Dominio público

Que nos dejen dudar en paz

Sato Díaz

Una niña coloca un cartel contra la guerra, tras una manifestación en Madrid contra la invasión de Ucrania por parte de Rusia. REUTERS/Jon Nazca
Una niña coloca un cartel contra la guerra, tras una manifestación en Madrid contra la invasión de Ucrania por parte de Rusia. REUTERS/Jon Nazca

En los últimos días me descubro volviendo a ser aquel adolescente que divagaba en las clases de Historia cuando el profesor explicaba el desarrollo y las fases de la II Guerra Mundial o de la Guerra Civil española. Me recreaba en mis ensoñaciones e intentaba imaginarme los paisajes, los rostros de los protagonistas, el dolor de las víctimas, el sonido de las bombas. Me revelo también últimamente como años más tarde, en el autobús de la mañana camino a clase con el periódico que compraba en el kiosko, intentaba memorizar el mapa de Libia, comprender qué facciones había tras el derrocamiento de Gadafi y las conexiones e intereses occidentales en aquella guerra.

Con esto, quiero decir, que no tengo ni idea de lo que es una guerra, nunca la he vivido (y pese a las severas afirmaciones de Josep Borrell aspiro todavía a que siga siendo así durante mucho tiempo), no he pasado por la más mínima instrucción militar y mi aproximación a lo bélico ha sido a través del estudio, del cine o de otros artes y de los medios de comunicación. No tengo la capacidad de realizar un análisis fiable sobre si es buena o mala decisión que el Gobierno decida enviar armamento letal de manera directa a Ucrania, donde se pretende armar hasta los dientes a la población civil. Tengo alguna intuición, pero poco más.

Tengo la convicción, eso sí, de que lo mismo que me ocurre a mí, le sucede a la inmensa mayoría de los periodistas de este país que opinan en sesudos artículos de opinión o marcan doctrina desde una tertulia de radio o televisión sobre lo que está aconteciendo en Ucrania desde la trágica y sangrienta invasión rusa y sobre la respuesta que debe dar la Unión Europea y España. Puede haber alguna excepción, pero la experiencia bélica de todos estos periodistas es la misma que la mía, cero. Leo, leo mucho estos días para intentar comprender, como seguro que leen, leen mucho los colegas periodistas a los que me acabo de referir.

Durante los últimos días, desde que las tropas rusas entraran con violencia en Ucrania, se ha impuesto una ley no escrita en los medios de comunicación por la cual la divergencia se convierte en una suerte de disidencia condenable en estos tiempos de humores bélicos. Desde buena parte de los grandes medios de comunicación han aplicado una suerte de pensamiento único por el cual la línea oficial no se debe torcer ni un milímetro. Cualquier opinión en sentido contrario o que se separe un ápice de apoyar la escalada bélica y armamentística o el envío de armas a Ucrania y la participación española en primera línea de esto es objeto de mofa, burla y descrédito en el mentidero público.

Hemos visto a líderes de opinión y conductores de los programas televisivos y radiofónicos de máxima audiencia humillar a quien ha opinado de forma diferente en sus espacios en antena. Algunos dirigentes políticos han aprovechado los posicionamientos en estos asuntos para denigrar al adversario. La fuerza de los mass media impone un único relato de lo que acontece y quien se atreve ya no a contradecirlo, sino a matizarlo es acusado en la plaza pública de hereje, de mal español (esto no es nuevo) o de mal europeo (lo que se lleva ahora).

De este modo, quien se atreve a apostar por una desescalada bélica se convierte, a ojos de influyentes tertulianos, en cómplice de las barrabasadas de Putin. También llegarán los insultos: ¡infantil! ¡pueril! ¡izquierdista! ¡hippy trasnochado! ¡idealista! El reduccionismo a un blanco o negro se convierte en la norma y desechamos toda una gama de colores imprescindibles para comprender una realidad tal compleja y con tantas aristas como la actual.

El pasado jueves, en una tertulia de TVE, participaba el general retirado José Enrique de Ayala y, en directo, mostró sus dudas sobre si es oportuno o no para la guerra el envío de las armas a Ucrania. "Yo tengo muchas dudas, no sé, tengo pocas certezas", dijo el militar, antes de exponer las consecuencias que podría tener la escalada armamentística. "A lo mejor lo que tiene que hacer la UE es sentarse junto a Ucrania con Putin para que pare, lo que tenemos que hacer es detener la matanza", prosiguió. Su pasado militar le libró de la humillación mediática a la que otros, por el mero hecho de decir lo mismo, han sido expuestos esta semana.

No es tiempo de certezas, quizás esta sea la única certeza. Entre los argumentos que se han desarrollado durante las últimas semanas contra Putin, uno de los más extendidos es que quiere acabar con la forma de vida de occidente, con valores tales como la democracia y la libertad como pilares fundamentales de las sociedades europeas. La libertad de expresión, de reunión, la pluralidad política, el derecho a expresar opiniones y razonamientos políticos diversos sin sufrir consecuencias son esenciales de esto.

Se convierte en una paradoja, por tanto, la agresividad de algunos comunicadores para crear un marco comunicativo de opuestos donde no entren todas las opiniones y dudas, donde quien difiera se convierta automáticamente en un enemigo. La expulsión y humillación pública de quien tiene una propuesta distinta, de quien expresa unos sentimientos diferenciados ante lo que acontece no es más que la imposición de un discurso único. Y esto es, precisamente, lo contrario a esa pluralidad política que se dice defender.

Me manifiesto en favor de la duda, de la confrontación de ideas en el debate público y de que no haya consecuencias ni escarnio alguno por dudar y por debatir.

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