Jordi salía de trabajar cuando un hombre se le acercó y la emprendió a golpes contra él al grito de Viva Franco y Viva España. Le partió la nariz y si no llega a ser por varios transeúntes, la paliza continua. Llamaron a la policía a gritos, pero el agresor los advirtió: la Policía soy yo. Se trataba de un inspector de la Brigada de Información del CNP que sabía bien quién era Jordi. Jordi Borràs, el fotoperiodista catalán que llevaba años retratando a la extrema derecha y cuya cabeza era un trofeo para los fascistas, que llegaron incluso a señalar y visitar su domicilio familiar.
Iván, el policía, fue condenado el pasado mes de enero a un año de cárcel por un delito de lesiones con la agravante de discriminación por motivos ideológicos, pero nunca dejó de trabajar. Ni tampoco entrará en prisión. Ayer se conoció que sería apartado del Cuerpo, pero tan solo un año. La sanción mínima. Unas vacaciones por partirle la cara a un periodista porque eres un fascista y tu víctima, un rojo separatista. Relájate, Iván, que representas la Ley, al Estado, y no se puede ir así tan pancho, hombre. Estas cosas se hacen bien. Ale, tómate un descanso y luego, a seguir sirviendo y protegiendo a la ciudadanía. El agente seguirá siendo un servidor público. Jordi, como tantos y tantas periodistas, seguirá considerado por muchos como un ‘periodista activista’.
La actualidad nos trajo otra noticia curiosa este mismo día. Un medio publicaba los datos personales y los antecedentes policiales (esos que solo conoce la Policía, porque no implican condena) de una de las personas que comunicó a la Delegación del Gobierno la manifestación contra la OTAN en Madrid. No es la primera vez que un medio reproduce una información policial a medida, exponiendo a alguien y salpicando a alguna organización política, con el objetivo de crear alarma social, señalar a alguien por su ideología, causar miedo entre sus afines y meter en el ajo a quien se quiera destruir, normalmente, partidos u organizaciones de izquierdas. Porque la información sobre esta comunicación solo la tienen la Delegación del Gobierno y la Policía. Esto mismo sucedió cuando la ultraderecha provocó los disturbios durante un mitin en Vallecas. Varios medios sacaron hasta la talla de calzoncillos de los que salían en primera línea durante las cargas policiales. Esta información, que solo podría ser distribuida directamente desde un despacho de la Policía o de la Delegación del Gobierno, solo necesitaba la firma de un tonto útil. De un periodista activista. Activista del sistema, que es el peor activismo del que puede presumir un supuesto profesional de la información.
No ha sido la única noticia de estos últimos días que ejemplifica a la perfección el problema que existe en el Ministerio del Interior y en las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, esté quien esté en la Moncloa y en el Consejo de Ministros. La pasada semana, varios científicos y activistas miembros de Rebelión Científica y de Extinction Rebellion fueron detenidos por la Brigada Antiterrorista de la Policía. Se les acusaba de un delito contra las Instituciones del Estado por protestar ante el Congreso y lanzar agua con remolacha. Esto solo se entiende cuando lo que pretenden es causar miedo y criminalizar a quien proteste. Nada nuevo, por desgracia, pero aquí nadie da explicaciones ni se rasga las vestiduras. Hay carta blanca. Y si hablan de ‘extrema izquierda’ o ‘separatistas’, ya ni te cuento.
Mucho se ha hablado de la cloaca policial que trataba de hundir a Podemos, a los independentistas o simplemente a rivales políticos. Pero siempre ha existido una enorme y apestosa cloaca contra los movimientos sociales que no tiene ni siquiera la decencia de esconderse. Lo vimos recientemente con el policía infiltrado en un sindicato de estudiantes y un colectivo de barrio que paraba desahucios en Barcelona. Marc, como se hacía llamar, fue destapado por la Directa y denunciado por sus víctimas. Él mismo publicó a los pocos días una foto en sus redes descansando en su piscina presumiendo de la hazaña y riéndose de todos.
A esta cloaca eterna, que permanece gobierne quien gobierne, no le hace falta esconderse. Se cree y se sabe impune. Por eso el poli Iván le dio la paliza al fotoperiodista, porque sabía que mantendría el puesto. Por eso el poli Marc se fotografía tranquilo en su piscina. Y por eso el periodista que firma lo que le pasa el poli de turno, firma con su nombre la pieza. Si de verdad a aquellos a los que vigilan, señalan y criminalizan fuesen peligrosos para la seguridad, nada de esto sería así. Son peligrosos, pero para su relato, para sus consensos, y eso a veces es mucho más preocupante para el poder que un contenedor ardiendo.
La noticia que ponía en la diana a los que comunicaron la manifestación contra la OTAN es el peor periodismo activista posible, insisto. El periodismo que no molesta al poder, sino que le es útil, es propaganda, no periodismo. De la misma calaña que el que reivindicó el ex director de El País, Antonio Caño, ayer mismo en su cuenta de Twitter: "Hace cuatro años intentamos evitar desde El País el pacto de Sánchez con populistas y separatistas porque creíamos que eso era malo para la izquierda y para España". Pues eso.
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