Dominio público

El portazo

Alana S. Portero

Historiadora, escritora y directora de teatro

La escena les será desgraciadamente familiar a muchas mujeres: ella llega a casa algo más tarde de lo habitual, es raro, había avisado de que estaba de camino y casi llegando al barrio. Se habrá entretenido, piensa la familia para quitarle importancia, pero esa importancia permanece como un zumbido en las nucas y no acaba de irse. Al fin entra por la puerta. Algo pasa. No dice nada, su expresión habla sola, el instinto le susurra a todo el mundo que las cosas no van bien. Después de insistir contra la puerta de un baño cerrado, quizá una madre, quizá una hermana mayor, quizá una novia, consiguen que ella salga y lo cuente todo.

El siguiente movimiento suele ser el de los hombres de la familia, del entorno, entrando en ignición y saliendo por la puerta como furias buscando a alguien que no han  visto nunca, a quien no van a encontrar, par darle su merecido. De repente se ha desplazado el foco y el centro del relato es un desgraciado que abusa de las mujeres. A ella le falta una parte de la atención que también necesita, la de su padre, sus hermanos, su pareja, sus amigos, los hombres de su vida.

Ellos no acaban de tener la culpa de no entender esto, la masculinidad no es un desarrollo, es una instrucción, están educados para responder así, tomando el control y el protagonismo convencidos de que es lo que se debe hacer. No podemos culparles por sucumbir a la rabia y querer liberarla provocando un dolor indecible a los culpables, es humano, pero sí podemos insistir hasta la nausea en que los recursos deben ponerse al servicio de la persona que los necesita, y esta, nunca es el agresor. Ningún efecto, excepto el de la liberación de la rabia, tiene responder así.

¿De cumplirse la idea de venganza qué sucedería? Un añadido inútil al laberinto de las denuncias, los juicios y las declaraciones, una complicación que hará que las cosas ya no giren en torno a la víctima, que se diluyan sus necesidades y aumenten sus responsabilidades y preocupaciones.

La ley del "solo sí es sí" sustituye el "¿Quién te ha hecho esto?" por "¿Qué necesitas"? sin que esto signifique impunidad alguna para los hombres que abusan de las mujeres. Al agresor se le va a buscar igual, se le encontrará y, de forma mucho menos gravosa para la víctima, que se ahorrará demostraciones de sufrimiento impúdicas y repetir declaraciones hasta quebrarse, tendrá su recorrido penal acorde al delito cometido. La preocupación por las supuestas rebajas de penas, que ya se ha demostrado una y mil veces que no son achacables a la ley, son la excusa patriarcal para saciar la sed de venganza, salir corriendo y dejar, otra vez, a las mujeres solas con su dolor en el salón de casa. Son una forma aparente y bienqueda de apartarse de la ecuación y quitarse responsabilidad. Mientras se está gritando "que le cuelguen" o "le mataré" no se está cuidando, que es una cosa para la que se necesita valor, paciencia, ternura, aguante y capacidad para tragarse sapos. Además de lo que realmente aporta y funciona.

Pactar la reforma de la ley con el PP, y de esa forma con Vox, es dejar en manos del patriarcado de la honra algo muy delicado, es retroceder y devolver a los hombres la capacidad de contar las historias de sus batallas y reducir la palabra de las mujeres a heridas forzosas, a carne magullada y a sospecha. También es sustituir años de reflexión de expertas y damnificadas por una sobrerreacción de macho herido que da bien en cámara.

Nadie va ganar después de esto, perderemos las de siempre, volveremos a escuchar el portazo vengador y a quedarnos haciendo lo que podamos entre nosotras, casi ajenas, extraídas de nuestras propias vivencias, esperando el regreso del guerrero.

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