Dominio público

Osetia del Sur: sin asideros

Carlos Taibo

CARLOS TAIBO

08-111.jpgEl conflicto que acosa a Osetia del Sur, y en su caso a regiones colindantes, es de esos que a duras penas ofrece algún asidero sólido del que agarrarse. Ni los agentes locales ni sus patrones internacionales merecen –formulemos la cuestión en estos términos– mayor adhesión. Y ello es así aunque, pese al silencio general al respecto, en los últimos días despunte, por encima de todo, la responsabilidad que EEUU tiene en la reconversión bélica del reñidero surosetio: resulta difícil imaginar que la inicial ofensiva militar georgiana –no ha sido Rusia, como parecen subrayar la mayoría de nuestros medios, la que ha roto un tan precario como prolongado alto el fuego– no contaba con el beneplácito, y en su caso con el franco apoyo logístico, de Washington. No se olvide que de un tiempo a esta parte la Casa Blanca se halla firmemente decidida a mover pieza en una región tan sensible como el Cáucaso con la vista puesta, claro, en mantener la presión sobre Rusia y en disputar a esta, en paralelo, el negocio de la explotación y el transporte de las materias primas energéticas extraídas en la vecina cuenca del Caspio.

Al margen de lo anterior, lo ocurrido los últimos días es un ejemplo de libro del obsceno vigor contemporáneo de los dobles raseros. Los de Washington saltan a la vista: si hace unos meses la Casa Blanca contestó abiertamente la integridad territorial de Serbia, ahora, en cambio, se acoge el principio correspondiente cuando de por medio se halla la del ahijado georgiano. Mientras, las acusaciones vertidas contra Rusia por haber intervenido militarmente fuera de sus fronteras no pueden producir sino estupor habida cuenta del registro que Estados Unidos arrastra en ese terreno.

Claro que Moscú no sale mejor parado: si se opuso con energía a la independencia de Kosovo, ahora parece coquetear con una secesión de Osetia del Sur, mientras, y como es sabido, niega drásticamente cualquier horizonte de este cariz en la casi vecina Chechenia. Si las opiniones de Putin sobre los genocidios ajenos tienen, claro, una credibilidad menor, por no faltar ni siquiera falta el empleo instrumental de los contingentes de pacificación: desde hace tres lustros es evidente que los soldados rusos desplegados en Osetia del Sur y en Abjazia están alineados con uno de los bandos enfrentados, sobre la base de un modelo que Washington tuvo a bien patentar, con lamentable éxito, en Haití. Así las cosas, la conclusión parece servida: la integridad territorial y el derecho de secesión se blanden, por tirios y por troyanos, conforme a los intereses respectivos.

Si nada particularmente sólido hay que aportar en provecho de las causas que blanden Estados Unidos y Rusia –no nos engañemos en lo que hace al sentido de la política de Moscú, imbuida, como la de la Casa Blanca, de espasmos imperiales y, pese a las apariencias, a duras penas interesada en el destino de surosetios o abjazios–, haríamos mal en olvidar que al conflicto que nos ocupa  no le faltan raíces locales. Es inevitable al respecto invocar, una vez más, las secuelas de las fórmulas de ingeniería ética que cobraron cuerpo tanto al amparo del zarismo como en la etapa soviética.

Entre sus efectos, palpables, en la región se cuenta la existencia de dos Osetias, una emplazada al norte, en Rusia, y la otra situada al sur, en Georgia. Si ello por sí solo aporta un caudal ingente de problemas, lo suyo es agregar que la conducta de los dirigentes georgianos y surosetios a lo largo de los últimos 15 años, por propio impulso o de resultas de presiones ajenas, no ha hecho sino agregar leña al fuego.

Si los primeros abrazaron con rotundidad, en los años inmediatamente posteriores a la desintegración de la URSS, políticas abrasivas en el terreno nacional, que generaron un inevitable descontento en Osetia del Sur –y en Abjazia–, los segundos, alentados en este caso por una Rusia que ha entregado tan generosa como interesadamente pasaportes a la población local, no han dudado en buscar una permanente vía de confrontación que le dé alas a un proyecto de secesión (tal y como lo hizo entre 1999 y 2007, si así quiere, y salvando todas las diferencias que procedan, el grueso de las fuerzas políticas albanokosovares). En semejante escenario, y dicho sea de paso, uno está obligado a coger con pinzas las informaciones que, de un lado como del otro, acusan al rival de violencias extremas y limpiezas étnicas.

Es verdad, aun así, que quienes creemos en el derecho de autodeterminación estamos medio invitados a dejar constancia de un hecho insorteable: aunque lo suyo es examinar con detalle lo ocurrido con los georgianos étnicos otrora residentes en Osetia del Sur, sobran los motivos para concluir que  la mayoría de la población local no desea pertenecer al Estado georgiano. Si así se quiere, éste es el único dato que invita a mirar con ojos concesivos alguna de las causas que se revelan sobre el terreno. No faltará quien aduzca, bien es verdad, que si detrás de muchas de las políticas que abrazan hoy los gobernantes georgianos se aprecia el aliento pestilente de Estados Unidos, a manera de liviana compensación la mayoría de los pueblos del Cáucaso septentrional miran con recelo a  los osetios, históricamente  entregados, por su parte, a una franca colaboración  con Moscú.

Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política y experto en Europa central y oriental

Ilustración de Iván Solbes

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