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Unión Abrahámica Europea

Sato Díaz

Jefe de Política de 'Público'

Unión Abrahámica Europea
Los miembros del Parlamento Europeo participan en una sesión de votación durante un debate sobre energías renovables en el Parlamento Europeo en Estrasburgo, Francia, el 14 de septiembre de 2022. (Francia, Estrasburgo) EFE/EPA/CHRISTOPHE PETIT TESSON

A punto estaba de asesinar a su propio hijo cuando un ángel lo detuvo y le dijo: "Ahora ya sé que eres temeroso de dios". Según cuentan los bíblicos textos, Abraham vivió la friolera de 175 años, tuvo dos esposas, Sara y Quetura, y muchos más hijos e hijas. Entre ellos, Isaac, quien ya estaba más muerto que vivo cuando le frenó la mano el ser angelical, que hizo aparecer a un carnero a quien el padre mató en lugar del joven. "¡Pobre oveja!", dirían hoy los animalistas.

Lo cierto es que estos días, el nombre de Abraham está de actualidad por algo más tenebroso todavía que el que un padre sea capaz de asesinar a su propio hijo por el fanatismo religioso; es el fanatismo del dinero, del poder y la arrogancia con la que se escriben las relaciones internacionales lo que trae el nombre Abraham (y no en vano) a estas páginas.

Con el rimbombante título de ‘Recomendación del Parlamento Europeo, de 14 de septiembre de 2022, sobre la Recomendación del Parlamento Europeo a la Comisión y al vicepresidente de la Comisión / alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad sobre la Asociación renovada con los países vecinos meridionales - Una nueva Agenda para el Mediterráneo’, quedaba aprobada la sugerencia de Estrasburgo para construir las relaciones con los países vecinos del Mediterráneo para los próximos años.

En el texto, el nombre de Abraham aparece escrito en tres ocasiones, para "reafirmar los Acuerdos de Abraham firmados en agosto de 2020" y hacer referencia "a los acuerdos posteriores que aspiraban a normalizar las relaciones entre Israel y otros Estados árabes". Lejos queda aquella UE que soñaba con impregnar de valores cívicos y derechos humanos al mundo; parece que se aleja a marchas forzadas la idea de una "autonomía estratégica" a la que tanto se refieren sus dirigentes en sus locuaces verborreas y de la que se olvidan en la práctica, y la cual debería velar por los intereses europeos de una forma independiente a la del resto de las potencias, como por ejemplo los Estados Unidos.

Si en Madrid, el pasado mes de julio, quedaba claro en la Cumbre de la OTAN que no hay política exterior y militar europea sin la supervisión y el visto bueno de Washington, esta semana, con la aprobación de este informe en Estrasburgo, da la sensación de que se pretende forjar con fuego la alianza con Israel. En un caso y otro, se evidencia la pérdida del partido por parte del multilateralismo en las relaciones internacionales y de los derechos humanos como fin por el que moverse en el tablero de la geopolítica. La ONU ya casi no es un foro en este mundo en el que la guerra toma posiciones a marchas forzadas.

El nombre de Abraham es el elegido para los acuerdos firmados el 15 de septiembre de 2020 entre Israel y los Emiratos Árabes y Bahréin. Unos pactos auspiciados por Estados Unidos. De hecho, la puesta en escena tuvo lugar, ni más ni menos, que en la Casa Blanca, y Donald Trump fue el celestino principal. De este modo, Israel rompía su aislamiento entre las monarquías árabes del Golfo, indirectamente se forjaba un acercamiento entre Tel Aviv y Arabia Saudí y se reforzaba la entente contra Irán, el malo a combatir en Oriente Medio. El principal perdedor fue el pueblo palestino, pues se normalizaba así, también entre países de creencia musulmana, la política de apartheid llevada a cabo durante décadas por Israel contra este pueblo.

Pocos meses después, el 22 de diciembre de aquel fatídico 2020, Trump daba otra vuelta de tuerca al patriarca bíblico y una segunda versión de los acuerdos de Abraham llegaría a través de Twitter para modificar el statu quo. El entonces presidente de los Estados Unidos anunciaba, a través de la red social, el reconocimiento del Sáhara Occidental como parte de Marruecos. Esto llegaría a cambio de la signatura de otro pacto tenebroso: Israel y Marruecos reanudaban sus relaciones. Los grandes perdedores: los palestinos, otra vez, y también el pueblo saharaui.

Y es que el nombre de Abraham para todos estos acuerdos con el objetivo de poner fin al aislamiento de Israel en el mundo árabe no es casual, pues que de este patriarca nacen las líneas dinásticas del judaísmo (de Issac) y del islam (de Ismael o Ibrahim, como le conocen los musulmanes). Para los judíos, Abraham es el primer judío; para los cristianos, nada menos que el progenitor de todos los creyentes; para los musulmanes, un eslabón en la cadena del propio Mahoma. Así, las religiones abrahámicas (principalmente cristianismo, islam y judaísmo) apelan a las creencias de más de la mitad de la población mundial.

Se ha dibujado en los últimos años una línea directa entre Riad, Tel Aviv y Washington con parada obligatoria en Rabat; una alianza forjada con sangre que goza de los impúdicos aplausos de las capitales europeas. Esta coalición entre Estados Unidos, Arabia Saudí e Israel y satélites bien sirve para comprender el mundo que vivimos con sus conflictos y sus posicionamientos. Si a este mapa, le superponemos el mapa OTAN, nos quedan la división geopolítica perfectamente establecida.

Bien haría la Unión Europea en darse cuenta de que, con su reconocimiento a los Acuerdos de Abraham como un pilar para su estrategia de vecindad del sur, no hace otra cosa que celebrar la política exterior del peligrosísimo Donal Trump. Bien haría la ciudadanía europea en preguntarse el porqué los pueblos saharaui, palestino y kurdo ya no importan lo más mínimo a sus dirigentes.

La piedra sobre la que Abraham se dispuso a sacrificar a su primogénito, y al final mató al ovejo, es el lugar donde se erige la Cúpula de la Roca, en Jerusalén, uno de los lugares que generan más enfrentamiento entre israelíes y palestinos. Abraham, ha vuelto con fuerza al presente.

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