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Bálsamos y equilibrios que justifican un genocidio

Miquel Ramos

Bálsamos y equilibrios que justifican un genocidio
Una mujer frente al cuerpo de un asesinado por Israel en Gaza, a 5 de diciembre de 2023. REUTERS/Ibraheem Abu Mustafa

Un incesante goteo de imágenes de niños envueltos en sábanas blancas o cubiertos de polvo y escombros, de cuerpos esparcidos por las aceras, padres que lloran a sus hijos, e hijos que buscan a sus padres o niegan que estén muertos mientras abrazan incrédulos sus cuerpos inertes. Se suceden las imágenes de bombas lloviendo del cielo, con certificado democrático, y las imágenes inmediatas de su impacto, del destrozo, la nube de polvo, de la muerte y el pánico de quienes no tienen donde refugiarse. Estamos asistiendo a un genocidio en directo, a un exterminio que nunca podremos decir que desconocíamos, y en el que la posición que tome cada uno quedará grabada para la historia.  

Llevamos casi dos meses recibiendo imágenes insoportables de lo que está sucediendo en Gaza, con casi 20.000 muertos, decenas de miles de heridos, mutilados y desplazados, y un territorio arrasado, inhabitable. Imágenes que llegan por los testimonios civiles y los pocos periodistas que pueden informar desde el terreno. Israel ha matado ya a medio centenar de profesionales de la información, a otros tantos médicos y trabajadores de ONG y de la misma ONU, y desde el inicio de la masacre ha prohibido a la prensa extranjera de acceder al terreno si no es empotrado en las filas de su propio ejército. Ellos te dicen dónde poner el foco.  

Mientras, algunos políticos, empiezan ya a pedir mesura, y emplazan a su aliado a no matar tanto, aunque no se despegan de la justificación de la ofensiva del derecho de Israel al exterminio. Algo tienen que decir cuando las calles, la población a la que representan, sale en masa todas las semanas denunciando el genocidio y exigiendo contundencia a sus gobernantes. Conscientes de lo injustificable, y salpicados por tanta sangre, estos políticos tratan de hacer equilibrios para decir dos cosas a la vez: que Israel tiene derecho a 'defenderse' (esto es, a masacrar a miles de civiles), pero que debería disimular un poco, que hay demasiados testigos y que luego tienen que dar explicaciones sobre sus apoyos y sus negocios con los responsables de esta masacre. Es justo lo que hizo Pedro Sánchez, a quien se le aplaudió la 'valentía' de sugerir que se estaban pasando, pero sin advertir de ninguna consecuencia si esto seguía así. Porque así lo reiteró días después: Israel es un aliado. Por eso los negocios siguen, y Defensa mantiene sus contratos millonarios con la industria armamentística israelí. Probada en combate y con garantía de efectividad. Solo hay que ver el balance de muertos.  

Cómo será el asunto para que la ministra de exteriores alemana pida ahora a Israel contención y 'respeto a los derechos humanos' en su incesante castigo a los palestinos. Otra tímida llamada de atención vacía, un 'frena un poco, Benjamín', cuando son incapaces de censurar la cantidad de evidencias del nuevo genocidio que están defendiendo. Alemania, cuya responsabilidad histórica y el supuesto sentimiento de culpa por el Holocausto la han convertido desacertadamente en el fiel valedor de cualquier atrocidad que cometa Israel. Un errático impermeable que cree evitar así a los fantasmas del antisemitismo que arrastran como penitencia del pasado, y que tan solo sirven hoy para dar continuidad a lo mismo que hizo posible aquel genocidio.  


Es imposible, o al menos eso queremos pensar, que la humanidad permanezca impasible ante tamaña ignominia, ante esta masacre televisada y la complicidad de nuestros gobiernos. Es insostenible ningún orden o equilibrio basado en la eterna impunidad de Israel y su habitual menosprecio a las mínimas reglas internacionales que se le exigen a otros bajo amenaza de guerra, bloqueo, sanción o invasión. El doble rasero de Occidente no puede estar más a la vista estos días, cuando todo lo que se pretendía vender sobre la necesidad de actuar en Ucrania, se esfuma o se alinea directamente con el agresor en el caso de Palestina. Esto no hace sino todavía más insostenible el proyecto sionista, mantenido casi en exclusiva por Occidente, pero inmerso en una eterna psicosis colectiva que, tras estos meses, será difícil de sanar.  

Como contaba Yoav Litvin, fotógrafo, escritor y doctor en psicología, judío israelí-americano, en su cuenta de la red social X, esta última operación, y el duro golpe militar y psicológico del 7 de octubre, ahondará todavía más en la paranoia y el cierre de filas de un país que sobrevive a costa de la progresiva limpieza étnica de sus nativos palestinos. Solo hay que ver las encuestas para dar fe de la práctica desaparición del pequeño porcentaje de supuesto progresismo sionista contrario a la guerra y al apartheid, que algunos exhibían para eximir al Estado israelí del mal de sus gobernantes cada vez más ultraderechistas.  

Ayer, el líder de la extrema derecha española visitó Israel y manifestó una vez más su apoyo al genocidio. Todas las extremas derechas apoyan a Israel en esta empresa y en su proyecto colonial y supremacista, pues representa su modelo de etnoestado, el apartheid soñado y reivindicado para su país. Hace muchos años ya que los herederos ideológicos del nazi-fascismo entendieron que el sionismo e Israel no eran enemigos rentables, sino parte de su proyecto global, aliados imprescindibles en su nueva cruzada contra los nuevos bárbaros una vez caído el bloque comunista. El choque de civilizaciones en el que pretenden enmarcar el mundo los imperialistas y los reaccionarios tiene a Israel como uno de sus principales escenarios, pues representa la puerta de Occidente, la civilización ante los salvajes, la blanquitud. Solo hay que ver como caracterizan los israelíes a los palestinos en sus despreciables mofas en redes sociales: se pintan la piel con tonos oscuros y se dibujan más pelos y menos dientes. Animalizan al palestino. Lo brutalizan. Como los nazis caracterizaban a los judíos, pintándolos como ratas o serpientes, como bestias salvajes, como depravados, sucios y siniestros.  


Lo explicaba Roger Suso, periodista experto en extremas derechas, hace unas semanas en la Directa, con nombres y apellidos. Partidos fundados décadas atrás por antiguos nazis, como el FPÖ austríaco, la lideresa de los mussolinianos admiradores de Hitler del MSI, Giorgia Meloni, o el hasta la heredera del Front National de Jean-Marie Le Pen, forjado por aquellos pied noirs filofascistas que consideraban el Holocausto un detalle sin importancia. Todos ellos no han sanado su incrustado e imborrable antisemitismo, sino que lo han enmascarado y lo han suplantado, al menos de momento, por su islamofobia, el elixir más rentable para la ultraderecha en Occidente estos últimos años.  

Más allá de la alianza natural del supremacismo blanco con Israel, existe un extendido mantra que repiten igualmente quienes pretenden defender el genocidio desde una supuesta posición progresista. Además del pinkwashing y purplewashing habitual con el que tratan de vendernos que al haber mujeres y personas LGTBI+ en el ejército, son inclusivos, feministas y LGTBIfriendly, no como los palestinos que son unos intolerantes. También usan el eterno comodín de Hamás para estigmatizar a toda Gaza, donde, según los propios líderes israelíes, no hay inocentes. Cuando las evidencias nos muestran que son los civiles quienes están siendo castigados, entonces son escudos humanos que pone Hamás. Esto les funciona como justificación y parece ser que como bálsamo ante tanta atrocidad.  

Lo que me inquieta es pensar si de verdad se lo creen, si esto les permite dormir bien, o si saben que es la excusa que deben poner para no decirnos abiertamente que hay genocidios que valen la pena. Que están justificados. Esta vía de escape inmediata no les servirá en un futuro cuando la historia, como ya pasó con Argelia, Vietnam, Sudáfrica o Irak, entre tantos otros escenarios de la infamia, nos ponga frente a un espejo y nos recuerde dónde estábamos entonces.  


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