Dominio público

Xi visita Moscú

Ruth Ferrero-Turrión

Profesora de Ciencia Política y Estudios Europeos en la UCM

El presidente chino, Xi Jinping (izq.), brinda con su homólogo ruso, Vladimir Putin (der.), durnate la recepción en el Kremlin, con motivo de su visita de tres días a Rusia. EFE/EPA/PAVEL BYRKIN / SPUTNIK / KREMLIN POOL
El presidente chino, Xi Jinping (izq.), brinda con su homólogo ruso, Vladimir Putin (der.), durnate la recepción en el Kremlin, con motivo de su visita de tres días a Rusia. EFE/EPA/PAVEL BYRKIN / SPUTNIK / KREMLIN POOL

La visita de Xi a Moscú ha llenado las páginas de la prensa durante los últimos días. Sí, China está entre nosotros de una manera palmaria y, aviso, cada vez lo estará más. Cada vez se hace más evidente el peso específico que tiene este enorme país en el marco global. Esta tendencia ya asomaba las orejas hace tiempo, y terminó por consolidarse durante lo más duro de la crisis de la covid-19. Muchos analistas hablaron ya entonces que de esa crisis, sanitaria primero y sindémica después, el mundo sería mucho más asiático que antes.

China, no es un descubrimiento,  ha ido poniendo durante las últimas décadas cada vez más nervioso al hegemón indiscutido desde el fin de la Guerra Fría. Quizás los momentos en los que fue todo más evidente fue durante la administración Trump; pero es un hecho que ya con Obama la cosa no iba del todo bien, el foco geopolítico cambiaba y se trasladaba de manera significativa desde el atlántico hacia el eje Asia-Pacífico. Sin embargo, es ahora cuando parece que nos estamos dando cuenta del peso real que tiene el país asiático en lo que acontece en otras latitudes; sólo cuando todas las miradas se posan en ella para pedirle que le pare los pies al presidente ruso en su aventura bélica.

Pero China tiene sus tiempos, y también su propia estrategia. Su posición a lo largo de estos meses se ha mantenido impasible, hierática incluso. El lenguaje, las formas y su propio posicionamiento en relación con la agresión rusa han llevado a múltiples especulaciones. Desde los que plantean que la abstención en Naciones Unidas es pura pose y que en realidad lo que se está tramando es una suerte de alianza entre los países autocráticos para imponer sus normas al mundo, pasando por los que plantean que, en realidad, China lo que quiere es estabilidad y que esta guerra no le conviene. Si acercamos la lupa a los últimos movimientos del líder chino veremos que hay partes de razón en ambos argumentos, pero que requieren de unas mayores dosis de complejidad y menos hipérboles. Efectivamente, si algo tienen en común China y Rusia es que los dos son conscientes de que una alianza entre ellos les hará más fuertes para impugnar un sistema que no les  termina de convencer y en el que han estado insertos como convidados de piedra durante décadas, pero especialmente tras el fin de la Guerra Fría. Los dos quieren más protagonismo, pero cada uno tiene su estilo. Y el de China es mucho menos estruendoso que el ruso. Por tanto, no es que las autocracias se entiendan porque son autocracias, sino porque ambos países tienen intereses que pretenden alcanzar y son conscientes de que son mas fuertes colaborando juntos. En cuanto al segundo argumento, efectivamente, a China no le interesan las guerras. De hecho, no le han hecho falta para tener unas mayores dosis de influencia, presencia y activos de las que nunca ha conseguido Rusia con su mayor agresividad. De nuevo, las formas difieren, aunque el objetivo sea el mismo.

Y eso es precisamente lo que ha dejado claro Xi en su visita a Moscú "En este momento hay cambios que no hemos visto en más de 100 años. Nosotros somos los que impulsamos estos cambios juntos". Y aún es más, incluso ha llegado a afirmar que China y Rusia están preparados para "vigilar un orden mundial basado en el derecho internacional" y todo ello, claro, ante la mirada atónita del mundo occidental que no da crédito a lo escucha y ve. Esta ha sido, quizás, la declaración más asertiva que hemos escuchado al líder chino en bastante tiempo.  Y todo ello se ha producido en un contexto en el que el mundo observaba con impaciencia si realmente China apostaría por forzarle la mano a Putin para que parara la guerra. Curioso, porque mientras se le pide a Xi que fuerce esa opción y se posicione como mediador, Washington y occidente en su conjunto no dan credibilidad al plan de paz presentado por China. Así, primero se le pide a Pekín que ejerza sus capacidades de mediación y cuando las despliega se desconfía de ella.

Y lo cierto es que China en la actual coyuntura ganaría en casi todos los escenarios del desarrollo de la guerra. En el caso de una victoria ucraniana se aceleraría el proceso de dependencia que ya es evidente de Rusia a China. La desconexión de Rusia de las redes económicas occidentales también le está haciendo virar en su mercado de divisas, siendo ahora más dependiente del yuan que del dólar. Pero si fuera Rusia la que venciera, entonces también sería beneficioso para China ya que el desconcierto que provocaría en occidente este hecho haría que la posición china subiera como la espuma en el ámbito internacional. Y, por último, en caso de que sea Pekín el que haga valer su plan de paz y lo consiga implementar, entonces sí, China se convertiría en la gran potencia global de los años venideros. Obviamente, su rival sistémico, EEUU, es consciente de tales escenarios y querrá hacer lo imposible para revertirlos de alguna manera.

En todo caso, toca esperar acontecimientos. Por el momento, China continua manejando sus tiempos y apostando por un alineamiento de intereses con Moscú evitando que colapse, y siendo plenamente consciente de que la guerra debilita cada vez más a Rusia, la separa cada vez más de Europa y la hace cada vez más asiática y dependiente de Pekín.

Y mientras Xi se sube al avión que le lleva de vuelta a casa suena la marcha militar china "cuando llegue ese día, a medida que se acerque la guerra".

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