Dominio público

Roig, mi villano favorito

Ana Pardo de Vera

Podemos ha propuesto el pasado fin de semana que haya una cadena de supermercados públicos con "precios justos" donde pueda acudir a hacer la compra gente vulnerable, personas sin recursos y aquellas cuyos gastos destinados a comer -y hacerlo bien-, junto a sus hijos y nietas, en su caso, se hacen inabarcables por la subida insoportable de los alimentos. Una escucha este lunes la propuesta de boca de la portavoz del partido morado, María Teresa Pérez, y, aun encuadrándola en tiempo electoral (propuestas vistosas, pero poco desarrolladas), la encuentra razonable, teniendo en cuenta que los precios de los alimentos básicos están un 16,5% más altos (datos de marzo de 2023 con respecto a marzo de 2022) y los salarios, a la espera de la subida pactada por sindicatos y patronal, han caído en España un 5,5%, una pérdida media de 1.523 euros por ciudadano en 2022, según datos de Oxfam Intermón publicados el 1 de mayo.

El grito del resto de partidos, desde el PSOE hacia la derecha, incluidos analistas y medios de ese ámbito, a la propuesta de Podemos fue unánime: "¡¡Venezuela!!" (en la peor de sus acepciones bolivariana-satánica), así que desconozco si el partido pretendía dar más datos en las últimas horas sobre el asunto, encuadrado en una medida más amplia de crear entes públicos -fuera de la lógica de la especulación y el negocio, obviamente- en otros sectores estratégicos (farmacéutico, energético, inmobiliario, etc.). No les dieron tiempo, quizás porque la cuestión no era la propuesta en sí: lo era que Ione Belarra, la secretaria general de Podemos, había llamado "capo" a Juan Roig, el dueño de Mercadona, algo que, seguramente, al empresario valenciano le quita el sueño, como a sus apasionadas y apasionados defensores.

Un error, en mi opinión, porque la calificación a Roig -y Belarra y Podemos son perfectamente conscientes porque y para eso están en campaña- desvía el foco de una propuesta interesante, como mínimo, para valorar en profundidad; ésta que, además y puestos a creer en la influencia diabólica que la (ultra)derecha adjudica a Nicolás Maduro -el petróleo para Biden no cuenta-, ha viajado de Venezuela a Suecia, ese país gobernado ahora por la derecha, con el apoyo de los fascistas, pero que antes de 2022, ha sido el referente de la socialdemocracia por su cultura del Estado de bienestar, de los servicios públicos y, en buena lógica, de la importancia de salarios altos e impuestos equitativos.

Suecia, pese a ser una de las economías de la UE más prósperas (es el quinto Estado más rico en PIB per cápita), pasa ahora, y como todo el continente, por momentos complicados, con graves tasas de desigualdad y empobrecimiento, así que los llamados supermercados sociales (Matmissionen: Misión Alimentación) no solo no se consideran un plan comunista de Lucifer, sino que están funcionando y permiten a la gente pagar dentro de sus posibilidades, y fuera de la dinámica del negocio, por dos derechos básicos: la comida y la salud.


¿Ha dicho Belarra que fuera a cargarse la propiedad privada de supermercados, de la banca o de las eléctricas? ¿Que fuera a entrar en los dominios de Roig al grito de "¡Viva la revolución!" con "un pecho fuera al puro estilo Delacroix"?. No, nada de eso, hablamos de hacer compatible la protección social con el mercado, cuyas leyes sí pueden ser mejoradas, como mínimo, empezando por conocer el detalle real de los costos logísticos de la cadena alimentaria, algo que están cansados de reclamar los productores, por ejemplo, que las pasan canutas desde hace décadas, cobrando miserias por materias primas que después se nos venden a precio del petróleo de Maduro mientras los dueños de los supermercados siempre obtienen jugosos beneficios, punto arriba, punto abajo.

Necesitamos más propuestas como la de Belarra, más debate y construcción; y necesitamos que el foco no se desvíe poniendo a Roig en el pedestal de Gru, mi villano favorito. Si Roig cumple la ley, no es un "capo", es que la ley le permite hacer un magnífico negocio con un bien básico; como a los fondos de inversión con la vivienda; las eléctricas con la energía; las petroleras con la sangre que corre por las venas de Maduro, y así sucesivamente. Todo es susceptible de ser negocio amparado por las leyes en estas sociedades de consumo salvaje, recuerden, hasta las mujeres, y eso es más antiguo que andar a pie. ¿Quieren supermercados sociales? Adelante, pero antes hay que ganar las elecciones; o ser decisivas; o no ser perecederas, al menos. Miren a Boric en Chile, con su bofetón de los fascistas impreso en la cara, entre otras cosas, por la frustración rampante de una parte importante de la sociedad a la que cargaron de expectativas. Tal vez sea el tiempo del realismo, y no del mágico.

Más Noticias