Dominio público

Tácito, la corrupción y Yolanda Díaz

Ana Pardo de Vera

El discurso de Yolanda Díaz contra la corrupción es más interesante que el de PSOE y PP, sin duda ninguna, pero los reproches mutuos de estos dos partidos no dejan que se escuche nada más. Por ejemplo, en un acto de este fin de semana, la vicepresidenta segunda y (probable) primera mujer progresista candidata a la Presidencia del Gobierno hablaba de los casos de corrupción, vieja y nueva, cuyos detalles estamos conociendo estos días: respectivamente, el caso Kitchen, del PP, y el caso Mediador, del PSOE.

Más allá de las diferencias abismales entre uno y otro, de las que ya he hablado en otro artículo (desgraciadamente, en España la corrupción da para varias enciclopedias), el ruido de los trastos volando de un partido a otro impiden atisbar la profundidad del problema que tenemos en este país, al que Díaz llamó "forma de hacer política" del bipartidismo. La líder de Unidas Podemos propone, entre otras cosas, crear órganos independientes para prevenir la corrupción, lo cual es novedoso en parte, pues tanto los programas electorales para las elecciones de 2019 de PSOE como de Podemos recogían medidas similares y otras más recurrentes, como la garantía de ejemplaridad, buen gobierno o transparencia, ésta que se cae a pedazos en cuanto vemos la pose de la Jefatura del Estado avalada por el principal partido del Gobierno. El programa electoral del PP, presidido por Pablo Casado entonces, y el de Vox de Santiago Abascal, no llevaban ningún plan anticorrupción, todo sea dicho; no sé si consideran que a sus votantes les importa un comino.

"Prevenir la corrupción" es el gran asunto, y Yolanda Díaz pone el foco sobre él y nuestra longeva cultura de esta putrefacción, aunque ya se atribuye a Tácito la frase de que "Cuantas más leyes tiene, más corrupta es la república -el Estado-" (Corruptissima republica plurimae leges, en latín), y como era de esperar por su temática, la cita ya surgía en el programa Salvados Dinamarca (La Sexta, 2014) por boca de Víctor Lapuente, catedrático de ciencia política en la universidad de Gotemburgo (Suecia), que era entrevistado por Jordi Évole para explicar cómo consigue Dinamarca liderar el ránking de los países menos corruptos, según el índice de Transparencia Internacional, donde España ha caído dos puestos en dos años sucesivos, quedando en un pesimista puesto 35 de una lista de 180 países, por detrás de Botsuana y Cabo Verde en 2022.

"Prevenir la corrupción". ¿Con leyes? ¿Desde dentro de las instituciones? ¿Desde fuera? El programa de Évole, que he vuelto a ver estos días por razones obvias, deja clara cuál es la razón de fondo por la que en las calles danesas, antes las cámaras de televisión, varios ciudadanos y ciudadanas reconocen no recordar un caso de corrupción política en su país; quizás el último fue el de dos condenas por impago de mobiliario (unos 7.000 euros) que costaron el puesto a la ministra de Familia y Consumo Henriette Kjær en 2005. Si ven el reportaje, si se interesan por la corrupción y tienen curiosidad por las formas más efectivas de atajarla, encontrarán el método primero para "prevenir la corrupción" y, efectivamente, no son las leyes, como decía Tácito, sino la cultura anticorrupción y la ética ciudadanas, sobre todo.


Los y las danesas miran a sus instituciones y sus responsables de tú a tú, sin pleiteisías ni reverencias, lo cual exige a sus políticos/as unos índices de democracia elevadísimos, donde la prensa ejerce el control primero y las leyes, el castigo excepcional. El listón de la transparencia de los cargos públicos y sus actuaciones con dinero ídem está muy alto -hasta el de la monarquía, recuerden el caso del apartamento suizo, que aún colea con la petición de que se prohíba al heredero tener patrimonio alguno-, incluyendo el retorno de bienestar que la elevada carga fiscal del país nórdico lleva a sus vidas. ¿Hay corruptos/as? Por supuesto, las y los daneses son seres humanos, pero con los primeros indicios y denuncias, se depuran responsabilidades y se impide el desarrollo de esos "brotes marrones", como los llama Lapuente. Y se ataja, sobre todo, su reproducción de forma salvaje, como ha ocurrido y ocurre en España cuando se relativizan los comportamientos corruptos menores, sean los trajes pagados de Francisco Camps o el Vega Sicilia de Alberto Núñez Feijóo, por no hablar de su amistad con un narcotraficante conocido internacionalmente gracias a Fariña (Libros del K.O.), de Nacho Carretero.

La corrupción ha sido y es la gran cuenta pendiente que tenemos en España y tiene que ver con la herencia franquista en nuestras instituciones y poderes fácticos, no descubro nada nuevo, como en Chile tiene que ver con la dictadura de Pinochet. Desmontar la cultura de la corrupción, que relativiza estos comportamientos y los traslada de la vida diaria a la vida pública y viceversa, retroalimentándose en un proceso sin fin, requiere de mucha educación, mucha pedagodía, muchos controles y mucha transparencia. También de una prensa libre y capaz de darles la matraca con este asunto casi a diario, consciente de lo que nos jugamos: no existe la infalibilidad, pero Dinamarca existe y, aunque tiene menos de 6 millones de habitantes, España dispone de un sistema muy descentralizado que puede hacer un gran trabajo. Tómense en serio este asunto de una vez.

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