Para Jean-Luc Mélenchon en su combate más difícil
La pregunta hay que hacerla: ¿coinciden los intereses de Europa con los de EEUU? Esta es la cuestión decisiva que la Unión Europea no es capaz de hacerse, ni siquiera de plantearse. Para los norteamericanos la protección de su Estado y de su población le exige controlar estratégicamente el mundo. De ahí deviene esta específica habilidad de construir guerras y desarrollar conflictos lejos de sus fronteras. La península que es Europa ha sufrido dos guerras mundiales, conflictos militares recurrentes y siempre pendiente de una Rusia convertida, de una u otra forma, en el imperio del mal.
El observador avezado se dará cuenta que distingo entre Europa y la Unión Europea. Esto es algo que tampoco se puede hacer. La única forma de construir Europa es la UE y quien la critique o la cuestione es calificado de euroescéptico, nacionalista o simplemente, de extrema derecha. Hay muchas formas de decir Europa y de construirla. La UE es un modo concreto, específico que tiene, al menos, tres características. La primera, el llamado vínculo atlántico; es decir, esta integración supranacional se hace bajo el paraguas estratégico de los EEUU, organizado militarmente en torno a la OTAN. EEUU siempre ha sido un actor interno en la construcción europea y ha influido decisivamente en su modo de organizarla y definir su futuro. Después de la implosión de la URSS y de la desintegración del Pacto de Varsovia intervinieron activamente para ampliar la Unión hacia el este lo más rápidamente posible y, es la clave, hacerlo bajo el patrocinio de la OTAN. Conseguían dos objetivos fundamentales: bloquear la integración política y hacer girar hacia la derecha a los gobiernos de los países que habían estado bajo el control de la Unión Soviética. UE y OTAN desde el principio fueron un mismo proyecto geopolítico.
Una segunda característica tenía que ver con un método específico de integración basado en la "limitación" de la soberanía de los Estados en todo lo referente a la política económica y a su política internacional. Dicho de otro modo, la construcción de la Unión se hacía contra los Estados en un largo proceso cada vez más distante del control de las poblaciones y, en muchas ocasiones, en contra de ellas. Desde el primer momento las instituciones comunitarias convirtieron su ordenamiento jurídico en una "constitución material" que se superponía y prevalecía sobre las constituciones de los Estados singularmente considerados. Como ha destacado con mucha fuerza Wolfgang Streeck, las constituciones sociales derivadas de la II Guerra Mundial están siendo deconstruidas en favor de un ordenamiento claramente neoliberal sin el concurso del poder constituyente del pueblo soberano.
La característica tercera la tenemos delante de nuestros ojos, la nombramos pero no la definimos: las democracias realmente existentes ya no deciden lo fundamental, no tienen el poder de elegir entre grandes opciones públicas; gobierne quien gobierne, están obligadas a moverse, no solo en los límites de su propia constitución sino, y principalmente, de un ordenamiento jurídico -el de la UE- que actúa en la práctica como una constitución que prevalece sobre la legítimamente instituida en los Estados. Resumiendo, nuestras democracias son cada vez menos sociales, están estructuralmente limitadas y en proceso de creciente oligarquización.
Hay que atreverse a explicar las cosas. Estamos ante un cambio de época, ante una ruptura histórica que pone en cuestión una determinada forma de organizar el poder mundial, un modo de ordenar las relaciones internacionales y, sobre todo, una forma de comprender el mundo. Hoy la Unión Europea está obligada a definirse ante un mundo multipolar que emerge y que cuestiona un viejo orden construido por las grandes potencias capitalistas. En el fondo es decidir si se es parte de lo viejo o si se forma parte de lo nuevo y se está dispuesto a gobernar esa transición. La OTAN lo tiene claro: defender el orden unipolar hegemonizado por Estados Unidos; todo lo demás es secundario y, además, se conjura para crear una amplia coalición de Estados contra China, la gran potencia que emerge, y contra Rusia, que se ha convertido en su principal aliado.
El debate sobre la famosa autonomía estratégica de la UE hay que situarlo en este contexto. Pero en esto tampoco deberíamos dejarnos engañar por las apariencias. La preocupación de Borrell no es tanto la actuación unilateral de los EEUU, sino que Biden no lo tenga lo suficientemente en cuenta e incumplan las cláusulas de solidaridad colectiva garantizada por la OTAN. Autonomía estratégica, no para definir con precisión y veracidad los objetivos de una política exterior solvente de la UE, sino para renegociar su condición de aliado subalterno de EEUU y su participación en la toma de decisiones sobre Europa, pero también sobre el Indo-Pacífico. Dicho más claro, el riesgo que temen es quedarse sin el paraguas de la OTAN. El temor de las clases dirigentes europeas es que los EEUU se desentiendan de Europa y que ya no ejerzan su control sobre ella. La UE sigue queriendo ser un protectorado económico militar de los Estados Unidos. No está dispuesta a prescindir de las decenas de bases norteamericanas en su territorio ni de su armamento nuclear desplegado en Europa; por cierto, en proceso de renovación sustancial.
Hay dos áreas de decisión geopolítica en construcción. Una está en el Indo-Pacífico; la otra en Europa. En la primera, que es la principal, los norteamericanos quieren actuar solos con sus aliados tradicionales; es decir, Reino Unido y Australia. A estos se unirán pronto sus dos países que son a su vez protectorados militares, Japón y Corea del Sur. El objetivo, ya se ha dicho, es crear una coalición muy amplia para contener a China, siempre con las incógnitas de India (que tiene fuertes vínculos con Rusia) y de Pakistán (que tiene complejas relaciones con EEUU y con China). El papel de Indonesia será muy importante. EEUU lo ha dejado meridianamente claro: los países europeos, empezando por Francia, estarán fuera de la toma de decisiones de este "gran juego" que acaba de comenzar.
La otra área de decisión es Europa. Aquí el papel decisivo lo va a tener la OTAN. El objetivo: enfrentarse a Rusia y sumarse a la estrategia global contra China que definen los EEUU. El conflicto de Ucrania hay que verlo como el retorno de Europa como territorio de conflicto y guerra entre las grandes potencias. La gravedad del problema es justamente esta, que el conflicto entre EEUU y China se dirime en territorio europeo enfrentando a la OTAN contra Rusia. Por eso las soluciones diplomáticas son extremadamente difíciles y la atmósfera de guerra se hace insoportable. Quien mejor conoce esto es la dirección política del actual gobierno ucraniano que lo aprovecha para rearmarse, formar uno de los mayores ejércitos del mundo y ser, en la práctica, parte de la OTAN.
El dato más sobresaliente en este conflicto es que todos los actores saben que Rusia no invadirá militarmente Ucrania. Las razones son muchas. Ucrania se ha convertido en un Estado fallido con una crisis económico productiva pavorosa y con conflictos étnicos, religiosos y sociales difíciles de gobernar. La pregunta es: si todo el mundo sabe que Rusia no va a invadir, ¿por qué se ha creado este clima de guerra inminente? Por varias razones. La primera es la "batalla por el relato"; se trata de atemorizar a las poblaciones ante un enemigo cruel e implacable para legitimar el incremento sustancial de los gastos militares, la instalación y renovación de nuevos misiles nucleares y la necesidad de un protector externo que nos defienda; es decir, la OTAN. La segunda razón, justificar la urgencia de ampliar la OTAN incorporando, no solo a Ucrania sino también a Georgia y, más allá, al resto de las repúblicas exsoviéticas. La tercera, poner fin a cualquier pretensión presente y, sobre todo futura, de Europa como actor autónomo en las relaciones internacionales, colaborador necesario en la construcción de un nuevo orden multipolar más democrático y plural.
Cuando Pedro Sánchez y Margarita Robles mandan alegremente buques y aviones de combate a la zona en conflicto lo hacen sabiendo que Rusia no va a invadir Ucrania. El problema que tienen estos escenarios con un clima conflictual tan alto, es el riesgo de que algún actor considere que hay que agudizar las contradicciones y provoque una respuesta de Rusia. Biden y Borrell pueden perder el control de la situación y entonces habrá una guerra de verdad; en el centro del espacio europeo y sin saber exactamente cuáles serán los límites. Quien juega con fuego puede terminar quemándose.
La respuesta de Rusia es la propuesta de un tratado de seguridad basado en el desarme y la desnuclearización, en el respeto a la Carta de las Naciones Unidas y a la soberanía de los Estados. Se puede rechazar, se puede descalificar, pero hay una propuesta encima de la mesa que la hace un Estado que tiene la percepción de vivir una crisis existencial en tanto que tal y que lleva 25 años viendo como las fronteras de la OTAN están cada día más cerca de Moscú. Lo más grave es que, como antes dije, este conflicto es parte de un conflicto global de carácter preventivo impulsado por los EEUU y que tiene como verdadero objetivo bloquear, contener y cercar a China. Una vez más, Europa puede poner los muertos de un conflicto en el que nada tiene que ganar y mucho que perder.
La paz no tiene alternativa en Europa. La guerra es el mal absoluto. Lo que debería hacer realmente Europa es tomar iniciativas veraces para una salida diplomática a la crisis que reconozca los intereses comunes que tiene con Rusia; que promueva un gran acuerdo económico, político y militar en el marco del cual se debe resolver el conflicto ucraniano. La Europa de España a los Urales sigue siendo una necesidad. ¿Cuál es el problema? Que esta propuesta se opone a los intereses estratégicos de EEUU. La paz es demasiado importante para que la decidan solo los políticos y los militares.
Comentarios
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