Dominio público

Las mismas brujas de siempre

Ana Pardo de Vera

Imagen de tres brujas.- EFE
Imagen de tres brujas.- EFE

Ya ocurrió con Carme Chacón cuando era ministra de Defensa en el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, la primera mujer en España con autoridad sobre los tres ejércitos y el CNI pasando revista con un embarazo en recta final. A Chacón le cayeron chuzos de punta hasta por ir con un traje de chaqueta con pantalón, un smoking nada menos, durante la Pascua Militar de 2017, pero sobre todo, se le criticó que cumpliera solo la seis semanas obligatorias de baja y traspasara el resto al padre del niño. No ha sido la única.

La exvicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría fue blanco de críticas por renunciar prácticamente a toda su baja maternal, que coincidió con el relevo entre Zapatero y Mariano Rajoy en La Moncloa, y por tutelar en pleno posparto la transición entre el Gobierno saliente del PSOE y el que entraba del PP, del que ella sería nombrada vicepresidenta. También le ocurrió a la expresidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, a la que estando embarazada, llegaron a decir que esperaban no verla en mucho tiempo porque iba a estar (por ovarios) de baja maternal sin que ella se hubiera pronunciado sobre cómo iba a organizar sus derechos y, sobre todo, su vida privada.

Ahora es Ione Belarra, la ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030 y secretaria general de Podemos, quien ha sido cuestionada por su vida privada: ¿Por qué no se coge usted la baja entera? ¿Cree que está dando buen ejemplo? ¡Una ministra feminista sin cogerse toda la baja para cuidar a su bebé! ¿Pero quiénes se creen que son estas señoras feministas? ... Como si oyera esas voces martilleando mi cerebro.

¿Qué mujer no ha recibido consejos, reproches y hasta insultos -cuando no, violencia física- por hacer lo que le da la gana, cuando eso que "le da la gana" consiste en pretender salirse del modelo de mujer que nos ha obligado a asumir el patriarcado? En casa, cuidando a la prole, sonriente y perfecta. Y vale, ahora las mujeres podemos trabajar (¡y hasta votar!), pero la no conciliación la siguen resolviendo las mujeres mayoritariamente y por obligación, sea en el cuidado de hijos, dependientes o de organización de la casa. ¿Qué es eso de parir y querer largarte a trabajar? ¿No queríais la baja maternal? Pues toma baja, para ti toda, que son los hombres (padres en este caso) los que tienen derecho a hacer lo que les dé la gana.


Y me acuerdo de Carolina Bescansa y su bebé en el Congreso: ¡Pero a quién se le ocurre llevar a un bebé al Parlamento, qué vergüenza, pobre niño! Claro, que esto empezó ya cuando te echaban de los bares por sacarte una teta (o las dos) para dar de comer al cachorro, aunque después también te regañaban si tú no querías enseñar la teta, no digamos si le dabas biberón al bebé, aunque claro, lo de la lactancia materna era para secuestrarnos en casa a las mujeres, ¿no? ¿Qué haces dando el pecho? Pero, ¿y cuando alguna famosa acaba de dar a luz, sale en sus redes cenando fuera y, no digamos, tomando una copa, y es sometida a un linchamiento público?

Y ahora ya me viene a la cabeza la primera ministra de Finlandia, Sanna Marin, a la que se le ocurrió salir de fiesta una noche y se sometió (craso error) a un test de drogas cediendo a la presión de la ultraderecha, que como todo autoritarismo, considera que la forma en que se debe comportar una mujer en su vida privada lo decide el fascismo. Y si no, a la hoguera.


Algunos/as no han entendido nada, otras/os sí, pero no les interesa que se avance: primero, porque a las mujeres hay que cuestionarlas siempre sobre su vida privada y pública y al hombre, solo sobre la pública, salvo que cometa un delito, que ya sería demasiado; segundo, porque la conciliación familiar sigue siendo solo cosa de mujeres en el imaginario colectivo. Pero no: la conciliación es una obligación multilateral, institucional y colectiva, para garantizar que las familias, siendo como les dé la gana de ser, puedan organizar su vida privada en igualdad de derechos entre sus integrantes; y, sobre todo, naturalmente, que tengan vida privada. De esto va, precisamente, la ley de familias.

La igualdad no consiste ahora en ir a preguntar a un ministro cómo se organiza en su casa cuando nace su hijo. Se trata, en definitiva, de que nadie, tampoco una mujer (sea ministra, periodista o bailarina), tenga que dar explicaciones nunca más en el ámbito laboral sobre su vida íntima en cuestiones tan personales, se vaya a una iglesia a flagelarse mientras bebe una botella de vino o a pasear desnuda por el balcón mientras da la teta a su hijo. Porque parece mentira que no nos hayamos enterado aún de qué va esto: sí, el feminismo; sí, la igualdad. O sea, las mismas brujas de siempre.

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