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Muerte y resurrección progresista

Elizabeth Duval

Muerte y resurrección progresista
Líder del partido izquierdista francés La France Insoumise (LFI), miembro del parlamento y líder de la coalición de izquierda Nupes, ean-Luc Melenchon.- AFP

En estos tiempos políticos de estrés permanente, todo fracaso parece una tragedia irremontable, un naufragio, un cataclismo, y toda victoria, si acaso llega, una gloria que se replicará eternamente; si gana el adversario, entonces inicia un ciclo de encadenar victoria tras victoria. Todo se explica por todo lo demás, sin dinámicas autónomas; lo que sirve allí, se presupone, servirá por aquí, como si la política consistiera en el arte de operar bien las traslaciones.

La primera vuelta de las elecciones legislativas francesas, en curioso prólogo a la jornada electoral del 19, donde coincidirá su segunda vuelta con las elecciones colombianas y las andaluzas, arroja a partes iguales motivos para la alegría y para la tristeza. La recomposición de una izquierda que parecía muerta (o más bien asesinada por el Gobierno de François Hollande, socialista, tras cuyo paso se hundieron el partido y su credibilidad) es ya histórica, así como el hecho de que el liderazgo de esa unión no lo lleve la socialdemocracia tradicional francesa. Pero hay algunos signos escleróticos en su resultado, síntomas de males endémicos, alertas de peligro.

El primer dato preocupante tiene que ver con la abstención. El 69% de los jóvenes entre 18 y 24 y el 71% entre 25 y 34 no han votado en estas elecciones; son los segmentos poblacionales más favorables a la izquierda y sin la movilización de los cuales es imposible victoria alguna frente a la derecha.

A veces, al hablar de las envejecidas pirámides poblacionales europeas, parece que se enuncie una profecía autocumplida: la imposibilidad de un cambio parecido al de países como Chile, por tomar un ejemplo reciente, por culpa de una diferencia más demográfica que política. Pero, en el caso de Francia (que es, de todos modos, un país con una tasa de natalidad considerablemente más alta que la europea), esa bolsa de votantes ya está ahí: espera apática, sin responder, sin sentirse interpelada. Y esa ausencia es un fracaso.

Uno de los principales graneros de votos de Mélenchon en la primera vuelta de las presidenciales fueron las ciudades de la periferia de grandes urbes: departamentos como Seine-Saint-Denis. La abstención en las presidenciales, siempre superior (por mucho) a las legislativas, fue de un 30%; en las legislativas, es la participación la que ha sido de un 30%, convirtiéndose en el departamento que menos ha votado de toda Francia. Por comparar: Mélenchon obtuvo 260 mil votos allí donde la izquierda entera, en coalición, ha logrado en estas elecciones 139 mil. Casi el doble.

Quedar los primeros en la primera vuelta (que no ganar) parecería ya suficiente, en algunas interpretaciones, como para asegurar la resurrección de la izquierda y la capacidad de arrastre de los insumisos de Mélenchon. La realidad es otra: no ha habido un ensanchamiento particular, la enorme ilusión de las redes sociales no se ha reflejado en un desborde en las urnas, no se ha movilizado a la abstención, ni a los jóvenes, y si se ha logrado algo ha sido por una suma numérica (menos meritoria que el excelente resultado de hace unos meses en las presidenciales) que no amplía lo necesario el campo de batalla francés. La izquierda "resucita", vuelve a existir y aparecer, queda primera en votos en esta vuelta, pero resultará muy difícil que gane. De esta cuasi victoria sería extraordinariamente fácil extraer las lecciones equivocadas.

Que la izquierda francesa logre ser relevante a través de una coalición capaz de aunar a toda la izquierda no significa que el modelo a exportar sea, a partir de ahora, coaliciones capaces de unir a todas las fuerzas de izquierda en todas partes. La lógica de la coalición en Francia va íntimamente ligada al sistema electoral, con sus dos vueltas y circunscripciones uninominales, que beneficia a las agrupaciones y castiga la dispersión del voto al dejar atrás una gran parte de proporcionalidad.             Que la izquierda logre con la NUPES un 26,1% no puede esconder que casi todo lo que no contienen esas siglas se parece más a la derecha que otra cosa; Francia sigue siendo un país extremadamente derechizado y lo será sin aparente final mientras su juventud no aspire a tomar las riendas de un país que dentro de una semana tendría la oportunidad de cambiar.

Por el funcionamiento del sistema electoral francés, hay muchos candidatos de la NUPES con más de un 50% de los votos que no han ganado directamente en primera vuelta... porque la participación ha sido demasiado baja como para obtener un porcentaje suficiente de los votos respecto al censo. Esto también es trágico: la cantidad de votos obtenida no es nada alentadora, ni supone un espaldarazo a proyecto compartido. Sólo un 40% de los verdes optó por la NUPES, alianza en la que participaban; igual de baja era la simpatía de los socialistas. Y conservar y afianzar la alianza con tal de prepararse para 2027 será complicado, más aún con el vacío de poder que dejará un Mélenchon que cede el testigo y no se presentó a estas últimas elecciones.

Hay una conclusión positiva y una negativa que sacar de las legislativas francesas. Queda una segunda vuelta donde pueden suceder milagros relativos, pero las lecciones ya son previsibles. La primera: lo que estaba muerto puede volver a renacer, existir, ocupar espacio, de forma muy rápida; una izquierda desaparecida puede, casi por carambola y en unas semanas, convertirse en fuerza de oposición.

Pero a esto responde la segunda: en un mes no se conquista el poder, no se desmonta un clima cultural, no se gana un país, no se moviliza y no se ilusiona; no se sanan todos los males endémicos y achaques que van lastrando a lo largo de los años a cualquier fuerza política. No podemos copiar los métodos de nuestros vecinos franceses, pero sí intentar, en el caso de los proyectos españoles, afrontar cada fenómeno con su particularidad. Y eso también pasa por aceptar las derrotas, sobre todo cuando van disfrazadas de victorias, levantarse tras ellas y construir mejor: sabiendo que ni los tiempos ni la política se acaban.

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