Dominio público

La foto fija de Palestina

Miquel Ramos

Periodista

La foto fija de Palestina
21 de octubre de 2023, Territorios Palestinos, Al Zahra: Vista aérea de los edificios destruidos en Madinat Al-Zahra, cerca de Khan Yunis.- EUROPA PRESS

La reacción en Occidente ante lo que está ocurriendo en Palestina estas últimas semanas está siendo muy reveladora. Digo en Occidente a conciencia, porque el resto del planeta, la mayoría de los países del mundo, están cada vez más alejados de nuestros marcos, de nuestros hipócritas baremos de lo bueno y lo malo, y de nuestra divina misión de administrar justicia por el mundo. Es revelador, decía, por el doble rasero con el que se ha visto retratado estos días, cuando lo que decía ayer sobre Rusia y la invasión de Ucrania no sirve hoy para Israel, su colonización y su masacre en Palestina.

La interpretación que se está haciendo de la situación en la mayoría de los medios occidentales pasa por tratar de instalar los sucesos del 7 de octubre como el inicio o la causa de todo, y enmarcarlo en lo que han decidido llamar ‘guerra entre Israel y Hamás’. Lo explicaba así también el judío israelí Ariel Feldman en Jacobin: "Este movimiento, que toma la parte por el todo, produce a su vez el aislamiento de un hecho atroz y condenable de sus condiciones históricas, materiales y políticas de existencia". Se trata pues, de una foto fija que sirve para justificar cualquier respuesta de Israel invocando su ‘derecho a defenderse’, pero que omite los antecedentes, las causas y el origen de todo, que no es más que la ocupación, el apartheid y la limpieza étnica que practica el estado de Israel desde su creación, pasándose por el forro la legalidad internacional, decenas de resoluciones de las Naciones Unidas, sin que tenga ninguna consecuencia.

Todo análisis que no explique esto es instrumental a la política israelí, y sitúa siempre su acción como respuesta a algo, es decir, como defensa. Todo llamamiento a la paz que no haga hincapié en el reiterado incumplimiento de la legalidad internacional por parte de Israel, y exija su cumplimiento, es otro aval para la impunidad. Una exigencia que desde Occidente se suele olvidar mientras se reitera lo inaceptable de los ataques en suelo israelí, y se trata de equiparar las acciones de grupos armados de los colonizados, con las políticas del Estado colonizador, el único responsable de garantizar derechos a la población del territorio que administra, también la palestina.

No puede haber paz si no hay justicia, y esto lo saben los pocos israelíes que critican no pocas veces a sus propios gobiernos, también ahora, exigiendo que la venganza no sea la respuesta, y que lo inmediato debe ser procurar por la vida de los prisioneros. Aunque es cierto que no son tantos: la última encuesta del Israel Democracy Institute publicada por el Jerusalem Post mostraba un 87% de apoyo al ejército en la masacre contra Gaza. Otro dato es ese 80% que critica al gobierno de Netanyahu. Sin embargo, son los judíos que no residen en Israel los que han capitaneado algunas de las protestas más numerosas, sobre todo en los Estados Unidos.

El Jewish Electorate Institute, liderado por judíos demócratas estadounidenses, revelaba en julio de 2021 los resultados de una encuesta entre los votantes judíos del país. Los resultados explican en gran medida la posición de una gran parte de los jóvenes judíos estadounidenses que estas semanas han llevado a cabo sonoras acciones de protesta contra la intervención de Israel en Gaza: un 34% de judíos norteamericanos asemejaba el trato a los palestinos por parte de Israel al racismo estructural estadounidense. El 35% considera a Israel un estado de apartheid, y otro 25% que este está cometiendo un genocidio contra la población nativa palestina. No son pocos los analistas que insisten en la cada vez más distancia que toma la sociedad estadounidense con Israel, a pesar de la férrea defensa y complicidad de sus gobiernos en toda agresión contra Palestina, como publicaba recientemente, en julio de 2023, la revista Time.

Lo que llama la atención en Occidente, por otra parte, es la posición extrema de quienes siempre defienden a Israel en sus no pocas acciones militares contra Gaza, sin ni siquiera ser israelitas ni judíos, pero usando la baza del antisemitismo para silenciar cualquier crítica. Nada nuevo, aunque esta acusación se vierta incluso sobre judíos críticos con Israel o hasta sobre supervivientes o familiares de supervivientes del Holocausto. Esto, conjugado con el espantajo de defender el terrorismo si no empiezas cada frase condenando a Hamás, se ha convertido en el obligado inicio de toda crítica. Y ni aun así les sirve, pues todo lo que no sea cerrar filas con Israel es ser cómplice del terrorismo.

Esto ocurre de manera obscena en todo el espectro político occidental, también en la izquierda que presume de apoyar a Palestina, pero de manera más flagrante en países como Alemania y Austria, cuya responsabilidad histórica por el Holocausto ha servido como inhibidor de cualquier posición crítica con este Estado, por miedo a ser acusados de antisemitas. Esto se advierte en la visible distancia que separa el discurso de las izquierdas mediterráneas con las germanas, que no solo no han liderado ni tan solo secundado las muestras de solidaridad con Palestina, sino que han tomado parte en sentido contrario, defendiendo a Israel e invocando su derecho a defenderse. Mientras el Estado lleva días prohibiendo las protestas por Palestina, incluso las organizadas por judíos, censurando a escritoras palestinas en ferias literarias como la de Frankfurt, o prohibiendo los pañuelos palestinos en los institutos.

Escribía la periodista israelí Amira Hass en el periódico israelí Haaretz al respecto, acusando a Alemania de traicionar su responsabilidad surgida del Holocausto: "Lo traicionaron con su apoyo sin reservas a un Israel que ocupa, coloniza, priva a la gente de agua, roba tierras, encarcela a dos millones de habitantes de Gaza en una jaula llena de gente, de demolición, expulsa a comunidades enteras de sus hogares y alienta la violencia entre los colonos"

Esta nueva agresión israelí contra Palestina ha hecho supurar unos miedos, unos odios y unos complejos que llevan siglos instalados en nuestro ADN, enraizados en las construcciones políticas, geopolíticas e identitarias de Occidente, cuya hegemonía está hoy amenazada. Y Palestina es tan solo una pequeña muestra de ello, abriendo el foco más allá de Occidente. En esta construcción identitaria occidental, histórica y profundamente islamófoba y antisemita, reside también ese progresismo acomplejado que llora por los muertos en Palestina pero ‘entiende’ que Israel ‘debe defenderse’. Reitera así las condenas a Hamás, para que nadie lo acuse de simpatizar con terroristas, y mantenerse en una posición cómoda, que no es más que un llamamiento a los israelíes para que afinen la puntería con esas bombas contra Gaza, muchas de ellas con código de barras español, y a los palestinos a que resistan sin devolver nunca el golpe, a que sigan instalados en el eterno papel de buena víctima que pone la otra mejilla, y a que confíen en que todo irá bien. Como hasta ahora.

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