Dominio público

La muerte en Gaza y los nombres de los recién nacidos 

Miquel Ramos

Cartel contra el "genocidio" y a favor del "alto el fuego" en Gaza, el pasado 1 de enero, en Nueva York. / Sarah Yenesel (EFE)
Cartel contra el "genocidio" y a favor del "alto el fuego" en Gaza, el pasado 1 de enero, en Nueva York. / Sarah Yenesel (EFE)

Empieza el año igual que terminó, sin que eso sea nada alentador ni nos invite a pensar que ni los mejores propósitos ni los buenos deseos tengan ya algún sentido más allá de nuestro inmediato alcance. El mundo sigue igual, por mucho que nos propongamos dejar de fumar o apuntarnos al gimnasio, o deseemos muy fuerte la paz en el mundo. Centenares de vidas segadas durante las Navidades en Gaza mientras nos encontrábamos con los nuestros y nos comíamos las uvas. La inmisericorde maquinaria genocida israelí no ha dado tregua, y nos ofrenda, además, con simpáticos vídeos de sus soldados bailando, saqueando y hasta haciendo saltar por los aires edificios donde morirían sepultados varios seres humanos. Cientos, miles de heridos, niños sin padres, hambre y ningún lugar donde esconderse de las bombas ni de los francotiradores. Nuestro regalo de Navidad para los habitantes de la tierra donde nació Jesús ha sido el patrocinio y el amparo de la masacre. Porque hasta que España no rompa relaciones con Israel y mueva ficha contra su impunidad, seguiremos siendo cómplices. 

Dan igual las cifras y los datos que ofrezcamos, las imágenes de tanta crueldad y tanto dolor que insistimos en compartir para buscar un mínimo de empatía en quienes siguen defendiendo un genocidio. Nos hemos acostumbrado a ver pasar por nuestras redes sociales imágenes de un exterminio en directo, como nunca había sucedido en los conflictos recientes. Nuestra dosis diaria de vergüenza, como dicen algunos de los periodistas que se niegan a normalizarlo. Imágenes mezcladas, eso sí, con las que nos mantienen esperanzados, con esas protestas y acciones alrededor del mundo que se niegan a callar o a mirar hacia otro lado. Porque por mucho que nuestros ilustrados gobernantes sigan manteniendo el apoyo explícito o velado a la masacre, la gente corriente se resiste a perder su humanidad y chapotear en ese mismo charco de mierda pragmática y equidistante en la que viven quienes pueden tomar decisiones de alcance para frenarlo. 

Imágenes para este nuevo año que nos regalan también nuestros fachas irredentos, una vez más ante la sede del PSOE en Madrid, estirando el chicle del patetismo que envolvió el llamado Noviembre Nacional. Nazis, fascistas, fundamentalistas católicos, freaks, influencers ultras que sacan buena tajada de todo esto y Vox entre bastidores tratando de capitalizar la masa de QAnons patrios. Por no hablar de quienes convirtieron su canal de Telegram sobre las protestas en Ferraz en una tienda online de farlopa a domicilio. Hoy la comidilla de las tertulias es el muñeco apaleado de Sánchez, que junto con el resto de performances que llevamos viendo estos meses, alimentan el mito de lo que nos ahorramos evitando que el PP gobernase con Vox. 

Ya expliqué en otro artículo la instrumentalización del delito de odio que ha hecho la derecha desde hace años, condenando por hechos mucho más nimios a izquierdistas. Hoy el PSOE trata de rentabilizarlo, en vez de usar otros tipos penales donde encajaría la acción, y a pesar de las dudas sobre si eso debe tener recorrido penal, sigue manoseando el delito de odio para alejarlo de su razón de ser, que es proteger a los colectivos vulnerables. Ya le va bien al PSOE que estos esperpentos asomen el hocico y hagan el idiota mientras nos vuelven a colar a Marlaska, a Robles, las armas para Israel y hasta a una tránsfoba en el Ministerio de Igualdad. Peor sería con Vox, dicen. 

Otro clásico del inicio de cada año es la pataleta identitaria racista cada vez que nace un niño con el tono de piel más oscuro que el de Benny Hill. Es pasatiempo habitual de estos aprendices de la higiene racial buscar las fotos y los nombres de los primeros niños y niñas nacidos el uno de enero, y así volver a clamar al cielo sobre la sustitución demográfica en marcha, el gran reemplazo programado desde algún despacho que dirige las pateras por control remoto para acabar con la raza blanca o con la civilización occidental. Lo hemos visto en versión española y también en catalán, ahora que la ultraderecha también se ha hecho un hueco en el escenario post-procès y reproducen exactamente el mismo discurso que Vox, y hasta la misma gráfica para alertar de esto, pero tras otra bandera y en otra lengua. 

Este es el verdadero quebradero de cabeza de estos patriotas, los nombres de los zagales. De Alcalá de Henares y de Ripoll, da igual la ubicación y la bandera que le acompañe, porque es la misma musiquita de siempre, ayer compartida por Vox y Aliança Catalana, absolutamente idénticos. No les preguntes por los desahucios, por la precariedad ni por la crisis climática. Esos problemas no están en el guion identitario, y en todo caso, siempre habrá ocasión de meter a los migrantes en la ecuación dándole la vuelta al asunto y hablando de okupas, de relojes de medio kilo robados en el Raval o de la pelea en la discoteca. 

Deberíamos estar ya vacunados ante estos discursos simplistas y este alpiste para incautos, pero nada, aquí estamos otra vez. Nos espera un año más en el que deberemos lidiar con la misma basura que el que dejamos atrás, y puede que incluso con más, viendo como vienen de excitados los fascistas ante las próximas elecciones europeas y la infección reaccionaria que están consiguiendo. Viendo la impunidad en la que se regocija Israel y su eterno valedor y también genocida Tío Sam, que no se pierde nunca ninguna fiesta. Nada cambia en dos días, por mucho que haya fiestas de por medio y se suponga que la bondad impregna a todos. La roña no se va ni poniendo mil veces Love Actually ni escuchando villancicos. 

Pero no deberíamos empezar ya de mala leche y ahogarnos en el llanto sin hacer nada. Disculpen haber entrado hoy así, pero más debería doler la indiferencia que la advertencia. Todos estos embistes de la ultraderecha, la miseria moral y la complicidad de Occidente ante el genocidio en Palestina y la actitud cómplice o pusilánime de una parte de la izquierda debería darnos todavía más fuerza para encarar este nuevo año con más ganas de dar caña y ver el año que viene tras las mismas fiestas, si hemos sido capaces de cambiar algo. 

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