Dominio público

Vox y los macarrillas de garrafón

Miquel Ramos

Periodista

Vox y los macarrillas de garrafón
El secretario general de Vox, Ignacio Garriga, atiende a los medios durante un acto de campaña electoral, en la Plaza de la Justicia de Zaragoza, a 8 de julio de 2023, en Zaragoza, Aragón (España). Marcos Cebrián / Europa Press

El numerito de macarrilla de garrafón, de pijo de colegio de pago que se cree barriobajero como pretendió hacernos creer Ignacio Garriga en Badalona demuestran una debilidad enorme, por mucho que sus huestes lo aplaudan. Esa exhibición de masculinidad frágil de quien baja de su atalaya rodeado de matones para simular que va a la gresca es tan patética, que ni siquiera se han molestado en darle demasiada publicidad. Garriga no es Abascal, que sí que supo rentabilizar una situación similar en Vallecas hace un par de años, con la ayuda de la Policía. Pero es que en Badalona, Garriga tenía a uno de los pesos pesados del PP, a García Albiol, hablando desde hace muchos años el mismo idioma que la ultraderecha. Un escenario difícil para los ultras, que necesitan dar la nota para que sepamos que existen.

Garriga no brilla precisamente por su inteligencia, por muchos estudios que le hayan pagado y por muy buena cuna en que le hayan mecido. El dentista colocado como cara visible de Vox en Catalunya destacó por su escasa productividad como diputado en el Parlament, y se humilló él solo públicamente en varios medios demostrando no tener ni idea de varias cuestiones por las que le preguntaban las periodistas. En una entrevista en TV3 y en un debate en La Vanguardia quedó en evidencia mostrando su ignorancia sobre el presupuesto de la Generalitat y sobre la deuda pública catalana respectivamente. Y en una entrevista en RTVE, la periodista Gemma Nierga lo descolocó haciendo un ejercicio de periodismo responsable cuando el diputado ultra afirmó no reconocer al colectivo LGTBI porque no cree en ‘colectivizar personas’.


Los neonazis de los que se ha rodeado Garriga en Barcelona, como su exasesor y hoy miembro de la Diputación de Barcelona por Vox, Jordi de la Fuente, no llegan al nivel de quien es la mano derecha de Abascal, Kiko Méndez-Monasterio, un ex miembro de organizaciones fascistas durante los 90 que fue condenado por agredir al ex vicepresidente del gobierno Pablo Iglesias en 1999, por una campaña contra el dictador chileno Augusto Pinochet. Este fascista sigue marcando muchos de los pasos del partido en el ámbito nacional, y es uno de los hombres del partido que está en casi todas las negociaciones con el PP.

Sin embargo, Garriga juega con nazis de segunda regional, con los oportunistas a cuyos viejos camaradas detestan por haberse vendido a los amigos de Israel y a los señoritos de Vox. Jordi De la Fuente, que viene del nazi Movimiento Social Republicano (MSR) y posteriormente de Plataforma per Catalunya (PxC), será juzgado el próximo mes de diciembre por el asalto xenófobo a un centro de menores migrantes en julio de 2019, y la Fiscalía le pide dos años y dos meses de cárcel. Garriga solo puede aspirar a ser un burdo imitador de su jefe, una sombra, a quien después del numerito de Badalona solo le faltaba la foto de un nazi con tatuajes de las SS en el brazo aplaudiéndole en el mitin de Badalona.


Si Garriga es un burdo y fracasado imitador fallido de Abascal, Vox es la caricatura del PP, la pulsión nazi-fascista que alberga toda persona de orden y que supura cuando no se cura bien la herida. Vox es el PP pasado de coñacs, gritando en una barra de bar con los pantalones manchados de orín y oliendo a sobaco bajo una inútil capa de Varon Dandy. Vox está ahí porque al PP le resulta útil, aunque le incordie en algún momento con su chabacanería cuñada o les haga sudar hasta el último minuto con su impostada pose de tozudez. Que salgan el torero y el maltratador a dar la nota, que prohíban obras de teatro y censuren películas, que cambien nombres de auditorios o que el concejal de Borriana vaya en persona a quitar las revistas en catalán de las bibliotecas públicas. El circo para vosotros, claro que sí. Porque eso mismo es lo que haría el PP también en solitario, no lo duden, pero estos van a pecho descubierto.

Vox no olvida que el PP es capaz de lo que sea por poder. "En el peor de los casos tendríamos que chupársela a uno de Vox, que vienen aquí a tocar los cojones", sugería el recién nombrado President de la Generalitat, Carlos Mazón, en una conversación publicada recientemente.  Aunque al día siguiente niegue públicamente tener algo más allá de pura cordialidad y buen entendimiento para gobernar juntos. Vox lo sabe, pero se deja hacer. Se arrastra por cualquier migaja que su partido padre le dé. Sabe que es ahora o nunca el momento de su expansión y de tomar sillones, y necesita todos los púlpitos posibles para afianzar ese trono que les permite mantener el chiringuito para vivir del cuento los años que den de sí.

Pero en Vox no todos son inútiles. A pesar de su caída en las encuestas, un caramelo amargo para estos días, después de ganar poder municipal y entrar en varios gobiernos autonómicos de la mano del PP, saben que siguen siendo imprescindibles. Saben que tienen en su mano una parte del electorado que se niega a volver al PP, por mucho que este se haya lanzado al pozo trumpista sin escrúpulos a competir por el cuñado medio. Saben que, si quiere gobernar, el amigo del narcotraficante Marcial Dorado, como la prensa internacional ya retrata a Feijóo, deberá ofrecerles algo más que migajas. Y el PP sabe que negociar con Vox siempre es una comida indigesta, más allá del menú que proponía Mazón. Todo dependerá de lo que den de si los números este domingo, y de lo que el PP esté dispuesto a tragar.

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