Dominio público

Ayuso y los viejóvenes

Elizabeth Duval

Ayuso y los viejóvenes
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, vota al final de la primera jornada del XVII Congreso del Partido Popular de Madrid, en Feria de Madrid IFEMA, a 21 de mayo de 2022, en Madrid, (España). .- EUROPA PRESS

Me he preguntado últimamente por qué gana Ayuso en la Comunidad de Madrid con un 70% de participación y pierde la izquierda en Francia, por ejemplo, con un 70% de abstención entre los jóvenes. Sé que las comparaciones son odiosas, que dos datos contrapuestos pueden no tener nada que ver, pero sí hay algunas claves de las que no se puede huir: la izquierda no pierde en Madrid porque haya una juventud desmedidamente incomparecente (entre los 18 y los 24 ganó el PP con un 26%; entre 25 y 34, eso sí, Más Madrid) o porque los votantes de izquierda estuvieran desmovilizados; la izquierda sí que pierde en Francia, al menos parcialmente, porque ni arrastra a la juventud ni arrastra a sus votantes.

Afirma Bifo en su último libro, El tercer inconsciente, que la desmovilización general es un síntoma de rendición, un colapso del cuerpo: la mente social ha optado de manera inconsciente por ralentizar el ritmo. Si Ayuso gana es porque ofrece una forma de escapar, una salida: aprovecha el estado emocional colectivo originado por el clima de fatiga pandémica para ofrecer un alivio generalizado a la población, la anestesia a base de cañas y libertad. Si hubo jóvenes votándola, eran jóvenes en ese mismo estado de ánimo cansado, con necesidad de desfogarse; si vence es porque su enfoque mentiroso es terapéutico para los asfixiados.

Lo que la izquierda está siendo incapaz de ofrecer frente al miedo que le provocan los de enfrente es ilusión, y hasta que de ilusión no se arme no podrá volver a imaginarse ganando unas elecciones. Pero es que hay toda una serie de pensadores políticos de izquierda que se han instalado en ese mismo ánimo depresivo, catastrofista, capaz de afirmar la inevitabilidad del colapso.

¿Qué hacemos cuando pensadores presuntamente "de izquierdas" afirman que no hay salida política del apocalipsis y que traicionar es la única tarea que la izquierda es capaz de realizar de manera competente? ¿Qué hacemos cuando, desde el pensamiento, no se nos enseña la posibilidad de un futuro, ni logramos visualizar comunidades constituidas de otra manera? ¿Cómo va a actuar la política si sus supuestos pensadores viven en la resignación de considerarla una actividad muerta, si sólo esperan a la rebelión de lo pequeño, si aceptan la ambición de muerte como su ambición propia y cercana?

Hay una parte del diagnóstico que me perturba, pero al mismo tiempo me parece certera: el pueblo y la juventud no quieren ser salvados, no desean medidas paliativas, les importa sólo de forma relativa y sólo a algunos lo que la política pueda darles si no se trata esa ofrenda de un horizonte. Bifo no tiene razón cuando afirma que la política ha muerto en nuestro mundo, pero sí la tiene si interpretamos otra cosa en sus palabras: que la política está muerta en los ojos de muchos de aquellos que más se benefician y beneficiarían de sus posibilidades, y que algo tenemos que hacer en el tiempo posterior a esa muerte, que alguna resurrección necesaria habrá que operar para lograr otra política del porvenir.

No me resigno a creer que es imposible una política capaz de convencer(nos) de que otro mundo es posible, de que la infinita serie de posibilidades todavía no se ha cerrado. Mi sentimiento no parte de constataciones racionales, como la desesperanza de Bifo, que ya acepta el vivir para la muerte y la imposibilidad de resolver las encrucijadas planetarias a las que nos enfrentamos, o sea, la imposibilidad para impedir la extinción. Parte del sentimiento de no poder: no me resigno porque no puedo resignarme, porque algo en mí lo impide y necesita creer en otra cosa, depositar en la posibilidad aún sin concretar su fe ciega, cual semilla de futuro, plantarla y agarrarse a ella (por más que arda) para hacer frente a los abismos.

Necesitamos una política que ofrezca esa fe ciega a, entre otros, una juventud a la cual la amplia mayoría de la política le da igual, le cansa, le harta. En el momento del 15M, quienes habitaban (y aún habitan) ese tiempo asistían a una politización de la vida en ciertos términos, a una aceleración de lo político, o así me los imagino yo, o así me lo relatan; hoy es como si la política nos hubiera abandonado y dejado solos ante el mundo, porque lo único que produce es hastío. Y necesitamos así una política en contra de la política pasada, con otras herramientas y otros discursos, para convocar los deseos que aún no han sido convocados. Necesitamos otras vías de escape. Y quizás el problema, en esos términos, sea que aún no hemos podido imaginar con credibilidad y firmeza otra salida distinta a la suya. No es el viejo mundo el que está cansado: es el nuevo el que nace ya estándolo.

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