue siendo hoy un lugar increíblemente corrupto en el que los poderosos jalan los hilos hacia donde los conviene mientras, como dice la cronista Alma Guillermoprieto, hay tribus de psicópatas que campan a sus anchas. Muchos de ellos enfermos, adictos, abandonados por las autoridades y por la población. Sin acceso a la educación, la nutrición y la salud. Resumo las cifras que tratamos de asumir cada día que pasa: 50.000 muertos, 10.000 desaparecidos, 10.000 huérfanos, pueblos enteros abandonados, quemados y algunos, ahora ya, levantados en armas ante la ausencia de las autoridades y el acecho de narcotraficantes y los elementos del ejército. Sí, también de los elementos del ejército. Porque, según el brillante analista Edgardo Buscaglia, la falsa panacea de sacar el ejército a las calles, en la que en algún momento confiaron millones de personas, sólo ha generado más corrupción: más militares significa que es necesario más dinero para comprarlos y esto genera una violencia insostenible ante la que la prensa internacional reacciona lento y mal.

Monterrey es hoy el paradigma de lo que sucede en México. Y la noticia del incendio del Royale podría haber servido para enfrentar seriamente el asunto. La ciudad que considerábamos próspera y hacia la que el futuro de México quería tender, es hoy un campo de batalla en el que los ciudadanos, indefensos y perplejos, tratan no ya de resistir, sino de sobrevivir. Tal y como sucede en muchísimas zonas del país. Se dice que detrás de la violencia hay un juego político para que pierda el PRI, gane el PAN, baje el PRD... Pero para la sociedad civil hace tiempo que todo esto dejó de ser prioritario y lo único que quiere es vivir en paz. Salir a la calle, ser quienes éramos. Pero las confabulaciones políticas, los repartos del país entre narcos, militares, políticos y autoridades, o la supuesta guerra contra el narco (que todo parece indicar que es una guerra entre el narco) nos ha orillado a ser más desconfiados de nuestras instituciones de lo que ya éramos (y créanme: parecía imposible) y nos han debilitado como fuerza social. Hoy nos cuesta creer que la debacle en la que vivimos sumidos tenga solución. El miedo ha paralizado a la sociedad y las respuestas por la paz son lentas y poco concurridas. Edito una página a la que los invito (nuestraaparenterendicion.com) que reúne propuestas de todo el país y también del extranjero. Pero necesitamos que la sociedad reaccione y se sienta capaz de cambiar el rumbo fatídico de México.

Buscaglia asegura que nos espera mucho dolor en estos próximos meses porque en 2012 hay elecciones y lo que se acerca es una batalla campal por las plazas que ocupan los narcos, los puestos desde los que cobran las autoridades y los lugares de Gobierno desde los que corrompen y son corrompidas las autoridades. Y frente a esto estoy convencida de que la prensa tiene una responsabilidad. O por lo menos: es una de nuestras pocas posibilidades. Con la sociedad y con los periodistas que mueren asesinados en México (que son muchos). Informemos correctamente: no estamos siendo protegidos por nuestras autoridades, sino constantemente amenazados. Y necesitamos su ayuda. Como nos piden en muchos correos que nos llegan al portal que edito: "Señorita, dígales por allá que no nos dejen solos, que vengan a ayudarnos". Y las miles de personas que estamos trabajando por la paz de México ya no sabemos qué más hacer para pedirle esto a la comunidad internacional: por favor, no nos dejen solos. Vengan a ayudarnos.

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