Dominio público

¿Qué PSOE?

Sato Díaz

@JDSato

Varias personas hacen cola para entrar en el auditorio principal de Feria Valencia durante la primera jornada del 40 Congreso Federal del PSOE. EFE/ Biel Aliño
Varias personas hacen cola para entrar en el auditorio principal de Feria Valencia durante la primera jornada del 40 Congreso Federal del PSOE. EFE/ Biel Aliño

La Fira de València tiene, hasta ahora, más trazos de festival de música que de congreso de partido. El 40º Congreso del PSOE es una fiesta, un encuentro multitudinario, un baño de afectos para los cargos públicos. "El Viña Rock de la socialdemocracia", se ha escuchado ya en algún corrillo compartido entre militantes, activistas, periodistas y dirigentes. El PSOE pasa por un momento dorado, gobierna en el Estado y en varias comunidades autónomas. Y, a la interna, el liderazgo de Pedro Sánchez es incuestionable, quien quiere aprovechar el evento para consolidar también su proyección europea.

Más allá del morbo típico de estos cónclaves en los que se renueva el equipo directivo, quién entra y quién sale de la Ejecutiva o quién será portavoz, los debates de este octubre en el PSOE tienen poco de confrontación ideológica. Amarrado férreamente a la defensa de la socialdemocracia (las voces más reconocidas del partido se deshacen en elogios a este concepto, ‘socialdemocracia’, por los pasillos de la Fira), el PSOE quiere sacar pecho de algunos de los logros del Gobierno de coalición a la hora de afrontar la crisis múltiple derivada de la pandemia: el propio Sánchez ha alardeado del Ingreso Mínimo Vital y de la subida del Salario Mínimo Interprofesional, unas banderas propias de su socio de Gobierno, Unidas Podemos. "Justicia social", repetía el presidente en una entrevista realizada a la propia televisión del Congreso del partido.

El PSOE quiere blindarse como socialdemócrata en un contexto histórico en el que esta tendencia política recupera terreno. La pandemia ha revalorizado lo público y las tímidas ideas socialdemócratas avanzan en lo institucional en diferentes países. Los partidos socialistas y demócratas intentan hacer borrón y cuenta nueva de lo ocurrido en la crisis anterior, hace más de una década, cuando la respuesta al crack financiero internacional fue más neoliberalismo, menos estado y servicios públicos. Además, el avance de neofascismos y opciones de ultraderecha global, con unas derechas tradicionales que no dudan en aliarse a estas corrientes políticas reaccionarias, hace de la socialdemocracia una de las primeras barreras de defensa de la democracia en todo el mundo.

En este envoltorio ideológico se envuelve el PSOE en su 40º Congreso y lo repetirá como un mantra estos días y en el próximo ciclo político. Las disputas internas de ideas están en otro orden de cosas. Ante las tímidas exigencias republicanas de algunos sectores, el aparato no quiere abrir este melón constitucional. Por otro lado, el socialismo español quiere profundizar en su ecologismo, en este momento en el que lo verde está de moda, ahora que la crisis climática se muestra en palpables síntomas para la ciudadanía. Pero, sin duda, la mayor polémica de este Congreso está en qué feminismo defenderá el PSOE en los próximos años, qué mirada tendrá sobre la cuestión de género y qué relación con el movimiento LGTBI.

El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, con otros dirigentes socialistas a su llegada a las instalaciones de la Feria de Valencia, lugar que acoge el 40 Congreso Federal del PSOE. EFE/ Biel Aliño
El presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, con otros dirigentes socialistas a su llegada a las instalaciones de la Feria de Valencia, lugar que acoge el 40 Congreso Federal del PSOE. EFE/ Biel Aliño

En este contexto, la pregunta que cabe hacerse es: ¿qué PSOE? ¿Qué PSOE saldrá del 40º Congreso? ¿Cómo afrontará los retos políticos de los próximos años? ¿Qué práctica política desarrollará más allá de sus preceptos teorizados en el cónclave de este otoño?

El Gobierno de coalición, capitaneado con el PSOE, afronta dos grandes retos políticos en lo que queda de legislatura, dos problemas atávicos españoles: la cuestión social y la cuestión territorial. La mayoría parlamentaria que sustenta al Gobierno (de corte plurinacional y progresista) solo puede sostenerse en el tiempo dando salida a estos dos elementos estructurales. La alternativa es una derecha nacionalista española escorada a la ultraderecha (PP y Vox). Dos problemas que, además, no se podrán atajar sin una renovación de algunas instituciones del Estado copadas por elementos reaccionarios, en disonancia con la mayoría política representada en las urnas y en las Cortes.

Por eso llama la atención cómo, en la última semana, el Gobierno de coalición se ha afanado a aceptar la presión del PP para sentarse en una negociación para renovar algunos órganos constitucionales, que no el CGPJ. El Gobierno se apresura para intentar solventar un asunto problemático de cara a las instituciones europeas.

La renovación del Consejo de Administración de RTVE ya supuso una simbólica victoria de los conservadores hace unos meses. Esta semana, el tanto se lo vuelve a marcar un Pablo Casado que regresaba de su Convención Nacional escorado hacia la ultraderecha. Otra vez, el Gobierno permite que el líder de los populares parezca que manda, aunque no gobierna, que impone los ritmos, que marca el paso en las cuestiones de Estado al propio Gobierno.

¿Qué PSOE? ¿El PSOE que quiere gobernar y ha de apoyarse en el resto de fuerzas progresistas del Estado? ¿Qué PSOE? ¿El PSOE que ansía mirar al centro para distanciarse de independentistas y de las izquierdas? ¿Qué PSOE? ¿El que abrirá las instituciones del Estado a nuevas mayorías o el que echa el cerrojazo para que siempre estén dominadas por los mismos? ¿Qué PSOE saldrá de este Congreso?

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