Dominio público

Los enemigos de Putin no siempre mueren

Mark Galeotti

Autor de 'Tenemos que hablar de Putin' (Capitán Swing)

Los enemigos de Putin no siempre mueren
El presidente ruso Vladimir Putin preside una reunión del Presidium del Consejo de Estado en el Kremlin en Moscú el 25 de mayo de 2022. Serguéi.- GUNEYEV / SPUTNIK / AFP

Este artículo corresponde al capítulo 9 del libro Tenemos que hablar de Putin, publicado por Capitán Swing

El 12 de agosto de 2000, el combustible de un torpedo explotó en el interior del submarino nuclear Kursk K-141 mientras realizaba unas prácticas en las aguas glaciales del mar de Barents. La mayor parte de la tripulación murió en el acto, pero veintitrés marineros seguían con vida mientras la nave se hundía hasta alcanzar el fondo marino. Los rusos no disponían de los submarinos de rescate necesarios, pero cuando la marina británica y la noruega ofrecieron su ayuda, Putin optó por no arriesgarse a permitir que miradas extranjeras pudieran asomarse a uno de sus navíos más avanzados y dejó que los marineros murieran.

El 13 de febrero de 2004, la potente explosión de una bomba destrozo el 4 x 4 del presidente de los rebeldes chechenos en el exilio Zelimján Yandarbiyev cuando regresaba a casa desde su mezquita en Doha (Qatar), en compañía de su hijo y de dos guardaespaldas. Yandarbiyev murió en el hospital y varios agentes del gru, el Departamento Central de Inteligencia ruso, fueron condenados posteriormente por el asesinato.

El 1 de noviembre de 2006, el exagente del Servicio Federal de Seguridad y en aquel momento confidente y desertor Alexander Litvinenko cayó enfermo en Londres. Durante los veintidós días siguientes una dosis de plutonio-210 altamente radiactivo fue consumiendo su cuerpo hasta causarle la muerte. El gobierno británico lo consideró una ejecución extrajudicial obra del sfs.

El 27 de febrero de 2015, como ya hemos visto antes, el dirigente de la oposición Borís Nemtsov fue acribillado en Moscú por agentes de seguridad chechenos. Aunque nada indica que Putin desease o acogiese con agrado el asesinato, parece innegable que el lenguaje tóxico utilizado en los últimos tiempos por el Kremlin, tachando a la oposición de «quinta columna» y describiéndola incluso como una «banda de traidores a la nación», junto con la tolerancia demostrada hacia anteriores asesinatos o palizas ordenados por el dirigente checheno Kadírov, habían creado un ambiente que favorecía tales desmanes.


El 4 de marzo de 2018, Serguéi Skripal, un exoficial del Departamento Central de Inteligencia y agente doble al servicio del mi6 británico, entonces residente en Salisbury, cayó enfermo víctima de la exposición a lo que resultó ser un agente nervioso llamado Novichok, administrado por dos espías rusos. Él y su hija sobrevivieron pero una mujer inocente que encontró el frasco de perfume utilizado para ocultar el Novichok acabó muriendo.

Y podríamos continuar la lista: desde civiles chechenos cuyas ciudades fueron arrasadas por bolas de fuego proyectadas por misiles balísticos termobáricos durante la segunda guerra chechena hasta periodistas y críticos que sabían demasiado o hablaron más de la cuenta y cayeron misteriosamente enfermos, este es un Kremlin que mata. Por acción directa o por apoyo indirecto, por obcecada inacción (como en el caso del submarino Kursk) o creando un ambiente en el que los agentes y los oligarcas sienten que pueden matar con impunidad.

Pero aun así, Putin no es un tirano asesino indiscriminado y, pese a las insinuaciones de la prensa, el asesinato personal o en gran escala desde luego no es el recurso preferido de su régimen. Lo que ocurre es que actualmente vamos con demasiada facilidad la mano ensangrentada del Kremlin detrás de la muerte de cualquier ruso destacado. Es posible que en algún caso su muerte haya sido obra del Kremlin, pero es muchísimo más probable que sea el resultado de algún ajuste de cuentas privado; los rusos tienen muchas más probabilidades de ser asesinados por rivalidades comerciales o criminales que por alguna acción vinculada al régimen. Como ocurrió en el caso de Nemtsov y también de muchos otros, la gente no muere asesinada porque Putin desee verla muerta sino porque algún otro personaje poderoso lo desea y a Putin le es indiferente y no se toma la molestia de impedirlo. (Y aun es mayor la probabilidad de que la causa sea las obesidad, un mal estado general de salud y que el hombre ya pasaba de los sesenta y acusaba el desgaste causado por una mala alimentación y un consumo excesivo de alcohol; la esperanza de vida de un hombre ruso es de apenas sesenta y siete años, comparada con los setenta y nueve que alcanza en el Reino Unido).

Putin no considera que todo aquel que no está a su favor está activamente en contra suya. La otra cara de su manera muy personal de abordar el trato con sus amigos y sus lacayos resulta visible en su modo de tratar a quienes le hacen una mala jugada. En 2001, en el curso de una conversación con el periodista liberal Alexéi Venediktov, estableció una clara distinción entre enemigos y traidores: «Con los enemigos te enfrentas cara a cara, los combates, después alcanzas un armisticio y todo está claro. A un traidor hay que destruirlo, aplastarlo». Y con conmovedora sinceridad añadió: «Tú no eres un traidor, Alexéi, ya lo sabes. Tú eres un enemigo». Putin ya cuenta con que los periodistas extranjeros y los liberales autóctonos escriban cosas desagradables sobre él y, si bien a veces pueden sufrir algún acoso, en general el Kremlin se limita a tolerarlos como una molestia que forma parte del panorama; en definitiva, eso es lo que se espera de un enemigo.

La inquina de Putin se dirige contra quienes considera traidores, personas que en otro tiempo fueron próximas pero han cambiado de bando. Mijaíl Jodorkovski, por ejemplo, se había hecho inmensamente rico en el marco del sistema y se le ofreció la oportunidad de mantener esa posición, pero prefirió desafiar al Kremlin. Los chechenos eran ciudadanos rusos que intentaban cortar amarras y, por tanto, había que aplastarlos. Los ucranianos, en opinión de Putin, son en el fondo súbditos rusos y, por lo tanto, no es admisible que vuelvan la espalda a Moscú. Esto podría explicar incluso el asesinato de Skripal: no solo era un chequista traidor a la patria ¾y encima por dinero¾ sino que en 2010 había sido indultado como parte de un intercambio de espías. En opinión de los rusos, el trato no escrito es que el indulto significa que tu expediente queda limpio, pero a cambio tienes que dejar el mundo del espionaje. Evidentemente, tendrás que responder a algún  interrogatorio y podrás dar alguna charla sobre cómo eran las cosas en tu tiempo, pero eso es todo. Puesto que se ha evidenciado que la actividad de Skripal iba bastante más allá y se dedicaba a viajar por Europa asesorando a otros servicios de seguridad e incluso identificando tal vez a antiguos colegas con vistas a su seguimiento o su captación, desde el punto de vista de Putin había quebrantado las normas. Y aunque el presidente ha negado cualquier tipo de intervención rusa en el asesinato, tampoco ha dado señales de lamentarlo y ha descrito a Skripal como «pura escoria» y un «traidor a la patria».

Y ya sabemos que Putin considera que a un traidor hay que destruirlo, aplastarlo. O como él mismo dijo en 2010: «Los traidores morirán. Son gente que ha traicionado a sus amigos, a sus hermanos de armas. Lo que hayan conseguido a cambio, esas treinta monedas de plata, tendrán que tragárselas».

No obstante, la mayoría de enemigos no son traidores. Putin no quiere ser un tirano, si puede evitarlo, y como ya hemos visto, en su Rusia hay un margen sorprendente para un cierto tipo de libertad limitada. La televisión, con la sola excepción del heroico canal Dozhd que emite por Internet, está bajo control o dominio estatal, pero en la prensa impresa y digital se pueden encontrar muchos ejemplos de periodismo crítico e incluso auténticos trabajos de investigación[1]. Rusia es un lugar peligroso para trabajar en los medios de comunicación ¾un periodista local corre un riesgo equivalente al de un corresponsal de guerra en otros sitios¾ pero todavía quedan personas dispuestas a hurgar en los rincones oscuros y proyectar luz sobre ellos. Cuando se hizo pública la verdadera identidad de los dos asesinos del gru que intentaron liquidar a Skripal, la atención se centró en Bellingcat, el sitio web de periodismo de investigación que divulgó los datos, pero este no podría haberles seguido la pista sin la colaboración de periodistas rusos.

Y al igual que sigue habiendo auténtico periodismo, también se hace mucha política genuina, con la condición de que no se presente como tal. Las organizaciones no gubernamentales corren el riesgo de sufrir presiones o la suspensión directa de su actividad cuando comienzan a representar un desafío para el Estado, pero en el ámbito local Rusia está llena de asociaciones de padres y de vecinos,, grupos de presión, organizaciones de defensa del medio ambiente y otras manifestaciones de la sociedad civil de base. A veces se las ignora, otras veces se las reprime, pero a menudo consiguen impulsar cambios reales. El secreto parece ser centrar la atención en la búsqueda de resultados concretos y aprovechar siempre, absolutamente siempre, todas las oportunidades para dejar claro que su actividad no es política y sus quejas no van dirigidas contra la administración, ya sea local o nacional, sino que solo les preocupa ese tema en particular o ese problema concreto.

Una vez más, todo gira en torno a los poniátiye, los acuerdos tácitos. Quien sigue las normas no escritas, no debería tener problemas. Solo quien traspasa ese límite acaba convertido en un enemigo o incluso un traidor. Putin es un autócrata compasivo. No quiere matar a nadie, a menos que uno le obligue a hacerlo.

[1] La situación ha cambiado tras la invasión de Ucrania. El 24 de febrero de 2022, el organismo ruso de control de los medios de comunicación, Roskomnadzor, impuso a todos los medios de comunicación la prohibir de difundir cualquier información no procedente de fuentes estatales oficiales, bajo la amenaza de multas que pueden superar los sesenta mil dólares. A primeros de marzo, el gobierno bloqueó Las emisiones de Dozhd y otras cadenas no afines bajo la acusación de «difundir noticias falsas» durante su cobertura de la invasión. (N. de la T.)

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