Dominio público

Cancelar rojos y maricones

Noelia Adánez

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología

Ana Rosa Quintana y Jorge Javier Vázquez en un programa de Mediaset.
Ana Rosa Quintana y Jorge Javier Vázquez en un programa de Mediaset.

Cancelan Sálvame y yo no puedo dejar de pensar que, felizmente, mi abuela Nieves ya no está en este mundo para verlo. Siempre respeté las aficiones de mi abuela, la mujer más libre, anárquica y arbitraria en cuanto a gustos que he conocido. A ella le gustaba Jorge Javier y detestaba profundamente a Ana Rosa Quintana, pero sería una engañifa pretender que Sálvame le gustaba porque al tratarse de un programa popular conectaba con sus intereses y aspiraciones de clase. Le gustaba porque captaba y disfrutaba la ventriloquía que domina el formato. Ese hablar con las tripas bullicioso le funcionaba a mi abuela Nieves como espectáculo de tarde contra el que descabezar algún que otro sueño. Ana Rosa le parecía estirada y sus entrevistas y reportajes (en sus propias palabras) sencillamente un muermo. Mi abuela sabía -estoy segura de que lo sabía- que ni en el Sálvame ni en El programa de Ana Rosa se hablaba "de verdad". Sabía que los dos eran puro (y a veces duro) entretenimiento.

Gracias al teórico social Stuart Hall, nosotras sabemos desde hace décadas que cultura popular y clase no guardan una relación de necesidad mutua, que lo que en un momento determinado se toma por cultura popular no es siempre la misma cosa y, lo que es más importante, que importa poco qué consideremos que es cultura popular porque lo relevante es qué hacemos políticamente con ella. Sálvame no es defendible por popular ni por el tipo de opiniones (que las hay de colores diversos) que se vierten en el programa, sino por la capacidad de representar distintas sensibilidades e identidades que ha ido adquiriendo. Para desacreditar esa capacidad de representación, los directivos de la cadena han justificado su decisión de cancelar el programa apelando a su condición de telebasura. Una caracterización tan impertinente como extemporánea tanto desde un punto de vista sociológico como empresarial, que persigue tutelar y caracterizar a las audiencias mucho más que elevar la calidad de los contenidos.

No nos engañemos, hay que haberse inyectado similares dosis de cinismo o de entusiasmo en el torrente sanguíneo para sostener que lo que sucede en Sálvame, un espacio que Borja Terán ha descrito como "un liviano serial de tarde que distrae de las crudezas de la vida" con el valor añadido de dejarse interferir por la actualidad del directo, es la vida misma o lo contrario de ella. Sálvame es un producto televisivo predecible hasta cuando sorprende en el que un grupo de personajes evolucionan relaciones y pensamientos bajo unos códigos de los que por razones políticas, editoriales y empresariales, Mediaset anuncia tras cambiar de directiva que quiere prescindir.

Mediaset apuesta por el prestigio y por finiquitar la telebasura, pregonan en lo que algunos medios caracterizan de "jugada maestra". Esta noticia vino precedida de llamativas decisiones envueltas en el ropaje de un "código ético" en virtud del cual se prohibió hablar de política en espacios de entretenimiento porque el entretenimiento, en la concepción que la cadena tiene del mismo bajo la dirección de Borja Prado, es algo enteramente ajeno a la política. La política es una cosa más seria y de ahí que el tratamiento de los asuntos políticos se circunscriba a espacios como el que dirige la periodista y empresaria Ana Rosa Quintana. Del pasmo que la noticia provoca se sale avanzando por un pasillo oscuro al fondo y a la derecha. Vayan.

Al final de ese pasillo está ella, una comunicadora a la que persigue la controversia y la sombra de la influencia política descarada a través de la manipulación de informaciones, la elaboración de mensajes y campañas completamente ajenos al fairplay y la verdadera información política. Entregarle la tarde a esta empresaria y hacerla aparecer portando el báculo de la seriedad y el prestigio periodístico es toda una declaración de intenciones por parte de Mediaset. La cadena renuncia a la ventriloquía y apuesta por el mensaje político directo y sin posibilidad de improvisación o equívocos. La diversidad se aparenta, no se representa.

Para que nos quede claro: no es que Mediaset no quiera rojos y maricones en sus platós, que puede no quererlos, es que no quiere a gentes "variopintas" opinando de política en sus programas de entretenimiento porque no quiere que haya más entretenimiento que el que proporciona la falsa información política ni predicados dando lugar a mensajes peligrosos al vincularse con vaya ud. a saber qué sujeto. La llamada "jugada maestra" de Mediaset consiste en pegar con silicona cualquier grieta o resquicio por el que pueda colarse un individuo, una expresión, una palabra o un gesto que no estén sujetos al férreo control editorial de una cadena de orientación ultraderechista. En suma, la telebasura ha muerto; viva la telebasura.

Esto, si mi abuela Nieves estuviera viva, lo sabría hasta sin pretenderlo.

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