En marzo de 2022, los líderes de la Unión Europea se reunieron en el emblemático palacio de Versalles, a las afueras de París, y muy preocupados por la invasión de Rusia a Ucrania, emitieron la solemne Declaración ídem. "La guerra en Ucrania es un drama, humano, político, humanitario. Pero es también un elemento que va a llevar a redefinir completamente la arquitectura de Europa", dijo el también solemne presidente francés, Emmanuel Macron, anfitrión del encuentro del los jefes de Estado y de Gobierno de los veintisiete.
Una semana después, la misma UE, con el largo impulso del alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, el español Josep Borrell, aprobaba la creación para 2025 de una Fuerza Europea de Despliegue Rápido de hasta 5.000 soldados que constituirían el embrión de un ejército europeo que, junto a otras políticas y medidas, dotase al continente de la cacareada "autonomía estratégica" frente a las nuevas (y no tan nuevas) amenazas y riesgos de sus países.
Menos de cuatro meses después, desconocemos en qué punto están las solemnidades de Macron en Versalles y las intenciones de Borrell en Bruselas para crear una Europa soberana en seguridad y defensa, aunque intuimos que el fragor atlantista de la Cumbre de la OTAN en Madrid ha devorado a sus retoños europeístas. Y no ha habido una explicación al respecto, nada: un encuentro fabuloso (eso sí) de líderes mundiales en el Museo del Prado, que ni necesitó engalanarse porque se basta y se sobra solo; una loas al demócrata Erdogan, presidente de Turquía, por permitir que Suecia y Finlandia se incorporen a la Organización Trasatlántica; un tenue aviso a China (imaginamos que en Pekín están muertos de miedo); una declaración de la segunda Guerra Fría entre Rusia y USA, y cada uno a su casa. Joe Biden, el anfitrión de facto como presidente de EE.UU. y de la OTAN, ni se quedó a cenar. Al fin y al cabo, Ucrania está en suelo europeo y en Washington tiene completamente a salvo su vetusta figura.
Adiós a la política de vecindad con Rusia instaurada por Angela Merkel, y de la que ella se niega a renegar, con buen criterio en mi opinión; adiós a la autonomía estratégica de la UE, y adiós a la paz económica y social en Europa, porque total, después de la pandemia, nos sobraban ambas. Todo ello, con permiso del amigo Marruecos, que pese a la bajada de pantalones del Gobierno con el Sáhara, sigue organizando matanzas en la valla de Melilla, veremos si con la complicidad de las fuerzas y cuerpos de Seguridad españoles.
El panorama en la UE es confuso, por decirlo suavemente, pero en España, el atlantismo de Pedro Sánchez -que amenaza con igualarse al de José María Aznar y, al menos, con el Sáhara lo ha superado- ha entrado como un misil (sic) entre el PSOE y su socio en el Ejecutivo, Unidas Podemos, que se arroga la ideología pacifista de la coalición y que, hasta ahora, había sorteado con discreción las diferencias. La incompatibilidad de UP con la ministra de Defensa, Margarita Robles, no cuenta, pues va más allá de las competencias de ésta.
Unidas Podemos ha estallado esta semana por el crédito extraordinario de 1.000 millones para incrementar el presupuesto de Defensa aprobado en el Consejo de Ministros de este martes, pero el globo llevaba hinchándose desde hace tiempo, concretamente, desde el día en que Putin inició la invasión de Ucrania. Moncloa asegura que los secretarios de Estado y subsecretarios fueron informados del crédito y su importe en su reunión semanal de los jueves, previa a la de los ministros de los martes. UP, y en primer lugar, la vicepresidenta Yolanda Díaz sostienen, no obstante, que los datos no fueron aportados en su totalidad. Moncloa contesta que, en todo caso, la política de seguridad, exterior y de defensa es materia del presidente, pero en UP advierten de que sin ellos, Sánchez no preside. Mientras tanto, estos árboles llenos de nudos, que tanto daño hacen al futuro electoral de ambos partidos, no permiten ver el bosque: ¿Adónde van nuestra seguridad y nuestra defensa?
En cuatro meses, como indicaba al principio, la UE se encaminaba, parecía que de una vez por todas, hacia su autonomía estratégica. Los postulados manejados por los veintisiete se acercaban más a los postulados de diplomacia, disuasión o de seguridad compartida a los que apeló el asesinado primer ministro sueco Olof Palme, que siguen plenamente vigentes y, creo, más necesarios que nunca; que abarcan una concepción socialdemócrata de la seguridad y la defensa que va mucho más allá de los medios militares, sin renegar de ellos, pero que apunta a la superación del enfrentamiento entre los bloques y el fin de la carrera armamentística.
Hasta anteayer, en realidad, la socialdemocracia europea se movía en estos planteamientos. ¿Qué ha pasado en cuatro meses? ¿La amenaza de invasión de Putin a Europa, más allá de a Ucrania, es real? ¿No debemos entonces ser informados? Si no es así, ¿para qué más gasto militar en cantidades tan considerables? ¿Dónde deja la UE sus valiosas y siempre complejas relaciones con China? ¿Y con Pakistán, India, Argelia (no olvidamos), Irán..., además de la propia Rusia? ¿Vamos a situarnos enfrente de toda la parte del mundo con la que compartimos vecindad terrestre por un EE.UU. del que separan a este bloque los dos océanos más grandes del mundo? ¿Política de vecindad con el sátrapa de Marruecos, sí, y con el resto, no? ¿Por qué? ¿Por qué en la Cumbre de la OTAN nadie habló de Afganistán (¡No hace ni un año que los abandonamos a su suerte!), de Libia o de Irak?
Ésta es la cuestión de fondo que amarga la relación de Unidas Podemos con el PSOE en el Gobierno y que desconcierta a la ciudadanía en general, salvo a los salvapatrias que ven en las armas y en EE.UU., valga la redundancia, la solución a todos los males del mundo: no saber, no entender la estrategia cambiante y contradictoria en un tema tan delicado como la defensa y la seguridad de todos y todas. No es el gasto militar per se. No es la OTAN. No es Ucrania, siquiera. Ni Rusia o EE.UU. Es esta huida hacia delante en la que se ha embarcado la Unión Europea, con España en el papel de cheerleader, que resulta incomprensible. Y que, sobre todo, seguirá matando, dicen que indefinidamente.
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