La última vez que estuve en Santiago fue un año antes del Estallido. Vuelvo después del Rechazo. Me perdí el pedazo gozoso. La parte que más me gusta de todas las revoluciones. El momento romántico. Luego vino el constituyente, la convención, el plebiscito. Y finalmente la decepción. Como dice la académica anticolonial Claudia Zapata lo que ha tocado después de la derrota es "vivir la experiencia de la incomprensión" con consciencia de tener que atravesarla.
La nueva convención ha terminado con el triunfo de la ultraderecha. Se respira confusión, lógico agotamiento, dudas de qué hacer, primero en ese panorama que se aleja de los pueblos y la vuelta de la idea de que el país se debe hacer con expertos, técnicos y profesionales. Y ahora, como dice mi amiga Paola, pareciera que la constitución de Pinochet la va a cambiar Pinochet. ¿Qué pasó? Los ataques a las políticas llamadas de la identidad. Las fake news. La descalificación de los movimientos sociales. El desprecio racista por la plurinacionalidad. Y de otro lado, la falta de contacto real con los sectores populares, el desconocimiento de las motivaciones de los pueblos originarios y la ausencia de diálogo con otros sectores fuera de la izquierda blanca. Pero ni la autocrítica es suficiente.
Paseamos una noche por los escenarios de una revolución. No son ruinas. Son huellas para identificar la senda del regreso. Las calles hablan de la memoria reciente. La bandera trans y la bandera mapuche ondean en la puerta del municipio. Otra vez me siento al lado de unas veteranas de las revoluciones del presente. Las compañeras aún se emocionan cuando nos cuentan camino a la Plaza Dignidad el día que escribieron Históricas en la Alameda o cada vez que se encuentran las siglas ACAB en las paredes.
Ayer, les cuento, me enseñaron el video de Boris arrodillándose ante la esposa del policía asesinado por la delincuencia. Solo ayer se contaban los ojos perdidos, los jóvenes muertos, las mujeres violadas por los carabineros y ahora la policía es mártir nacional. Qué pasión por los uniformes tienen algunos aquí. La pared lo cuenta: Paco culiao. Paco ctm. Los altares, los homenajes. Aún el estallido es un eco lejano que se interrumpe por nuevas y terribles vibraciones desde los palcos del poder.
Hoy reina la fiebre por la seguridad. El gobierno acorralado se mueve incómodo en el marco dibujado por los fascistas incapaz de salir de ahí. La gente no quiere salir de su casa creidísima de que van a matarla. Ya no hay otro tema en este país. El asesinato de tres policías ha instalado a través de los medios de derecha (todos) la idea de que el gobierno no tiene el control del orden. La izquierda ya pisó el palito y está otra vez hablando de migración y seguridad al más puro estilo de la derecha y de la ultraderecha. ¿Estoy en Chile o España? Ya no lo sé. Se azuza el odio por el extranjero que es casi sinónimo de delincuente. Lo que vimos en Arica hace un tiempo debió alertarnos: ciudadanos chilenos quemando las pertenencias de migrantes venezolanos, incluso carritos de bebés. En todas partes se usa electoralmente a la migración criminalizándola. Hay hasta unos cuantos bukeles chilenos, que vinculan directamente migración con delincuencia. Se empieza a hablar de cárceles para migrantes, como en España.
Dejo que en mí habite también la incomprensión, el asoramiento. Para luego pensar qué gran necesidad tenemos hoy de construir una red internacionalista para luchar contra esas narrativas racistas y xenófobas que operan sobre los mismos cuerpos desprotegidos en todo el mundo. Me cuenta el escritor mapuche Claudio Alvarado que los niños peruanos y venezolanos sufren las consecuencias de estos mensajes en sus colegios. Hoy en Chile la principal razón de violencia escolar es la xenofobia.
En el centro de la plaza Dignidad el plinto vacío es el símbolo de muchas cosas. Allí, una vez que sacaron la estatua del militar, reinó en la plaza el monumento vivo de carne y hueso de una mujer trans con un vestido de larga cola de bandera trans. Tantas veces el Estado borró las pintas de este plinto de la dignidad. Y tantas veces se volvió a pintar. Ahora está en blanco. Higienizado. Rodeado de pacos. Pero volverá a escribirse ahí la historia de los pueblos libres. Estoy segura. Los compas del colectivo Monumentos INcómodos me regalan una réplica pequeña que porto ahora en mis manos, el pequeño altar vacío desde el que Chile soñó con cambiar el mundo, su mundo, y que recuerda que el poder será popular o no será.
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