Dominio público

Los esclavos felices

Ana Pardo de Vera

"¿Somos felices en nuestra esclavitud?", se planteaba Calixto Bieito cuando adaptó en 2017 la ópera del artista, insultantemente joven, Juan Crisóstomo de Arriaga. Se llama Los esclavos felices, igual que la producción de Bieito en el Teatro Arriaga (Bilbao), una adaptación rompedora para reflexionar sobre las condiciones actuales de los seres humanos. No hay peor esclavo que el que se cree libre sin serlo, parafraseaba Bieito a Goethe en varias entrevistas concedidas para la promoción entonces.

El terremoto en Marruecos, las muertes y la destrucción que ha traído en las zonas más pobres del país, ha puesto sobre la mesa la impotencia de un pueblo sometido y de otros fronterizos, también sometidos a la manera de los "esclavos felices" de Arriaga y Bieito, a un monarca absolutamente infame al que el rey de España, Felipe VI, llama "querido hermano", como a su padre lo llamaba ídem Juan Carlos emérito. Mohamed VI ha mostrado sin pudor y sin medida cuánto (no) le importan los y las marroquíes a quienes gobierna con mano implacable y con apoyo implícito de, como mínimo, EE.UU., Israel o España.

Algo sabíamos aquí de cuánto cuida Mohamed VI a los marroquíes después de que mandara al mar a decenas de chavales de su país para vengarse de España por acoger humanitariamente al líder del Frente Polisario, Brahim Gali, por petición de Argelia y para tratarse un covid agresivo. Al Ejecutivo, el gesto le costó una ministra de Asuntos Exteriores, una crisis diplomática con ejecución en forma de envío de menores jugándose la vida para llegar a la costa de Ceuta y la aceptación del plan marroquí para hacerse definitivamente con el Sáhara, que poco a poco van aceptando los actores internacionales más significativos. Un chantaje consumado de Mohamed VI a los esclavos felices, nuestros representantes.

El único país que parece resistir a la impiedad del monarca marroquí con respecto al Sáhara es Francia, cuyos intereses con Argelia pesan más, o al menos, de momento. La crueldad y el desprecio por su gente de un rey que apenas pisa su empobrecido país porque le gusta más el lujo parisino para sobrevellevar su enfermedad misteriosa (o no tanto) se mostró en todo su esplendor cuando Mohamed VI rechazó la ayuda incondicional de Francia tras el terremoto, entre otros. Es imposible que no se te encojan las entrañas ante semejante comportamiento.


Torturas, ausencia de libertad de expresión y manifestación, violaciones constantes de derechos humanos; mujeres en la escala más baja de la precariedad, desprotegidas por leyes machistas; periodistas detenidos por criticar al régimen, juicios injustos, violencia institucional contra el colectivo LGTBI ... Todo está recogido en informes contrastados de organizaciones defensoras de los derechos humanos desde hace décadas, pero todo da igual: la posición estratégica de Marruecos respecto a África y Europa ha convertido a nuestros gobiernos e instituciones en los esclavos felices de un rey absoluto entregado a sus placeres y al dolor de su pueblo. Es repugnante.

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