Dominio público

Un cuerpo de miedo

Marina Merino

Culmina la spooky season, o para quien no pilote tanto en el idioma Gen-Z, esa temporada otoñal y mística que atraviesa Halloween y el Día de Todos Los Santos como momentos centrales. En estas circunstancias, una no puede evitar pensar en lo que implica desear vestirse, esconderse tras la máscara, interpretar un papel, jugar con las apariencias... y bueno, también acordarse de cuando no solo se disfrazaba de huesitos en esta fiesta, sino que quería serlo todos los días del año. Estas celebraciones que giran en torno a la visceralidad de los cuerpos, los monstruos, el horror, el miedo y los disfraces pueden evocar a una realidad que no ocurre exclusivamente en estas festividades, sino en la vida de la mayoría de las personas, en diferente intensidad, llevándome a pensar hoy en la presión que se ejerce sobre nuestros cuerpos.

Corría el año 2014, sonaba Lana del Rey en el CD (sí, aún usábamos eso) y una joven tiraba su armario entero encima del colchón, sudada, aunque acababa de salir de la ducha, con solo una media subida en la rodilla y un ataque de ansiedad mientras sabía que llegaba -de momento- veinte minutos tarde a la quedada con sus amigas, a pesar de haberse empezado a arreglar dos horas antes. Quizá haber pasado horas y horas en Tumblr en las últimas semanas, en las profundidades de las comunidades "ProAna" y "ProMía" (difusoras de la Anorexia y la Bulimia, sí, eso existió) tenía algo que ver.

Nunca eran suficientes horas de ayuno, conteo de calorías, filtros y edición en las selfies, comprobación y control para conseguir el "thigh gap" perfecto (quizá porque su existencia dependía de una estructura ósea determinada o un estado de infrapeso fatídico). Eran tiempos en los que no había apenas límites a mensajes masivos que incitaban a la autodestrucción y romantizaban los trastornos mentales (algo que hoy, aun insuficientemente, parece que empieza a denunciarse). Si aún sigues leyendo y no has reconocido las referencias, puedes considerarte afortunado: esa joven, por ser, no solo fui yo, sino que podrían haber sido más conocidas y cercanos de los que me gustarían, antes y después de esa época, entonces y ahora, aunque ya no haga falta saberse más de tres canciones de Nirvana para ser guay y la música suene en cualquier plataforma de streaming.

En caso de que aún alguien no se haya enterado, como si cualquier esquina de internet no llevara meses advirtiéndolo -¿quizá también dirigiendo la atención hacia ello?-, las famosas se han quitado los implantes que las hacían parecer curvy y las XS han vuelto de nuevo. Ha pasado una década desde que ese modelo delgado se cuestionó hacia un movimiento body-positive (siempre con el beneplácito de la rentabilidad comercial, sin superar los márgenes del pinkwashing), donde cuerpos distintos podrían verse, para acabar en una nueva recaída que apunta hacia figuras más esbeltas, blancas y frágiles. Que si la bichectomía, que si estar slim-thick, que si los 10.000 pasos, los anuncios de tés que adelgazan cuando en realidad contienen laxantes por aquí, la cultura de la dieta por allá, aun siendo ahora fit, keto o real, que sigue apuntando a una hipervigilancia sobre lo que entra en nuestro cuerpo. Se advierte el abuso masivo de medicamentos indicados para la diabetes por parte de famosos para adelgazar rápido, hasta el punto de afectar a la oferta y dejar a enfermos sin suministros. Hay quien lo llama vuelta de la década de los 2010, porque parece que no quedan más épocas a las que volver nostálgica y frenéticamente en vez de ocupar un presente. En mi for you page de TikTok veo a adolescentes replicar trends con exactamente las mismas lógicas que promovían trastornos alimentarios cuando yo habitaba Tumblr. Algunas simplemente señalan que la delgadez jamás dejó de estar de moda, solamente se proyectaron otros estándares -igual de difíciles de alcanzar- según pasaba el tiempo.

Sea como fuere, esto se siente como Sísifo contra la piedra. El verdadero espanto es que, de facto, es halloween todos los días en el mundo de los mortales, cada vez más, sin haber nada de divertido en ello. De hecho, hay una industria entera beneficiándose de proyectar estándares irreales para que nos sintamos inseguras y gastemos tiempo y dinero en controles y apariencias que mañana seguirán sin estar a la altura -porque en eso consiste, en acumular nuestra desesperación-. Rutinariamente nos disfrazamos, contenemos, aparentamos, luchamos contra la muerte (o más bien, la vejez) y buscamos el truco para conseguir el trato con los demás. Vemos nuestro reflejo y rápidamente nos horrorizamos, calificamos como asqueroso y tétrico lo que solo es lo que somos, lo que habitamos. No importa cuántas modelos plus-size, campañas que visibilicen otros cuerpos se patrocinen, que hoy millones de personas se levantan y se acuestan odiando el cuerpo en el que les ha tocado vivir, de hecho, si se me permite romper el dualismo: el cuerpo que simplemente son. Para sorpresa de nadie, el mercado de la belleza, por mucho que se "abra", no nos salvará esta vez.

Sin connotaciones religiosas, es prácticamente un milagro que hayamos llegado a estar aquí. Solamente el hecho de poder haber llegado a existir, de ser algo encarnado, debería resultar alucinante. Sin embargo, la vida estos días para muchas parece ser un recordatorio constante de lo culpables que debemos sentirnos por ello. Me aterra pensar que históricamente a ciertos cuerpos (la mayoría de nuestros cuerpos, de hecho) se nos ha tratado de controlar y hacer más pequeños, para que molestemos lo menos posible, seamos más dirigibles (ahora nos auto dirijamos, de hecho). Hablando claro: molesta que ocupemos un espacio, que entonemos una voz potente, que tengamos una fuerza física que utilizar. Como no se nos puede apartar, según nos acerquemos más o menos a la normatividad, pareceremos el monstruo o se nos enseñará a convertirnos en un bien más de mercado, un consumidor que es consumido, que en todo eso se consume.

Yo no quiero ocultarme tras la máscara otros días que no sean este, porque tengo la misma cara que mis padres, mis tías y mis abuelos que tanto me quieren y mi reflejo me recuerda gestos de todo el amor que han volcado en mí y conmigo. No me quiero hacer más pequeña, ya tengo un corazón y una pasión que no me caben, que algunos días se me salen del pecho. No soy capaz de achicarme, cada vez que lo he intentado me he acabado desbordando por los lados. Tampoco deseo tener una hiperfijación con ciertas partes de mi cuerpo, para bien o para mal, porque no soy un Frankenstein, que coge y quita y pone a su monstruo lo que desea. Lucho permanentemente contra el absoluto, me niego a pensar mi cuerpo como lo contrario a lo que claramente es: algo que cambia en el tiempo y es afectado por otros cuerpos. Reducirme, mutilar mi cuerpo, implica necesariamente hacer que me pierda la vida: limitar mi experiencia, borrar mi huella y la de otros en mí, condicionar mi asombro, nublar mi visión, colmar mi paciencia, odiar mi amor, temer lo que puedo llegar a conocer. No deseo un cuerpo de miedo. Escribo esto hoy para evitar el terror de verme por primera vez en el espejo en 40 años y ver todo lo que me he perdido.

Aun así, si mi cuerpo, nuestro cuerpo, debe horrorizar, espero que sea la herramienta que asuste, de una vez por todas, al enemigo correcto.

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