Dominio público

“Querida Georgia”

Ana Pardo de Vera

“Querida Georgia”
La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, y el primer ministro español, Pedro Sánchez, se dan la mano en una conferencia de prensa conjunta tras su reunión en el Palacio Chigi.- EUROPA PRESS

Nadie espera que un presidente del Gobierno -un primer ministro de facto en el caso español- no acuda a reunirse con sus homólogos o jefes de Estado, elegidos en las urnas o no, en el marco de unas relaciones diplomáticas necesarias, no digamos si se trata de un país de la Unión Europea y, más aun, si es potencia económica de ésta y del sur de este ámbito, como España. Nadie lo espera, supongo, y nadie lo quiere, si valora en algo la política y sus implicaciones globales, para bien y para mal, pero nunca peor que un país aislado del resto del mundo.

En ese marco, y porque España asume la Presidencia de turno de la UE en la segunda mitad de 2023, viajó Pedro Sánchez a Italia para reunirse con su primera ministra, Georgia Meloni, líder de un Ejecutivo formado por ultraderechistas, empezando por ella y su partido, Fratelli d'Italia (FdI), y sus aliados de Lega Nord (LN), dirigido por Matteo Salvini, y Forza Italia (FI), con Silvio Berlusconi al frente. Este último, corrupto y neoliberal, es el moderado de la Coalición de Centroderecha (un decir), tal y como se presentaron a las elecciones italianas en 2022, que dieron a Meloni la jefatura del Consejo de Ministros.

La reunión entre Sánchez y Meloni fue como el almíbar, incluida la connotación peyorativa y grimosa del término. El presidente español y la primera ministra hicieron una declaración institucional en Roma -sin preguntas de los periodistas por orden de Meloni- donde sobraron los elogios mutuos: ella hizo alarde de "sintonía" (¡!) y él, de un "querida Georgia (...), estoy encantado de estar aquí" que puso los pelos de punta a quienes hemos seguido el discurso de la italiana neofascista, pero también el del jefe del Ejecutivo contra la ultraderecha y sus representantes en Europa. Imposible olvidar la perorata de Meloni en Andalucía para apoyar la candidatura a la presidencia de la Junta de Macarena Olona, entonces en Vox.

Desde que la líder de extrema derecha se instaló en el Palazzo Chigi, sede de la Presidencia del Gobierno, los países de la UE y su gobierno fueron bajando el tono y elogiando -sin prudencia alguna- el pragmatismo de Meloni, que parecía haber aparcado su neofascismo en pro de lograr unas ayudas europeas imprescindibles para Italia, y que, pese a su pragmatismo, se le están retrasando. Hasta que este martes, Meloni y su aliado Salvini, el terror de los extranjeros desesperados que buscan asilo, decidieron declarar el estado de emergencia migratorio, arrogándose poderes extraordinarios para agilizar las expulsiones de migrantes. "Poderes extraordinarios" e ideas neofascistas en el mismo lote deberían causar pavor a las instituciones democráticas europeas, aunque de momento, prima el silencio sobre los planes temporales (seis meses) y económicos de Roma (destinará 5 millones de euros), pero también el del Gobierno europeo; quizás porque es habitual que Bruselas remolonee a la hora de defender los derechos humanos en sus fronteras y deje a los países miembros que se apañen como puedan -y casi siempre pueden cargarse los derechos humanos-. Quizás también porque sean de ultraderecha, derechita cobarde o socialdemócratas, la humanidad suele irse por el sumidero de la indiferencia cuando se trata de personas que no tienen nada que perder y se dejan llevar por las mafias o la desesperación para seguir viviendo.

A Meloni y a Salvini les importa nada el derecho al asilo, los derechos humanos, la obligación de socorro... Tan poco les importa que su campaña electoral -y las de otros ultras como ellos, sean Vox o Donald Trump- se enfocan sobre todo en el miedo al migrante, al extranjero; se centran en el racismo, en la xenofobia y el ultranacionalismo.

En un interesante artículo de Carles Castro en La Vanguardia, "¿Por qué los pobres votan a la ultraderecha?", donde analiza datos del CIS, entre otros, el periodista concluye que "las percepciones sobre seguridad e inmigración de las rentas más bajas coinciden con las del electorado de Vox". El caso de Catalunya, por ejemplo, es paradigmático: la cifra oficial de extranjeros allí es del 21%, pero los electores de rentas más bajas la elevan hasta el 41%. Recordemos que Vox pasó de 0 a 11 diputados (ahora tiene 10) en 2019, con el liderazgo de Ignacio Garriga y un discurso de señalamiento a los migrantes particularmente cruel ("Señalamos que hay menores extranjeros no acompañados que son delincuentes", declaraciones de septiembre de 2021 a Gemma Nierga en TVE de Catalunya).

La relaciones diplomáticas entre países son de obligado cumplimiento; el problema es dar el mismo trato a una neofascista que a un demócrata. Apostar por la política de la seducción en lugar de la confrontación en determinados contextos, particularmente el diplomático, es recomendable y respetuoso con la voluntad de los pueblos, pero la política del almíbar es otra cosa, porque los fascismos, sobre todo, son muy pegajosos. Diferenciarse para repelerlos es bueno.

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