En junio de 2011, unos días después de las elecciones municipales, las cámaras de televisión tomaron por asalto la villa vizcaína de Elorrio. No es un municipio que ofrezca titulares ruidosos y sus 7.000 habitantes llevan una vida más o menos calma entre casonas de piedra parda y un paisaje bucólico de pinares y praderas. Aquel día de primavera, sin embargo, la prensa oficial encontró un cuento de hadas que confirmaba todos sus prejuicios. El héroe de la leyenda se llamaba Carlos García y era el único concejal del Partido Popular en una localidad dominada por vecinos, qué digo vecinos, bestias, hordas proetarras, aborígenes sedientos de sangre.
Carlos García era natural de Bilbao y estaba unido a Elorrio por un vínculo meramente electoral. Lo que se dice un paracaidista. Pero los números, que son antojadizos, lo pusieron por unos días en el ojo de la ventolera. Resulta que Bildu había ganado la contienda a quince votos de la mayoría absoluta y el PNV los igualaba en ediles. El único concejal del PP se prestó a resolver el desempate. "Lo importante es sacar a Bildu". Ana Otadui, entonces parlamentaria jeltzale, aceptó con gusto el regalo y se abalanzó a por el bastón del consistorio entre abucheos de protesta. Y allí estaban las cámaras, el héroe y los villanos. La tormenta perfecta.
El PP no volvió a obtener representación en Elorrio. EH Bildu ha regentado la alcaldía desde 2015 gracias al apoyo lateral de Elkarrekin Podemos en una entente izquierdista que se ha reproducido por otras latitudes como Ordizia o Errenteria. Los independentistas han encabezado un pacto plural también en Durango, pero esta vez sus aliados han presentado candidaturas separadas y las fuerzas se han dispersado. Aunque EH Bildu crece, la suma de PNV y PSE abre ya una rendija al poder. ¿Sabéis quién va a decantar la balanza? Exacto, el PP. ¿Sabéis quién es el concejal del PP en Durango? En efecto, el paracaidista Carlos García.
Todo este enredo pertenecería al exclusivo dominio del anecdotario municipal si no tuviera además implicaciones en el conjunto de la política vasca y hasta en la futura configuración del Gobierno de España. No por azar, Miguel Ángel Rodríguez ha integrado la lista popular de Durango en una posición simbólica y ha arropado al candidato con un sermón naftalinado sobre la ausencia de libertades, la extinción de la lengua castellana, los precarios valores de Occidente y el sonajero estropeado del terrorismo que tan buenos dividendos le ha proporcionado a Díaz Ayuso en Madrid. Y es que ETA, apostilla Carlos Iturgaiz, aún "manda a través de sus secuaces de EH Bildu".
Dice el profesor de Ciencias Políticas, Igor Ahedo, que las elecciones municipales y forales vascas van a quebrar el viejo abanico de alianzas también en España. Las urnas han debilitado tanto al PNV que ya no le bastan sus amarres con el PSE sino que necesita el concurso del PP en las investiduras. Se repetirá el desorden de Elorrio al menos en los ayuntamientos de Durango y Gasteiz y en la Diputación de Gipuzkoa. Una gran aportación al contragolpe ultraderechista justo cuando el PP y Vox embisten las puertas de la Moncloa. Feijóo ha despejado ya todas las dudas: "Pongo los votos de mi partido al servicio del constitucionalismo para retirar a Bildu cualquier posibilidad de Gobierno".
En Navarra el trabalenguas se retuerce aún con más desatino. Hace cuatro años, la candidata del PSN en Iruñea celebró la caída del cuatripartito que gobernaba el consistorio bajo la batuta de EH Bildu y Joseba Asiron. "¡Agur, Asiron, agur, agur!", gritaba eufórica Maite Esporrín a sabiendas de que el mando pasaría a UPN, PP y Ciudadanos. EH Bildu, al contrario, entregó sus votos al PSN en el parlamento foral con la única condición de que las derechas no pisaran moqueta. Ahora, con esas mismas derechas en minoría y Asiron en cabeza de la oposición en Iruñea, el PSN ha anunciado que dejará gobernar a UPN con tal de que EH Bildu no regrese a la alcaldía.
Pedro Sánchez, que debe su gobernabilidad al independentismo vasco, ha leído los últimos resultados electorales en clave de castigo y se dispone a afrontar los comicios generales bajo el marco de discusión que le impone la derecha. Desde hoy hasta el 23 de julio, la carraca inagotable de ETA se multiplicará en todos los discursos públicos del PP, que cree haber encontrado no solo las cosquillas del Gobierno sino también la perfecta coartada para homologar a los ultras de Vox como socios legítimos y leales compañeros de trinchera. La estrategia de Sánchez se percibe a la legua: reprobar los acuerdos de Feijóo con Vox y abjurar de sus propios acuerdos con EH Bildu.
Habrá quien interprete el adelanto electoral como un astuto regate que le niega a Feijóo seis meses de rearme y que sorprende con el pie cambiado a las tropas de Yolanda Díaz. Pero si el objetivo es evitar que el debate se embarre con lemas zombi sobre ETA, el calendario es poco propicio. El 17 de junio, el día de las investiduras, las cámaras volverán a los municipios vascos igual que moscas a la miel para pintar a los candidatos del PP como heroicos demócratas en tierra de barbarie. El 27 de junio, Feijóo rentabilizará el Día de las Víctimas del Terrorismo. Y entre el 10 y 13 de julio, en plena campaña electoral, exprimirá el aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco.
¿Quién podrá hablar del derecho a la vivienda, la sanidad o las condiciones laborales cuando todas las cadenas mareen la perdiz de ETA en un calculado unísono? ¿Quién prestará atención a los alardes izquierdistas de Sánchez cuando veamos al PSOE recoger los votos del PP en las instituciones vascas? Ayer Arnaldo Otegi dejó flotando un mensaje: "Tú no le puedes decir a la gente que llevas cuatro años firmando acuerdos con EH Bildu pero que ahora no te gusta nada EH Bildu. No es creíble y resta crédito a la política". A lo mejor ese es el gran problema de nuestra democracia: cada vez es más grande el abismo entre aquellos que no creen en nada y aquellos que están dispuestos a creer en cualquier cosa.
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