Josep Maria Antentas
Profesor de sociología de la UAB
Definitivamente, la de ayer no fue la noche con la que Artur Mas soñaba. Lejos de la mayoría excepcional que reivindicaba tendrá ahora que encabezar un gobierno debilitado desde el que gestionar la prometida consulta sobre los derechos nacionales catalanes y los ya anticipados nuevos paquetes de recortes.
La movilización del 11-S desbordó a CiU en sus planteamientos aunque ésta fue lo suficientemente hábil para presentarse como la única fuerza que podía liderar el proceso y poner en marcha una lamentable operación de exaltación presidencialista de la figura de Mas, convertido de golpe en un "estadista" de alto nivel dotado de una misión histórica: llevar Catalunya a la "plenitud nacional". Una operación que a la postre no habrá servido para reforzar a CiU, ya sea porque puestos a votar a un partido que "garantice" una apuesta independentista muchos electores han optado por ERC, la gran triunfadora de la jornada con sus 496.292 votos (13,68%) y 21 diputados, ya sea porque, a pesar de todos los esfuerzos, CiU no ha conseguido hacer olvidar, ante una parte importante del electorado, que la verdadera misión histórica de Mas es mucho más prosaica: ser el ejecutor político de una inmensa reorganización de la sociedad al servicio del capital financiero.
El PSC sigue por una pendiente cuesta abajo que no parece tener fondo. Lejos quedan sus 1.183.299 votos (38,2%) de 1999. Aunque sus dirigentes aún temían un panorama más sombrío, sus magros 523.333 votos (14,6%) convierten la alargada sombra del PASOK griego en una pesadilla de la que el P(a)S(o)C no va a librarse fácilmente. Desgarrado por las tensiones entre su sector más catalanista y el más ligado al PSOE, carece de una propuesta creíble en el terreno nacional, que se superpone a su falta de credibilidad como alternativa de izquierdas portadora de otro modelo de sociedad que le impide conservar, precisamente, los apoyos de quienes le abandonan por los extremos opuestos en el eje nacional en beneficio de ERC o CiU y de Ciutadans. Desprovista de un proyecto de transformación y convertida en servidora fiel del poder financiero, la socialdemocracia europea aparece hoy como una corriente históricamente agotada y sin proyecto político propio. El PSC es un fiel reflejo de ello.
La movilización remarcable del voto españolista, expresado sobre todo en el ascenso de Ciutadans que triplica sus 3 anteriores escaños y transforma sus 106.154 votos (3,39%) de 2010 en 274.925 (7,58%), es otro dato relevante del 25-N. Ello explica cómo el PP consigue evitar perder apoyos fruto de los recortes de Rajoy y aumentar sus resultados, pasando de 387.066 votos (12,3%) y 18 escaños a 471.197 (13%) y 19 diputados.
La lógica de fondo tras el ascenso del voto españolista está en el desarrollo de un movimiento independentista desprovisto de contenido social que abre las puertas a la demagogia de Ciutadans y PP, y todo su entramado mediático, en un contexto donde los sindicatos, burocratizados e institucionalizados, y los partidos tradicionales de la izquierda, tras décadas de aceptación del social-liberalismo, han perdido el vínculo orgánico con una clase trabajadora cada vez más desestructurada. No es evidente, sin embargo, que más allá de un aumento del apoyo electoral pasivo, el españolismo consiga generar una polarización social real en los barrios populares. La amenaza latente está ahí, de todos modos, lo que plantea de forma clara el viejo problema clásico de vincular cuestión nacional y social.
En el campo de la izquierda alternativa, los 358.857 votos (9,9%) permiten a ICV-EUiA alcanzar los 13 diputados, un aumento que siendo importante no supone un cambio cualitativo, tras una campaña bastante light, con un discurso que va poco más allá de defender "políticas sociales" y aparentemente orientada a buscar el voto exPSC desencantado. ICV-EUiA representaba, hasta ahora, la única opción electoral creíble y el "voto útil" a la izquierda del PSC para muchos electores, pero al mismo tiempo aparece muy notoriamente como un "partido más", insertado en el sistema de partidos tradicional, poco conectado con el activismo social y marcado por su pasado gestionario en el Tripartito.
La gran novedad en este sentido es la irrupción de la CUP-Alternativa d'Esquerres, cuyos 126.219 votos (3,48%) le han valido tres diputados. Nacida como el instrumento político de la izquierda independentista, la CUP llega al Parlament con los apoyos electorales y militantes de la izquierda anticapitalista organizada, del municipalismo alternativo y de amplios sectores de la izquierda social ajenos al independentismo, algo que obligará a una gestión postelectoral compleja y responsable del éxito. Tras una campaña donde el perfil rupturista, anticapitalista y democrático radical han sido las notas dominantes, por primera vez una formación de izquierdas ajena a los consensos de la Transición y con un claro proyecto de ruptura consigue entrar en el Parlament. Objetivo confeso: ser el "caballo de Troya" de las clases populares.
En su conjunto, a pesar de la debilidad de las fuerzas opuestas a la austeridad y de la constatación de que la construcción de una alternativa con posibilidad de ser mayoritaría todavía está lejos, los resultados electorales muestran como la crisis desgasta el sistema tradicional de partidos. El secuestro de la política por parte del poder financiero provoca un creciente vaciado e implosión de los mecanismos institucionales democráticos, tensiona el sistema político y erosiona a los pilares del bipartidismo. Los dos grandes partidos de la política catalana, CiU y PSC, suman conjuntamente el 45% de los votos, ante el 56,8% de 2010, el 58,3% de 2006, el 62,1% de 2003 y el 75% de 1999. Si a ellos le añadimos el otro gran partido de la política española, el PP, llegamos al 58%, frente al 69,1% de 2010, el 69,3% de 2006, el 74% de 2003 y el 84,5% de 1999. Una tendencia clara...
Con un Mas el Mesías debilitado, una dinámica soberanista ante la cual dar marcha atrás se antoja muy complicado para CiU y el rescate total del Estado español en el horizonte, todo apunta a que la nueva legislatura no durará cuatro años y que será cualquier cosa menos plácida. Para la izquierda catalana una doble tarea aparece como ineludible: la exigencia de la convocatoria del referéndum cuanto antes, para hacer de él un ejercicio de ruptura democrática con el resquebrajado régimen nacido en 1978 y retomar el pulso de la indignación social ante los nuevos ajustes que llegarán. ¿El reto? que Mas el Mesías no sea sino Mas el Breve.
Comentarios
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