Dominio público

Un pinganillo para ahuyentarlos a todos

Miquel Ramos

Un pinganillo para ahuyentarlos a todos
Detalle de unos los auriculares de traducción en el hemiciclo, este martes.- EFE/ Juan Carlos Hidalgo

Varios diputados de Vox abandonaron este martes el hemiciclo al empezar a oír a un diputado hablar en gallego. El gesto no podía ser más representativo de lo que es la extrema derecha y de la propia debilidad de Vox, cuyos representantes públicos salen espantados ante un gesto tan normal como es que un ciudadano de este país, de su mismo país, hable una lengua cooficial. Y no solo por esto es simbólico, sino porque lanzaron los pinganillos al escaño de Pedro Sánchez, y fueron los ujieres quienes tuvieron que agacharse a recogerlos. Como suele hacer el señorito acostumbrado a que la chacha recoja su mierda. Insisto en el simbolismo de este gesto porque aquí subyace una gran parte del problema que arrastra el nacionalismo español y que escenificó Vox de una manera tan clara. Pero cometeríamos un error y sería injusto atribuirle este odio tan solo a un puñado de ultraderechistas españolísimos, ya que el nacionalismo y su componente supremacista es más transversal y común de lo que parece.

Se ha tratado de negar el derecho a hablar en nuestras lenguas en el Congreso aludiendo a cuestiones de presupuesto, a lo que cuesta. Siento decirles que en este marco tienen las de perder siempre. Ayer me costó segundos encontrar, por ejemplo, que la bandera española de la plaza de Colón de Madrid había costado a los madrileños 378.000 euros. Es bastante habitual que la derecha use este argumento cuando trata de defenestrar determinadas políticas o campañas, decisiones o instrumentos para implementarlas. El coste de una campaña de igualdad, de un determinado viaje de determinada ministra, o cualquier otra cosa que sirva para cuestionar al sujeto o al objeto apelando al bolsillo de la ciudadanía. Un ahorro que no ven viable cuando hablamos de ceremonias, armas, desfiles, banderas o reyes. Las facturas de lo simbólico solo cuando les interesa, con los símbolos que reconocen como patrios. Porque que la diversidad cueste un euro ya no mola. Y en esta patria que ellos entienden, estas lenguas no solo cuestan dinero, sino que también molestan. Agreden. Dividen. Polemizan.

El odio a la diversidad es uno de los pilares del supremacismo, aunque sea su propia diversidad, como es el caso. El nacionalismo español, que como digo, va mucho más allá de Vox, defiende que su proyecto pasa por negar la diversidad de esa patria que dicen defender, de ese país en el que existe, para ellos, una unidad de destino en lo universal, irrevocable e incuestionable. Aunque admiten que existe esa diversidad, pretenden reivindicarla como mero folclore pintoresco, como una rémora enquistada por culpa del capricho de algunos no solo a pensar en ella y hablarla, sino a darle normalidad, a usarla fuera de casa, fuera del pueblo, o incluso, como han osado este martes, en el mismísimo Congreso de los Diputados.

Al nacionalismo español le cuesta mucho, primero, reconocerse como tal. No existe el nacionalismo español, dicen. Los nacionalistas son otros. Ellos son antinacionalistas, y te lo dicen con una rojigualda enorme detrás, negando que puedas vivir con tu lengua la misma normalidad que viven ellos con el castellano. Lo suyo une y ahorra. Lo de los demás son caprichos nacionalistas que no sirven para nada, que enfrentan y que encima, cuestan dinero. Ese es el nacionalismo que retrató magníficamente Pablo Batalla en su libro Los nuevos odres del nacionalismo español, y que cuenta, como explica el compañero, con un arsenal nada desdeñable de recursos públicos. Y es que la patria y la misma hispanidad vive hoy amenazada por la pinza perversa entre separatistas e indigenistas, ambos empeñados en mancillar su buen nombre y su huella. Y todo, como no, contando con la complicidad de la izquierda antipatriota que se rinde ante indios y paletos.


Así que solo hacía falta hablar estas lenguas para echar a los ultraderechistas del Congreso. Aunque el paripé nos sirva para dejarlos en evidencia, no olvidemos que gobiernan con el PP en varias comunidades donde existen otras lenguas. En el País Valenciano ya han empezado a atizar las brasas del viejo fantasma del catalanismo para arrinconar al valenciano en debates acientíficos ya superados y evitar así su normalización. Y al igual que en Baleares, van con todo, a cargarse el requisito de su conocimiento para ejercer función pública, aunque eso signifique que una gran parte de su ciudadanía no podrá expresarse en su lengua en su propia tierra. Y ya para rematar, se anuncia la renuncia a enseñar en valenciano en las comarcas castellanohablantes, privando así a sus habitantes del conocimiento de la lengua cooficial de su tierra. Esto con tan solo tres meses en el mando, así que vendrán muchas más, sin ninguna duda, porque su nacionalismo sigue siendo todavía y lamentablemente, muy rentable.

Sea como fuere, la legislatura que viene nos ofrece la oportunidad de escuchar cómo hablan, cómo piensan y cómo se expresan otros ciudadanos y ciudadanas en sus propias lenguas. Brindarán la oportunidad al resto de entender un poco más a este país, al que algunos tanto dicen amar a la vez que huyen cuando se expresa en su diversidad. Y servirá de igual manera para que se siga retratando ese supremacismo que ve superflua la representación natural de la diversidad. Por mucho que les pese a los patriotas monocromáticos.

No se preocupen, damas y caballeros, que el 12 de Octubre está a la vuelta de la esquina, y pronto podrán reafirmar su españolidad ante tanta afrenta separatista y tanto gasto superfluo. Podrán oír el himno a todo trapo y hasta jurar bandera, reverenciar a las tropas y besar la mano del rey mientras los cazas sobrevuelen sus cabezas quemando miles de euros en combustible para dibujar la bandera de España en el cielo. Ese día no hay sesión parlamentaria, así que se librarán de escuchar a cualquier rompepatrias hablar en alguna de esas lenguas que tantos disgustos y tantos euros nos cuestan a los españoles.


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