Dominio público

El macarthismo cuqui

Pablo Batalla Cueto

El macarthismo cuquiDespués del Holocausto había, ha habido, dos opciones; la extracción posible de dos lecciones éticas distintas. La primera era que aquello no podía volver a pasarle a los judíos. La segunda era que no podía volver a pasarle a nadie. Sobre esta segunda convicción universalista se construyó el orden mundial posterior a la victoria antifascista del cuarenta y cinco. Por supuesto, como tantas leyes hermosas, se acató, pero se cumplió poco.

Siguió habiendo holocaustos por doquier y a todas horas. Pero la letra, al menos, era esa: genocidios nunca más. Cada vez que uno nuevo estremecía las conciencias del mundo, nos acordábamos de aquel. En Ruanda perecían los tutsis y en Srebrenica, bosníacos musulmanes, pero la mente horrorizada por la revelación de la masacre se acordaba de Dachau, Auschwitz y Mauthausen. Cuando Primo Levi dijo "ocurrió; por ende, puede volver a ocurrir", no advertía de que pudiera volver a ocurrirle a los judíos, sino a cualquier colectividad deshumanizada por un poder opresor. 

Pero había esa otra lección posible más estrecha; un antifascismo tribalista: que no vuelva a pasarle a los judíos. Habría que empezar por decir que ni siquiera el Holocausto le pasó solo a los judíos: aun si pensamos solo en los objetivos étnicos del nazismo, en la deshumanización de pueblos, de etnias completas, y no en la de los discapacitados o la de las personas de izquierda, la Endlösung hitleriana fue la pretensión de acabar con los judíos, pero también con los gitanos; pero nadie se acuerda nunca del Samudaripen/Porrajmos, nombres acuñados para la Shoá romaní.

Pero debe admitirse que los nazis tenían un odio especial, singular, a los judíos; que había un algo más en la inquina contra ellos, que merece por nuestra parte y la de nuestra memoria democrática una atención extra, un énfasis. El Holocausto le pasó, no exclusiva, pero sí fundamentalmente a los judíos, y no es malo que se construyan memoriales específicos, ornados con estrellas de David, mientras no impidan que se levanten otros con la rueda de carro gitana o la tricolor española.

El universalismo y sus homenajes no tienen por qué ser un humanismo incoloro, inodoro e insípido; pueden ser un imaginario mancomunal, confederal, una yuxtaposición de homenajes concretos, cada uno de los cuales haga el de la humanidad sufriente al completo en su propio idioma. De ello nos ofrecen un ejemplo hermoso un poeta palestino, Najwan Darwish, y una armenia, Sophia Armen, autores de un poema doble en respuesta a aquella pregunta que se atribuye a Hitler: "¿Quién se acuerda hoy del exterminio de los armenios?".

Escribe Darwish: "Yo los recuerdo./ Y me monto en el autobús de la/ pesadilla con ellos cada día./ Y mi café, esta mañana, me lo estoy bebiendo con ellos.// Tú, asesino:/ ¿quién se acuerda de ti?". Y escribe Armen: "Nosotros./ Y viajamos en autobús a la protesta/ por la Nakba con ellos cada día./ Y mi soorj, esta mañana,/ lo estamos bebiendo con ellos.// Tú, genocida,/ ¿quién se acuerda de ti?".  

La aseveración "esto no puede volver a pasarle a los judíos" es legítima mientras le siga un "ni a nadie". El problema es cuando lo que sigue no es una coma, sino un punto final, y esa oración cerrada se hace compatible con cualquier exterminio mientras sus víctimas no sean los judíos, y directamente bendecidora con entusiasmo de aquellos que un Estado judío perpetre. Palestina sufre hoy las consecuencias de este antifascismo chovinista —y por lo tanto falso— que es discurso oficial del Estado que la masacra con el aplauso de las ultraderechas de todo el globo, herederos ideológicos y aun literales de Hitler y sus secuaces, que hoy prosperan marcando unas distancias falsas con ellos: "no somos antisemitas, ergo no somos nazis".

Fue cierto que los fascistas del futuro se llamarían a sí mismos antifascistas, pero no en el sentido antiizquierdista de quienes ventean esa sentencia que Churchill nunca dijo, sino en este: el fascismo eterno no va de odiar y exterminar a los judíos, sino de odiar y exterminar a alguien, y hoy odia a los musulmanes en la India de Modi, el Israel de Netanyahu y la Francia de Marine Le Pen; los odia con la misma plantilla con que hace un siglo odiaba a los hebreos; y esa interpretación estrecha del fascismo como esencialmente antijudío les permite hacerlo mientras marcan distancias falaces con el pintor frustrado de Braunau-am-Inn. Cultores darwinistas de la fuerza homicida y la victoria avasalladora —y por ello de Netanyahu—, desprecian al Führer de sus abuelos, no por malvado, sino por perdedor. 

Lo más inquietante, con todo, es que esta visión es la oficial también en Alemania. La victimaria de la Shoá es palmera hoy de todo lo que Israel perpetra en Palestina, de un modo que incluye una vigilancia macarthista del arte y la cultura. Se asiste allá en los últimos meses a una oleada de cancelaciones: aquí sí vale este término, que no es en este caso un anglicismo tosco. Se cancelan obras, presentaciones, conciertos programados de creadores significados por cualquier grado de simpatía hacia el pueblo palestino.

El último capítulo lo protagoniza la artista visual Johanna Tagada Hoffbeck, de origen judeoalemán por cierto, que recientemente compartía en Instagram el e-mail recibido de un no especificado museo alemán que acababa de anular una exposición monográfica prevista, con obra de la autora. El motivo, el "free Palestine" ("Palestina libre") con el que había concluido un relato de sus impresiones de otra exposición en un la White Chapel Gallery londinense. En un tono entre lo cauteloso, lo condescendiente y lo pasivo-agresivo, y tras unos párrafos amables felicitándola por su éxito en Inglaterra, se le comunicaba a Tagada lo siguiente:  

"Podríamos suscribir un 'Palestina libre de Hamás', pero no un escueto 'Palestina libre', porque ello excluye la perspectiva judía, el pasado y las consecuencias del Holocausto y el derecho de Israel a existir. Como museo que funciona con fondos públicos, no podemos ni queremos aceptar (tampoco personalmente) declaraciones que vayan en esta dirección. Es aterrador, pero también comprensible, cómo lo político va permeándolo todo. En este contexto, somos escépticos sobre nuestra colaboración contigo en este momento y nos gustaría conocer tu opinión al respecto». 

Los fascistas del futuro se llaman a sí mismos antifascistas y los macarthistas no te despiden, sino que te comunican, cuquis y buenrolleros, que son escépticos sobre tu colaboración con ellos y que les gustaría conocer tu opinión al respecto. La de quien esto escribe es que son una deleznable manga de cobardes.

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