Alarmada al saber que el presidente Erdogan se aleja cada vez del modelo occidental democrático utilizando de manera burda la producción nacional de telenovelas para difundir una imagen errónea del pasado turco-otomano, en mi condición de divulgadora de cultura histórica -avalada por mis títulos e impecable trayectoria profesional- me atrevo a dirigir al presidente una carta con algunos consejos, para que siga el ejemplo de las democracia occidentales y, en concreto de la española, por su ejemplar difusión del pasado patrio a través de la industria audiovisual.
Estimado presidente de la República de Turquía:
De cara a la empresa nacional cultural que te dispones a emprender, me permito ofrecerte algunos consejos basados en mi conocimiento y experiencia.
La historia no es algo que sucede al margen de nuestra habilidad como especie para contarla. La historia no es inocente, jamás es neutral y nunca es objetiva. La historia la cuentan hombres y mujeres que desarrollan su trabajo en contextos de cualificación e investigación de acuerdo con ciertas reglas y conocimientos técnicos, pero también de conformidad con sus subjetividades grupales e individuales, incardinadas a su vez en sus respectivos contextos sociohistóricos. La historia, en tanto que narrativa con un alto componente técnico y por su cualidad cultural y cognitiva, tiene sus propias políticas.
La historia es de una enorme importancia para las sociedades humanas occidentales porque se piensan históricamente. Estas sociedades se narran de manera quintaesencialmente histórica. Sus relatos operan sobre una línea temporal y se construyen en un diálogo permanente con un pasado imaginado, con un grado de agudeza y rigor directamente proporcional a los niveles de extrañamiento que provoca. Por simplificar, si el pasado te resulta familiar, es que no estás sabiendo interpretarlo. Quiero aclararte también, presidente querido, que en contra de ideas muy extendidas, carentes de fundamento y toda lógica, ni el pasado se repite ni es maestro de vida. Cada momento de la historia es único e irrecuperable, más allá de algunos ecos o resonancias a los que por supuesto hay que prestar atención. Pero vamos, que ni la historia se repite ni se puede predecir el futuro. A lo sumo se pueden prevenir errores cuya comisión la historia, junto con otras disciplinas, nos puede ayudar a detectar.
El pasado es una interrogante, es incómodo y en ocasiones inaccesible. La historiadora lo sabe, y por eso busca el modo de aproximarlo al presente mediante la imaginación teórica. La buena historia siempre se sustenta en un método y dialoga con una teoría. A su vez, la historia es un método privilegiado en las ciencias sociales. No hay sociología o ciencia política a la que el análisis histórico no aproveche.
Es cierto que la historia se puede manipular. Incluso se puede mentir descaradamente sobre el pasado obviando o falseando informaciones contrastables. Pero esto, querido presidente, es algo que no te aconsejo. Las sociedades democráticas mantienen una actitud vigilante respecto de los discursos del pasado, respecto de la historia oficial y la historia oficiosa difundida más o menos inadvertidamente a través de productos culturales. El audiovisual ocupa un lugar central en la difusión de relatos históricos en las sociedades modernas y por eso su elaboración está muy cuidada, muy bien asesorada por expertos y expertas y, lo que es más importante, muy sometida a un criterio de relevancia pública para no inducir engaños, para no infantilizar a la sociedad. Se busca que sus miembros tengan una relación crítica con su pasado, pues solo desde esa relación es posible hacer la democracia un lugar de convivencia e inclusión. Y, por supuesto, solo desde el fomento de esa forma de relación es posible contar con un debate público robusto y formado.
En España sabemos muy bien, querido presidente, todo esto que te estoy contando. Y por esa razón nuestro audiovisual se ha volcado en series históricas de enorme calidad y rigor, a la par que entretenidas. Tenemos una producción audiovisual destinada a la narración histórica tan relevante que me cuesta hacerte una selección detallada.
Te dejo algún ejemplo. En la serie de la televisión pública Isabel los actores y actrices poseen unas bellezas contemporáneas tan homogéneas y apabullantes que, sin duda, ese es el mejor reclamo para otorgar plausibilidad a argumentos que, por lo demás, se ciñen perfectamente a los hechos, como el de que durante ochocientos años el enfrentamiento entre musulmanes y cristianos en territorio peninsular fue continuado y necesariamente épico. No es cuestión baladí presentar las cosas de esta manera, porque así se entiende mejor que el odio al musulmán es secular y, por ende, las razones por las que perdura (sic).
En el Ministerio del Tiempo, la historia es una cosa que gestiona una institución que ha de velar por que el pasado permanezca tal como fue (notarás, presidente, que con esta licencia, los autores se desvían un poco de mis enseñanzas) pero el propósito es admirable, pues gracias a esta serie tan entretenida se entiende perfectamente "lo que es España", con "todas sus luces y sus sombras", pero ¡ESPAÑA! Porque se explica muy bien de lo que hemos sido capaces ¡los españoles!
Y qué decir de Cuéntame, que durante décadas ha ficcionado la Transición, ese relato glorioso cuya autoría corresponde a la gran Victoria Prego. Impagable.
Podría continuar pero no tengo aquí espacio suficiente para hacerlo. Mira, voy a comenzar a hacerte una lista y, en cuanto la termine, te la paso.
Para cuando finalice, por cierto, espero poder incluir en ella la producción que Sorogoyen y Peña iban a llevar a cabo sobre la Guerra de España para Movistar, y que no sé por qué razón se suspendió en primavera. Seguro que enseguida retoman el proyecto y, de ahí, podréis sacar inspiración para contar, no sé, ¿el Genocidio Armenio?
Un fuerte abrazo, presidente.
Comentarios
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