Dominio público

Callar a la prensa, de la narcopolítica a la ultraderecha

Ana Pardo de Vera

A los periodistas mexicanos los siguen matando impunemente. Desde que Andrés Manuel López Obrador, AMLO, llegó a la Presidencia de México, el 90% de los 51 asesinatos de estas compañeras y compañeros ha quedado sin resolver. El problema en este país son las zonas donde el narco, la política y la empresa están sólidamente entrelazados en sus trayectorias y en un negocio donde quien tiene que proteger a los periodistas y detener a sus asesinos, los mata o hace la vista gorda.

En el momento en que escribo estas líneas, en la última semana, han asesinado a una compañera, Lourdes Maldonado, y a un compañero, Margarito Martínez, en Tijuana, territorio fronterizo con California (EE.UU.) Ninguno de los dos que se sepa, cuentan sus colegas tijuanenses, estaba investigando a los narcos, sino informando de la violencia de la zona y siguiendo la potencial corrupción de políticos. Los periodistas que quedan vivos en este territorio informan de los asesinatos de sus compañeros, los velan, apoyan a sus familias, dan la cara, ocupan sus puestos e investigan sus muertes ante la falta de ayuda del Estado. Lo hacen, además, con silencio y precaución -la que es posible- ante la demasiado probable corrupción y complicidad criminal de las fuerzas de seguridad y los gobernantes.

Mientras en México matan a la prensa ante los ojos ciegos de las autoridades y el resto de informadores del mundo tratamos de gritar justicia para ellos y protección para ejercer una actividad sin la cual no hay democracia que valga, en España se ha celebrado este fin de semana una cumbre de ultraderecha donde el partido anfitrión, Vox, ha prohibido la presencia de los medios en la reunión a la que acudían la práctica totalidad de los líderes neofascistas europeos, incluidos los primeros ministros de Hungría, Viktor Orbán; de Polonia, Mateusz Morawiecki, y la líder del Reagrupamiento Nacional francés, Marine Le Pen. Entre todos ellos, baten el récord europeo nacionalismo-imperialismo, xenofobia, racismo, homofobia, transfobia y machismo, aunque mantienen posiciones diferentes respecto a Rusia o, sin ir más lejos, a Carles Puigdemont, a quien apoyó Tom Van Grieken, líder del partido nacionalista flamenco Vlaams Belang allí presente junto al híperventilado imperialismo español de Vox.

Como a los militantes mexicanos de la narcopolítica, a la ultraderecha europea que se reunió en Madrid este fin de semana le une el autoritarismo, la violencia (institucional o física) contra sus detractores y su alergia y su rabia contra una de las herramientas clave de las sociedades democráticas: la prensa. Mientras este tipo de partidos no llegan a los gobiernos, sus métodos son de guante blanco: Vox apeló a las medidas anti-covid para impedir el paso de los periodistas a la reunión, aunque en la sala de la misma, la mayoría de ellos (hombres) no portaban mascarilla, por ejemplo. Según cuenta el periodista de El País, Miguel González, en su crónica, los de Vox incluso intentaron que este medio abandonara el hall del hotel donde se celebraba la cumbre ultra, un establecimiento "abierto al público". González se quedó, faltaría más.


La falta de respeto a la prensa por parte de los dictadores de la droga, pero también de la ultraderecha de todo pelaje, empieza por los intentos de mordaza, prosigue con la infiltración sistemática de presuntos periodistas y medios que dinamitan la actividad propia del periodismo con bulos y acoso, continúa con las amenazas proporcionales al poder que se tenga y culmina con encierros, torturas y muertes. No es una hipérbole, es una realidad que se repite a la vez y en silencio en muchos lugares del mundo gobernados en muchos casos por cargos elegidos democráticamente, como en México. Necesitamos instituciones que protejan el derecho a la información de los ciudadanos y la libertad de prensa y periodistas que sean conscientes de que no se puede dar ni un paso atrás, pero sobre todo necesitamos personas que sean conscientes de lo que representan vetos sistemáticos a los periodistas como el de Vox. No los normalicemos, el fin de la narcopolítica y el neofascismo es el mismo: callarnos.

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