Dominio público

Guerra y feminismo

Beatriz Gimeno

Guerra y feminismo
Varias mujeres sujetan una bandera ucraniana durante la concentración realizada este domingo en València para clamar contra la guerra que ha iniciado Rusia contra Ucrania. EFE/Kai Försterling

Este no es un artículo sobre la guerra, sino una breve reflexión sobre los vínculos del feminismo con el pacifismo. Hay en estos días muchos artículos sobre las mujeres y la guerra, discusiones acerca de si las mujeres somos más o menos pacíficas que los hombres, sobre el papel que han jugado las mujeres (y juegan) en las guerras etc.

Como primera cuestión es necesario decir que no es lo mismo mujer y guerra que feminismo y guerra. Las mujeres han participado en muchas guerras y pueden ser igual de belicistas que los hombres. El feminismo, como teoría crítica de la sociedad, reflexiona sobre las cuestiones que afectan a las sociedades siempre desde la ruptura del androcentrismo y con el objetivo de conseguir la igualdad entre mujeres y hombres.  En ese sentido, el papel que el feminismo ha jugado en la construcción del pacifismo es incuestionable, aunque es justo recordar que, históricamente, no todo el feminismo ha sido siempre pacifista y que en determinados momentos históricos el feminismo también se ha roto por su posición ante la guerra. No obstante, tome la postura que tome cada mujer feminista, lo que el feminismo sí comparte es un determinado análisis sobre la guerra. Y finalmente, en todo caso, es indiscutible que el pacifismo surge, en parte, del sufragismo, que los movimientos pacifistas organizados están liderados y ocupados mayoritariamente por mujeres y que los análisis del feminismo sobre las guerras permiten establecer un vínculo permanente entre aquel y el pacifismo.

La guerra se escribe siempre sobre un evidente subtexto de género que se naturaliza con mucha facilidad. De repente, muchas personas que son capaces de cuestionar las diferencias sociales relacionadas con el sexo, parece que dejan de verlas o, en todo caso, las encuentran menos criticables o importantes cuando hay guerra. Los que van a combatir son hombres y las que huyen son mujeres y niños. Y aunque haya muchas mujeres que vayan al frente y muchas que participen del esfuerzo bélico en otras posiciones, lo cierto es que los roles de género se refuerzan. Ellos pasan a ser protagonistas, fuertes, ellas refuerzan su rol de cuidadoras y todo deja esto deja de ser cuestionable. Es lo natural y considerarlo así va a tener consecuencias durante la guerra y también después. Las guerras paralizan la agenda feminista y cambian las prioridades sociales que pasan a ser absolutamente androcéntricas. ¿A quien le importa el cuidado en un escenario bélico o post bélico? Si se produce una destrucción masiva de puestos de trabajo, ¿quién va a volver a ocuparlos? ¿Si verdaderamente se produce una masacre y hace falta aumentar la natalidad, ¿quién va a recibir inventivos para ocuparse de la reproducción?  Si se ha producido una legitimación social de la violencia, ¿cuánto costará deslegitimarla como solución a los conflictos públicos y privados? Cuando hay guerra, todo el marco político, social y de pensamiento se derechiza y, de manera inevitable, se masculiniza. Las guerras derechizan y masculinizan el sentido común y debilitan la democracia y la lucha por la igualdad y los derechos humanos. Incluso aunque la causa primera sea justa. El feminismo saldrá perdiendo porque la lucha feminista está intrínsecamente relacionada con el avance de la democracia y con la democratización de todos los espacios e instituciones: la familia, la pareja, el amor, el cuidado, la maternidad/paternidad. Además, está también muy vinculado a la deslegitimación social de la violencia y de las lógicas de dominio.

No está de más en este momento leer a Virginia Woolf en Tres Guineas, su alegato pacifista, tan poco entendido entonces. Decía Virginia Woolf, en plena Segunda Guerra Mundial, que muchas mujeres tenían un Hitler en su casa que nadie se ocupaba de combatir. Naturalmente, no se entendió y me temo que seguiría sin entenderse. Si asumimos que una de cada tres mujeres del planeta sufre violencia de manera cotidiana, en muchas ocasiones cercana a la tortura, no es exagerado decir que nosotras ya estamos en guerra, que sufrimos violencia física, psíquica, simbólica, moral y económica, organizada y perpetuada por estructuras de un sistema patriarcal, racista y clasista. Pero nosotras no respondamos con violencia a la violencia, sino con negociación y lucha política y  social. Woolf sostiene que la familia patriarcal jerárquica asimétrica y autoritaria es el núcleo socializador del tipo de estructura psicológica y social sobre el que se instala el imaginario bélico y el instinto de dominio. Hoy diríamos, después de un siglo de teoría feminista, que esa lógica de dominio va mucho más allá de la familia, que se extiende por las instituciones y el cuerpo social, pero es la misma lógica. El patriarcado instaura la lógica del dominio en todas las instituciones sociales privadas o públicas y la guerra es la extensión de ese afán de dominio.

Leía un hilo en Twitter el otro día que afirmaba que la masculinidad hegemónica no es la causa de las guerras, que es una cuestión cultural que puede influir pero que sin masculinidad hegemónica seguiría habiendo guerras. Decía lo mismo de las maras o de las bandas criminales que ejercen una gran violencia sobre las mujeres. En ambos casos la causa de esa violencia no es la masculinidad, decía, sino la pobreza. Opino que no hay un análisis feminista detrás de esa afirmación. La masculinidad hegemónica es condición necesaria (aunque no suficiente) para la guerra. La masculinidad hegemónica es la herramienta de una ideología patriarcal basada en conceptos como honor, nación, jerarquía, deseo de dominio,  fuerza... y sin la asunción mayoritaria de esos conceptos como valiosos, más valiosos que la vida, la guerra no se impondría (o no con tanta facilidad).

El análisis que hace Virginia Woolf de los uniformes militares sigue plenamente vigente, así como los análisis que podamos hacer sobre la erotización del poder y la violencia que el patriarcado impone.  Pero, sobre todo, es que la masculinidad hegemónica es una consecuencia del sistema de dominación llamado patriarcado y que es muy anterior al capitalismo. De hecho, el patriarcado es también un sistema de expropiación material y, como ha explicado la historiografía feminista, es el modelo de cualquier otro sistema de expropiación y de desigualdad. El patriarcado se funda sobre la expropiación de la capacidad reproductiva y del trabajo (que pasa a ser obligatorio y gratuito) de las mujeres. Y lo hace a través del miedo, de la amenaza parmente, de la violencia, del control sobre la Otra, de la deshumanización, de la equiparación de las mujeres al territorio, del dominio del territorio. Por eso, la violencia sobre las mujeres opera históricamente en determinados momentos y contextos como garantía de gobernabilidad. Federici explica muy bien como el nacimiento de un capitalismo incipiente se hace sobre los cuerpos, la cultura y las vidas de las mujeres. Las brujas fueron quemadas para imponer el miedo y el dominio y, en definitiva, poder apropiarse de tierras y bienes comunes. Segato explica la manera en que algunos estados mafiosos actuales basan en la guerra contra las mujeres su propia inteligibilidad y posibilidad de dominio.

La filósofa feminista María Luisa Femenías hace un breve listado sobre la relación entre el feminismo y el pacifismo y su contraparte: la guerra. Aquí lo copio en parte:

1. Vinculaciones  conceptuales:  el  marco  conceptual  al  uso  es  una  suerte  de  lente socialmente construida través de la que se ve el mundo, estructurado sobre el concepto de "lógica del dominio". Feminismo y pacifismo comparten un fuerte vínculo conceptual que propone examinar para eliminar el sistema de privilegios y de dominio.

2. Conexiones empíricas: remiten a los datos concretos sobre vínculos entre mujeres, niño/as, pobres, medioambiente, etnorrazas y formas de violencia (matar, soportar, padecer violación, embarazos no-deseados, hambre, enfermedades degenerativas, esterilidad). Esto implica identificar las conexiones jerárquicas de hecho e identificar los pactos de silencio (desde las violencias intrafamiliares al ocultamiento de los desechos tóxicos desrregulados o los modos de provocación para argumentar "defensa" o "reacción justa".

3. Relaciones  históricas:  los datos empíricos muestran importantes conexiones y constantes históricas entre el maltrato a las mujeres, a las minorías raciales, a los pobres, a los migrantes, etc. y las actitudes militaristas y antiabortistas (extrema derecha).

4. Estilo de la praxis: se trata de los modos afines en que tanto las mujeres como los grupos pacifistas protestan y denuncian. Buen ejemplo de ello, fueron los movimientos de las sufragistas de las que M. Gandhi adaptó el modelo de protesta e incidencia social, las "rondas"  de las Madres de Plaza de Mayo o los "actos relámpago de concienciación" de los movimientos ecologistas, entre otros.

5. Vinculaciones simbólicas y psicológicas: al nivel del lenguaje, conexiones "naturales" entre sexismo, lenguaje bélico, de dominación y violento, que incluyen la interiorización, el racismo, la feminización del enemigo, la cosificación o naturalización de las mujeres, y la estructuración de las explicaciones cotidianas sobre la base de la metáfora de la guerra. Se construye un  imaginario  que  domestica  tanto  las armas nucleares como las convencionales, naturaliza a las mujeres y feminiza al enemigo y a la naturaleza. Se establecen órdenes jerárquicos, socialmente disfuncionales en sistemas democráticos profundos, por una cadena de conexiones asociativas jerárquica, acrítica, limitante y naturalizada.

Los vínculos entre pacifismo y feminismo son históricamente profundos y muy importantes. Este es un breve apunte sin pretensiones de exhaustividad y que no prefigura ni prejuzga la posición de todas las feministas ante esta guerra pero, al menos, sepamos de qué estamos hablando y no hagamos como si cientos de años de teoría sobre feminismo y guerra no hubiesen existido.

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