Dominio público

Guerra, paz y periodismo

Virginia Pérez Alonso

Directora de 'Público'

Guerra, paz y periodismo
Mural de la periodista Sherine Abu Aqleh en Nablus, Cisjordania.- NASSER ISHTAYEH / ZUMA PRESS / CONTACTOPHOTO (Foto de ARCHIVO)

Este artículo corresponde a la ponencia de la autora para la mesa sobre Paz y multilateralismo organizada por el grupo parlamentario europeo The Left en Madrid.

Vivimos en medio de un consenso político, mediático e intelectual casi sin fisuras en lo que respecta a la guerra de Ucrania. Es un momento en el que quien no comulga con el relato fijado por Gobiernos y otras instituciones, se mueve en los márgenes y resulta estigmatizado, apartado o castigado.

"Ninguna guerra es justa. Cuando no se hallan maneras de resolver políticamente los desacuerdos, la guerra no es otra cosa que la demostración de la ineficiencia diplomática o, peor, su inoperancia frente a los grandes intereses".

Estas dos frases son las más duras de un artículo de Chantal Maillard, poeta y filósofa española nacida en Bélgica, Premio Nacional de Poesía y Premio de la Crítica, que fue rechazado por los medios en los que habitualmente colabora.

Este rechazo ilustra muy bien el momento en el que estamos, una ola belicista en la que quien renuncia a surfearla, queda automáticamente arrinconado.

No es algo nuevo.

Ahora que el desigual conflicto entre Israel y Palestina vuelve a la palestra, no está de más recordar el apoyo cerrado a Israel de los principales Gobiernos occidentales. Apoyo que es recogido en los medios de comunicación sin aportar prácticamente contexto y sin una perspectiva periodística de derechos humanos.

Pero déjenme que les hable del libro La guerra es la salud del Estado (Ediciones El Salmón). Los dos breves ensayos que contiene fueron escritos por Randolph Bourne en 1917 y1918. Bourne mantuvo desde 1914 una postura antibelicista que lo enfrentó a casi toda la izquierda estadounidense. Acabó marginado y expulsado de los medios en los que escribía.

Según él, los Estados se sirven de la guerra para extender su dominio más allá de sus fronteras y aplastar cualquier disidencia interna con leyes de excepción.

En el primero de los ensayos (La guerra y los intelectuales), Bourne escribe:

"Una clase intelectual totalmente racional habría llamado insistentemente a la paz y no a la guerra. Durante meses, la necesidad apremiante ha sido la de una paz negociada, para evitar la ruina de un callejón sin salida. Esta misma habilidad política, empleada con determinación en aras del intervencionismo militar, ¿no habría podido asegurar una paz que no hubiera supuesto el sometimiento de ninguno de los dos bandos?".

Y en páginas anteriores:

"Los intelectuales se han identificado con las fuerzas menos democráticas de nuestra sociedad. Han asumido el liderazgo para la guerra de esas mismas clases contra las que viene luchando la democracia estadounidense desde tiempos inmemoriales; sólo en un mundo en el que no quedara rastro de la ironía podría una clase intelectual entrar en guerra a la cabeza de semejantes cohortes antiliberales en la causa declarada del liberalismo y la democracia mundial. No ha quedado nadie para señalar la naturaleza antidemocrática de este liberalismo de guerra: en tiempos de fe, el escepticismo es el más intolerable de los insultos".

Un siglo después, en lo que respecta a la guerra de Ucrania, estamos prácticamente igual. Asistimos a un malabarismo intelectual y dialéctico en el que la paz y la guerra se vuelven equivalentes: Ucrania puede ganar aun cuando pierda, y Rusia pueda perder aun cuando parezca ganar.

"Si quieres la paz, prepárate para la guerra", decía Vegetius, un alto aristócrata romano conocido por su belicismo radical y por haber inspirado a los ideólogos del fascismo italiano.

Y eso es precisamente de lo que nos intentan convencer: de que a la paz se llega con la guerra y, en este caso, con el aplastamiento de los rusos. Un discurso que han mantenido, por ejemplo, Los Verdes alemanes.

En esa línea argumental, nadie agrede, todos se defienden. Pero entonces, ¿a qué llamamos paz? ¿A la no violencia o a la defensa de un statu quo?

En ese marco, el discurso de guerra justa y la justificación del envío de armas han sido aceptados mayoritariamente por la ciudadanía, sin mayores reparos. Entre otros motivos, porque los medios de comunicación así lo reflejaron y lo siguen reflejando.

¿Y esto por qué sucede? Por distintos motivos.

1. En sociedades acostumbradas a consumir información en forma de píldoras y en las que todo se simplifica al máximo, cuando toca analizar una realidad compleja se da una necesidad de identificar a un malo y a un bueno. Recordemos que la película siempre comienza cuando alguien se siente agredido y se tiene que defender.

Es mucho más fácil y eficiente (en términos de impacto en las audiencias) moverse en blancos y negros en lugar de bucear entre los grises. Porque los grises generan dudas, preguntas, incertidumbres, reflexiones y necesitan de tiempo, ese bien en peligro de extinción. Y en esos matices la figura del bueno y del malo quedan diluidas.

Como todas las guerras, la de Ucrania podría haberse evitado si los Estados implicados hubieran actuado sobre las causas que motivaron la invasión. Esto señala de igual manera a Ucrania, Rusia, Estados Unidos, a los países de la OTAN y a la UE. Algo que es compatible con la condena sin paliativos de la invasión de Rusia.

Pero es mucho más fácil visualizar la dicotomía malo-bueno que analizar la situación en profundidad y enfrentarnos a reflexiones que pueden hacer aflorar nuestras propias contradicciones.

Y también es mucho más rentable. En términos de repercusión, de no significación (siempre es más agradecido ir con la masa que romper moldes) y por supuesto en términos económicos. Vamos a ver por qué.

2. En los últimos 20 años hemos visto cómo la revolución tecnológica ha impactado de lleno en los medios de comunicación. Una de las consecuencias de las incesantes reducciones de costes en los medios ha sido el desmantelamiento de las secciones de Internacional.

Apenas quedan ya corresponsales y las redacciones se han vaciado de periodistas muy preparados, que tenían un gran conocimiento de cuestiones cruciales para todos. Porque no olvidemos que todo lo que sucede en la otra punta del mundo, terminará teniendo consecuencias allá donde estemos.

Esto implica que, en el mejor de los casos, la información internacional acaba quedando en manos de las grandes agencias de noticias (Reuters, Associated Press). Y que por tanto miramos la realidad desde prácticamente el mismo lugar y con una perspectiva limitada.

Ese lugar común es muy occidental, muy blanco y muy masculino. Y responde a la unipolaridad que hoy rige el mundo: EEUU es principal poder militar, económico, cultural, científico y energético. Es indiscutible que la agenda mundial viene hoy marcada por EEUU. Y que los medios así lo reflejan.

A esto hay que sumar la paulatina transformación de la información en una mercancía. Los medios de comunicación, muchos de ellos en una situación económica muy precaria, generan más ingresos cuanto más leídas sean sus informaciones.

La información internacional no es la que concita precisamente más lectores. Por tanto, las empresas periodísticas suelen darle menos peso y cuando ocurre una circunstancia como la guerra de Ucrania, no tienen periodistas suficientemente formados ni recursos económicos para abordarlas.

3. Hablaba de esa perspectiva occidental, blanca y masculina. Y quiero incidir en lo masculino y en el color de la piel.

La mayoría de los medios de comunicación están dirigidos por varones, que suelen copar también las jefaturas intermedias. En los 30 años que llevo dedicada a este oficio, la única redacción dirigida por mujeres que he conocido es la de Público. Y en todo este tiempo he sido testigo de cómo en las reuniones de redacción, los jefes hablaban alegremente de la necesidad de enviar los tanques a tales o cuales lugares, incluso dentro de España. Por ejemplo, con el conflicto catalán, sin ir más lejos.

Esto se traduce luego en las maneras de contar y acaba derivando en una narrativa belicista que resulta muy difícil de romper precisamente por lo arraigada que está.

Si a esta masculinidad un poco neandertal le añadimos la occidentalización, nos encontramos con que fabricar explosivos para resistir una invasión puede llegar a ser algo defendible cuando quien lo hace es europeo y blanco.

Y a partir de ahí saquen sus propias conclusiones sobre las diferencias de tratamiento para los ciudadanos palestinos en comparación con los ucranianos, por poner un ejemplo.

En circunstancias como estas, lo esperable y deseable sería que los medios de comunicación analizaran las implicaciones éticas del envío de armas por parte de países occidentales a Ucrania y la hipocresía y el trasfondo racista en el tratamiento ‘institucional’ y mediático de las víctimas de unos conflictos o de otros.

Pero esto no solo no sucede, sino que quienes intentamos hacerlo, somos condenados al ostracismo en el mejor de los casos. Es decir, intentar abrir el foco, tener una mirada más amplia, inclusiva con los derechos humanos y enfocada a la paz supone hoy un estigma. Y así llegamos al punto en que no existen apenas espacios para un debate público que aborde este asunto.

Al final, ese discurso dominante que incide en la guerra como el camino para la paz lo que hace es perpetuar la falta de cultura democrática.

4. La sociedad ha asumido el marco discursivo de la extrema derecha. Y los medios de comunicación también, algunos de ellos incluso en el prime time. 

Resulta complicado no hacerlo cuando la propia política migratoria de la UE rezuma exclusión y miedo: se prefiere financiar a Turquía o Libia para que frenen en sus fronteras a quienes quieren desplazarse a países de la Unión Europea antes que invertir en programas inclusivos; mejor levantar muros y vallas, enriqueciendo de paso a la industria del control migratorio (que en gran parte es la industria armamentística), que trabajar de forma global y articulada en soluciones de integración.

En este escenario desaparecen, también en la mayoría de los medios de comunicación, factores como la emergencia climática, los conflictos armados o la depredación occidental de determinados países, que están detrás de la mayor parte de movimientos migratorios. O se narran de manera desarticulada, dando la sensación con demasiada frecuencia de que estos hechos y las migraciones no están conectados.

La consecuencia de todo esto la expresó muy bien Averroes hace 900 años: "La ignorancia lleva al miedo, el miedo lleva al odio y el odio lleva a la violencia. Esa es la ecuación".

5. La desinformación campa y ha campado a sus anchas. En el caso de la guerra de Ucrania, los bulos y manipulaciones que circulan por Occidente están diseñados para provocar la simpatía por Ucrania y la hostilidad hacia Rusia. Y no en pocas ocasiones acaban en las páginas de los medios de comunicación.

Por ejemplo, la Casa Blanca tuvo que desmentir a la CNN cuando la cadena anunció que Biden había asegurado a Zelenski que la invasión tendría lugar "en cuanto se congelase el terreno".

También se divulgaron de forma masiva, y como si fueran reales, imágenes de un videojuego en las que se ve cómo un 'heroico’ piloto de combate ucraniano intenta derribar desde tierra aviones de combate.

Otro ejemplo: los medios occidentales informaron de forma generalizada de que las tropas rusas habían masacrado a 13 soldados ucranianos en el Mar Negro. Pero en aquella ocasión, los medios rusos decían la verdad: había 82 soldados ucranianos y se habían rendido. Todos estaban sanos y salvos.

Aún no se había prohibido en Europa la difusión de medios estatales rusos en una decisión sin precedentes y que también ha sido aplaudida casi sin fisuras.

Los medios deben, más que nadie, distinguir la realidad de la propaganda, la verdad de un bulo. Pero también los lectores y espectadores. Y es ahí donde se entra en un extraño frenesí en el que algunos se convierten en una especie de policías del purismo periodístico e ideológico, cuya misión es salir a la caza de todo aquello que consideran que incumple sus parámetros.

Es una de las consecuencias del consumo de información en píldoras: ya no se lee un medio en su conjunto, sino por piezas, por lo que el lector se pierde el conjunto de la línea editorial. Y se acaba haciendo una lectura de prensa de trinchera, no para conformarse una visión global, sino para reafirmarse en las posturas propias, sean estas las que sean.

***

Por todo esto, el papel de los medios en una guerra es más relevante que nunca. Y precisamente por ello, «la primera víctima cuando llega la guerra es la verdad».

Esta frase, atribuida al senador estadounidense Hiram Johnson en 1917, fue pronunciada hace casi cien años durante la Primera Guerra Mundial. Y, como un boomerang, nos devuelve al inicio de esta ponencia, a Randolph Bourne, a su conocido aforismo "La guerra es la salud del Estado" y a concluir que esa salud de los Estados debe de estar en uno de sus mejores momentos, a la vista del panorama internacional.

La historia se repite y nos devuelve, desgraciadamente, a caminos ya transitados en los que volvemos a estrellarnos. Sí, también en el periodismo y en los medios de comunicación.

 

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