La sala de máquinas de la calle Génova echa humo. A horas de que se abran las urnas en Castilla y León, se ha instalado una sensación por la que nada parece asegurado. Al menos, no tan seguro como cuando el presidente autonómico, Alfonso Fernández Mañueco, convocó los comicios el pasado mes de diciembre para este 13 de febrero. En aquel momento, había un objetivo para los populares y parecía fácil de conseguir. Este era ganar las elecciones y sacar tan buen resultado que le permitiera gobernar en solitario.
Con esto, Pablo Casado pretendía matar varios pájaros de un tiro. Primero, que Mañueco reprodujera una gesta similar a la de Isabel Díaz Ayuso el 4 de mayo en Madrid, de tal forma que quien brillara en el PP ya no fuera la presidenta madrileña sino también el salmantino. Es decir, que los méritos fueran de todo el PP, de ninguna baronesa en concreto. En otras palabras, adjudicar la victoria al propio Casado. Para ello, el PP anhela lograr los 36-37 escaños, o lo que es lo mismo, sumar más que el resto de la izquierda.
Además, desde un prisma estatal, Casado aspira a acorralar a Pedro Sánchez y al Gobierno de coalición con un calendario plagado de convocatorias electorales en aquellos territorios donde la derecha se las promete felices. Castilla y León, Andalucía... De esta manera, conseguiría instaurar una sensación prolongada de derrota en las izquierdas antes de afrontar la última partida, las elecciones generales.
Otro motivo de la convocatoria anticipada en Castilla y León tiene que ver con el pulso que en el espectro de las derechas mantiene el PP con Ciudadanos. Si en mayo los naranjas desaparecieron de la Asamblea de Vallecas, otra derrota similar dejaría a la formación de Inés Arrimadas casi hundida. Sin embargo, el tesón de Francisco Igea puede hacer que la desaparición no sea tan rápida. Y, sobre todo, el empecinamiento de Casado por radicalizar al PP hacia posiciones ultra ha dado un vuelo a Vox que puede convertirse en la sorpresa de la jornada. Un Vox fuerte es, sin duda, un PP debilitado.
Se las prometía felices Mañueco cuando convocaba elecciones el pasado 20 de diciembre pero, desde entonces, el PP no ha conseguido algo que es básico en cualquier campaña electoral: responder a la pregunta ‘¿de qué va esta campaña electoral?’. En un primer lugar, cuando la ola de ómicron despegaba con fuerza, tampoco supo dar respuesta a una duda que enseguida se planteaba: ¿por qué los responsables públicos no se dedican a gestionar lo público en un momento de repunte de la enfermedad en vez de a sus juegos palaciegos?
Pronto se evidenciaba otro motivo por el cual Mañueco adelantaba las votaciones. El calendario judicial de casos relacionados con la corrupción del PP en Castilla y León aconsejaba quitarse el examen cuanto antes. Pero en precampaña, el 12 de enero, la Audiencia de Salamanca admitía una denuncia anónima por financiación ilegal del PP que implicaba al presidente castellano y leonés, tal y como informaba Público. Nervios, nervios, nervios.
La campaña ha viajado por momentos surrealistas como ya predecía la cruzada de bulos y fake news a tenor de unas palabras del ministro de Consumo, Alberto Garzón, sobre las macrogranjas y la calidad de la carne que se producen en estas. Mañueco aprovechaba una manipulación de las palabras del también líder de IU para atacarle y las hordas de medios derechistas hicieron el resto. Se marcaba el terreno de juego, todo vale para que los conservadores conserven el poder. Pericias al más puro estilo Trump recorren la meseta castellana.
Así, hemos escuchado a Casado durante las últimas dos semanas disparates tales como asegurar que el Gobierno ha declarado una guerra a las remolachas o que la única forma de que no gobiernen ERC o EH Bildu ¡en Castilla y León! es votando al PP. No está estudiado cómo afecta en la decisión del voto que un candidato trate al electorado de incapaz. Que en vez de pedir el voto a un ciudadano, este tenga ganas de vomitarlo.
Y, sin embargo, en el último día de campaña llegó una nueva estocada para el PP, aunque el sinfín de medios de derechas harán correr un tupido velo sobre ella. Si el pasado jueves la reforma laboral fue convalidada en el pleno del Congreso por el error de un diputado del PP, Alberto Casero, al votar, previo cambio de voto de dos de UPN en contra de la decisión de su partido (y con grandes evidencias de que tanto la bancada de PP como la de Vox sabían de la operación de los navarros), este viernes los letrados del Congreso emitían un informe en el que aclaraban que no había habido ningún fallo informático ni de otra índole por parte de la Cámara. El único error vino por parte del diputado popular. Un error humano.
Y claro, tras más de una semana apostando por echar las culpas a Meritxell Batet (y con ello al Congreso de los Diputados como institución, denigrándolo) de lo ocurrido en la votación de la reforma laboral, la estrategia de mentiras y falsas ocurrencias del PP ha quedado destapada. Y esto durante el último día de la campaña de las elecciones de Castilla y León. Precisamente, de la campaña de las mentiras.
El jueves, el presidente de la casa de encuestas GAD3 advertía de que, si la participación baja en estos comicios por debajo del 33% a las 14 horas, hay serias posibilidades de que gobierne la izquierda. En un momento en el que las encuestas sirven, a menudo, más para influir en la realidad y estado de ánimo de los votantes que para plasmar esa misma realidad, las palabras del sociólogo se pueden interpretar como un análisis concienzudo sobre la realidad demoscópica o como una advertencia: si al mediodía la participación ha bajado todavía hay horas para movilizar al electorado conservador.
Ya sabemos que este PP es capaz de todo con tal de llegar al poder. Habrá que estar atentos hasta el último momento, pues Casado se la juega el domingo. Los votos de la España Vaciada pueden tener un fuerte impacto en la calle Génova de Madrid, muy cerca de donde da comienzo el Paseo de la Castellana.
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