Dominio público

¿Funcionan las sanciones de la Unión Europea a Rusia?

Jorge Tamames

Investigador en Real Instituto Elcano y autor de 'La brecha y los cauces'

¿Funcionan las sanciones de la Unión Europea a Rusia?
El presidente ruso, Vladimir Putin, asiste a una reunión con su homólogo iraní al margen de la cumbre de líderes de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) en Samarcanda el 15 de septiembre de 2022. Alexandr Demyanchuk / SPUTNIK / AFP

La guerra de Ucrania es una "trampa mortal" para la Unión Europea. Los impactos de las sanciones son "muy limitados en Rusia, pero masivos para el territorio UE". El rublo ruso, lejos de colapsar, "está batiendo récords". Rusia recibe hoy más ingresos por gas y petróleo que antes de las sanciones. Los gobiernos europeos, en su enfrentamiento irreflexivo con Moscú, han "aceptado una estrategia que perjudica gravemente a sus propias poblaciones".  Ucrania es un "inmenso atolladero" que "pone en riesgo la existencia del proyecto europeo".

Así se pronuncia una columna reciente de Héctor Illueca, vicepresidente segundo de la Generalitat valenciana, publicada en este periódico. El texto es representativo de una corriente de opinión pesimista respecto a la posición actual de Europa. Ante el dilema entre paz (con Rusia) o justicia (para Ucrania), la primera de las dos opciones sería la deseable. Esta posición ha ganado peso a medida que la crisis energética, agravada por la invasión de Ucrania, amenaza con causar una recesión económica. Todo ello explica la difusión que ha recibido la columna, y le confiere un interés indudable. ¿Cómo de precisa es?

Desde el 24 de febrero, la UE ha aprobado siete paquetes de sanciones económicas a Rusia. Algunas afectan a dirigentes rusos, otras son de carácter financiero –como la expulsión del sistema SWIFT y la congelación de reservas del banco central–. Se han adoptado restricciones sobre viajes y uso de espacio aéreo, también sanciones a las importaciones de Rusia y a sus exportaciones (incluyendo el carbón y el petróleo, pero no así el gas). El propósito es asestar un golpe económico más doloroso que el que siguió a la anexión rusa de Crimea en 2014.

Estas medidas vinieron acompañadas de predicciones hiperbólicas. En marzo aún se confiaba en que los oligarcas se rebelasen al ver sus fortunas amenazadas: un cálculo ilusorio en base a la composición del régimen de Vladímir Putin. El ministro de Finanzas francés declaró una "guerra total económica y financiera" y vaticinó "el colapso económico de Rusia". Esto –a juzgar por la experiencia de sanciones en Irak o Corea del Norte– solo predispondría a la inmensa mayoría de rusos contra la UE, por motivos evidentes. Además, el último "colapso económico de Rusia" también lo supervisó Occidente. Transcurrió en los años 90, durante la transición exprés del comunismo soviético al capitalismo desregulado, y detonó una profunda crisis socio-económica. Uno de los resultados de aquella crisis fue el auge de Putin.

Como el escenario triunfalista no se materializó, ha dado alas a hipérboles de signo contrario. Las sanciones benefician indirectamente a Moscú. Una UE impotente continúa empobreciéndose, mientras Rusia se fortalece. "Desde que se impusieron las sanciones –apunta Illueca– India, Pakistán y China se han convertido en los principales clientes de Rusia, y América Latina dirige su mirada hacia este nuevo mundo que nace". Es de suponer que, para poner fin a este impasse, el gobierno ucraniano debería desprenderse del Donbas, Crimea y todo el sur de Ucrania, como exigió el ministro de Exteriores ruso en julio.

Las dos predicciones son muy aventuradas, pero ninguna parece pararse a considerar lo difícil que resulta analizar la economía rusa. Desde el inicio de la guerra, las agencias económicas estatales –tradicionalmente muy reputadas– operan de manera opaca. Como recoge un reciente estudio de la Universidad de Yale, las autoridades rusas hoy apenas publican estadísticas sobre exportaciones e importaciones, producción de hidrocarburos, datos monetarios o inversión extranjera directa, por señalar algunas variables relevantes.

Un punto de partida útil es la foto fija previa a la guerra. Rusia entonces proporciona el 46% del gas que consume la UE, y la UE importa el 83% del gas que exporta Rusia. Así, la UE depende excesivamente del gas ruso, pero a efecto prácticos ejerce un monopsonio. El dato es importante porque Rusia no dispone –ni dispondrá a corto plazo– de gasoductos para redirigir a China el gas que no exporta a la UE; tampoco de capacidad para licuarlo y transportarlo al resto del mundo. En lo que respecta al petróleo, la situación tampoco invita a la euforia. Rusia puede sustituir la demanda europea (53% de sus exportaciones preguerra) recurriendo a países como India y China. Pero lo hace realizando descuentos considerables. La extracción de petróleo ruso es relativamente cara y el barril de Brent, que alcanzó los 120 dólares en mayo, está bajando ante el enfriamiento económico de China. Las intervenciones de la OPEC no han rectificado esta tendencia.

Los análisis fatalistas señalan que los ingresos de Rusia por hidrocarburos aumentaron respecto al año pasado durante los 100 primeros días de la guerra. Esto apenas debería sorprender. Los precios entonces ya se habían disparado, pero la UE no había iniciado su desconexión petrolera, ni Rusia cerrado la llave del gas, que hoy fluye a una quinta parte del volumen preguerra. Parece evidente que, si Moscú exige que la UE abandone las sanciones como condición para restablecer dicho flujo, es porque le resultan amenazantes.

Los datos rusos de que disponemos corroboran esta hipótesis. Los ingresos por petróleo y gas se han reducido un 18% respecto al periodo enero-agosto de 2021, en un país en el que los hidrocarburos representan más de una quinta parte del PIB. The Moscow Times reporta que el descenso para el mes de julio fue del 29% –la cifra más alta desde que existen registros, en 2011– y que el Gobierno considera recortar los presupuestos ministeriales en un 10%. Los ingresos de fuentes alternativas, por otra parte, se han desplomado un 37%. El banco central ruso estima que el PIB se contraerá entre un 4% y un 6% en 2022. La UE, por poner las cosas en perspectiva, espera cerrar 2022 con un crecimiento del 2,7%.

¿Qué hay de la supuesta fortaleza del rublo? La moneda se ha recuperado de su colapso inicial porque mantener su estabilidad es un objetivo de primer orden para el Banco Central de Rusia. El precio a pagar ha sido una subida draconiana de tipos de interés (hasta el 20%, si bien después volvió al 8%), presiones a empresas rusas para que se desprendan de sus dólares, recurrir al pago de hidrocarburos en rublos, el crecimiento del mercado negro, y un muy exiguo gasto social, problema que precede a la invasión de Ucrania. En cualquier caso, Rusia hoy no tiene dónde invertir el dinero que recauda, lo que explica su inmenso superávit comercial. Moscú ha perdido el acceso a inversión, tecnología y componentes occidentales que necesita para mantener sectores claves de su economía, incluidos algunos yacimientos petrolíferos.

A su industria de defensa, hasta ahora muy competitiva, le ocurre algo similar. La falta de microprocesadores se está convirtiendo en un problema no solo en el campo de batalla, sino en el sector de investigación y desarrollo. Sirva como ejemplo el tanque T-14 Armata: un prototipo de última generación, con cuyo potencial se especuló largamente, pero que ni siquiera se ha desplegado en Ucrania. El hecho de que el gasto en defensa sea además una forma de asentar alianzas entre Estados también complica la posición rusa como proveedor de referencia. Todas estas dificultades no harán más que agravarse con el tiempo; especialmente si Ucrania retiene la iniciativa militar y las élites rusas continúan mostrando síntomas de división.

Sería un error reemplazar el catastrofismo con una narrativa autocomplaciente. Rusia puede recuperarse en el terreno militar y está acostumbrada a encajar el impacto de sanciones. El riesgo de un accidente nuclear existe. La crisis energética presenta un panorama inquietante, donde las recetas de crecimiento europeas ya no valen. La UE debe promover un cambio de paradigma económico si espera salir de esta crisis cohesionada. Es indudable que la autonomía estratégica europea está hoy supeditada a la cooperación con EEUU, que en 2024 podría volverse inviable por tercera vez en lo que va de siglo. Promover de nuevo una humillación total de Moscú y otra implosión de su economía sería un error descomunal. Las conflagraciones del espacio postsoviético permiten intuir el caos que sobrevendría a un colapso abrupto del poder ruso.

Todas estas salvedades importan, pero ninguna cambia lo esencial. Las sanciones europeas funcionan. Su impacto es mayor que el daño que Moscú ejerce de vuelta a la UE. Plantear un cambio de rumbo es legítimo, pero para hacerlo es necesario ceñirse a los hechos.

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