La política exterior también es una política pública y, por tanto, forma parte de la política doméstica. También es una política de Estado. Esto siempre ha sido así, si bien durante muchos años se mantuvo la idea de que nunca podría haber discrepancias entre los partidos políticos sobre este ámbito. Pero llegó Iraq y fue entonces, con la participación de España en la guerra de invasión liderada por EEUU, cuando comenzó realmente el debate español sobre política exterior. Las diferentes posiciones adoptadas entonces por Partido Popular y PSOE mostraron a la opinión pública que hay distintas maneras de hacer política exterior e incluso de establecer alianzas internacionales. Eso no es necesariamente malo, sino que, simplemente, existen diferentes maneras de ver el mundo. No se hurtó entonces, a pesar de todo, el debate en torno a esa cuestión.
Han pasado ya más de veinte años de aquello y el contexto actual ha cambiado. Entonces no había ningún cuestionamiento del liderazgo mundial de EEUU, ni tampoco del sistema de gobernanza multilateral internacional. Hoy la incertidumbre y la inestabilidad global va acompañada de un aumento generalizado de la polarización política en los Estados, mala combinación para tener debates políticos de calado.
En el plano de la política doméstica se observa cada día cómo el debate político se enfanga y corrompe. No hay espacio para el debate sobre lo que realmente debería importar: las políticas públicas que mejoren la situación de la ciudadanía. Todo se centra en cuestiones periféricas. Ni tan siquiera existe un debate sano en relación con las cuestiones que afectan a la calidad democrática.
Si así están las cosas en el ámbito interno, en cuanto se da el salto a la política internacional casi todo el mundo comienza a tocar de oído y a alinearse con unos y otros sin intentar comprender algunas de las complejidades esenciales para entender las dinámicas globales. Ya se sabe que, en general, la política internacional no interesa, y al no interesar, no se le presta atención, claro.
El problema es que vivimos en el mundo heredero de una globalización que nos ha conectado a todos con todos y donde, por tanto, cada acontecimiento, incluso en el lugar mas alejado, tiene un impacto directo en nuestra cotidianeidad. Se ha visto a lo largo de los últimos años con las distintas gripes procedentes de Asia y, de manera singular, con la pandemia de la covid-19. Y de nuevo, y de qué manera, se siente con las guerras y los conflictos que rodean en este caso a Europa: la guerra en Siria y su efecto en forma de crisis humanitaria, la guerra de invasión rusa en Ucrania y el impacto sobre la propia naturaleza de la UE, ahora la masacre de Gaza y el cuestionamiento de los propios valores sobre los que se sostiene el proyecto europeo.
Como no podía ser de otro modo, la fusión entre la polarización que se vive en el ámbito de la vida política, en conjunción con el incremento de la incertidumbre y el impacto que provocan todos estos acontecimientos, ha hecho que la política exterior se ponga en el centro del debate político. O al menos, de manera más frecuente que en otros momentos.
Debatir sobre política internacional, sin embargo, no debería ser una excepción, sino lo habitual. Y para ello es importante que los representantes públicos sean personas informadas o al menos interesadas en estas cuestiones que, ineludiblemente, van a afectar a sus temas habituales más pronto que tarde. De lo contrario sucederá lo que ya se observa: debates sin profundidad y la mayor parte de las veces manipulados con intencionalidad política.
En el caso de la política exterior y de la política internacional en general, si bien es cierto que pueden existir diferencias ideológicas en la interpretación de los acontecimientos o en el posicionamiento en relación con otros actores, no es menos verdad que existen unas líneas rojas que no deben traspasarse en tanto que Estado democrático y derecho. Estas son el respeto al derecho internacional y a su protección allí donde fuera necesario, incluido, por cierto, el Derecho Internacional del Asilo.
Sin embargo, debate público sobre política internacional no significa trasladar las disputas partidarias a ese escenario. Lamentablemente, cada vez es más frecuente ver como los debates sobre estas cuestiones quedan embarrados por una mezcla de política partidaria mezquina e ignorancia sobre los temas. Se ha visto en los debates sobre qué hacer en Ucrania, pero aún más en relación con Gaza. Obviamente la constante llamada de las urnas favorece estas dinámicas, pero en todo caso y, precisamente, por lo delicado de la situación, hoy es más importante que nunca que se deje de utilizar la política exterior como un ariete político y se comiencen a realizar debates parlamentarios de calado sobre estas cuestiones. Es mucho lo que está en juego. Así de manera más inminente, la propia naturaleza de la UE.
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