Dominio público

Pila odio

Nacho Vegas

Cantautor

Imagen de foupax en Pixabay
Imagen de foupax en Pixabay

Estaba sentado al mediodía en una terraza del antiguo barrio pescador de Xixón, uno de esos lugares de Cimavilla en los que, a la hora del vermú, puedes encontrarte tanto a gente que lleva más de medio siglo viviendo en el barrio como a jóvenes surferos, tatuadoras o pescadores furtivos que te intentarán vender un pulpo a 10€ el kilo.

Yo esperaba por un amigo y mientras tanto me dedicaba a la sana y frecuentemente reveladora costumbre de escuchar disimuladamente conversaciones ajenas. Puse el foco en una mesa cercana ocupada por tres adolescentes, dos chicos y una chica que debían de tener unos 18 o 19 años. Hablaban de las noticias recientes sobre Palestina e Israel y la cosa fue más o menos así: «Bua, chaval, pila odio hay allí», decía uno de los chicos. El otro replicó: «Sí, chaval, mu jarto todo. Es que claro, en Israel son... musulmanes, ¿no? Y...». La chica, que parecía la más espabilada de los tres, le interrumpió. «No, gilipollas. Esos son los débiles, los de Palestina. En Israel son judíos y odian a los musulmanes». «Ah, vale. Y eso es pila lejos, ¿no? Más que Ucrania». Los otros asintieron con dudas. «Es mu jarto, chaval, es que matan a los hijos delante de los padres... Pero eso no sé si eran unos o los otros...». La chica siguió: «Mi padre dice que los mataría a todos. Pero no solo matarlos. Haría algo para que sufrieran pila». «Es que es mu loco todo, chaval». «Pila jarto, bua».

Después de la brutalidad con la que se ha activado la propaganda sionista en las últimas semanas, he de decir que el análisis de estos chavales no ha sido el peor de cuantos he escuchado o leído en los medios generalistas desde la ofensiva de Hamás del 7 de octubre. Esa propaganda ha sido como una mancha de aceite apestoso que se coló no solo en los medios y en las declaraciones institucionales sino que acabó pringando también a algunas voces de la cultura que hasta ahora no se habían posicionado con respecto al conflicto y que repentinamente se sintieron horrorizadas.

Una sola publicación mía en redes sociales provocó una serie de respuestas airadas (alguien me informó de que iba a quemar todos mis discos; otra persona me hacía saber que en Gaza me matarían por bisexual), la mayoría exigiéndome que condenara los ataques de Hamás o insultándome por no haberlo hecho. Quiero dejar algo claro: quienes defendemos la causa propalestina también nos sentimos horrorizados ante la muerte indiscriminada. Pero si me niego a contestar una pregunta (¿condenas los ataques de Hamas?) que exige una respuesta binaria (sí/no) es porque estas siempre encierran una premisa tramposa. Para empezar tu interlocutor pretende poner en tu boca una de las dos frases que quiere escuchar, negándote la posibilidad de expresar tu opinión con tus propias palabras. Por otro lado, no recuerdo que a ninguna voz pública sionista se le haya preguntado si condena los crímenes de guerra del ejército de Israel. Tampoco a voces autotizadas de su gobierno, que es el responsable directo de la peor clase de terrorismo que existe: el terrorismo de Estado. Así que no, no quise contestar la dichosa pregunta. No dejaré que nadie me arrebate el derecho a expresarme sobre el horror de la manera que me parezca apropiada.

Finalmente, ha ocurrido lo que se veía venir. Tanto las movilizaciones exigiendo el fin del genocidio al pueblo palestino que han recorrido numerosas ciudades de todo el Estado español la pasada semana como, sobre todo y por desgracia, la escalada de terror de las fuerzas sionistas que ya han conseguido que el número de civiles asesinados en Gaza multiplique el de civiles israelíes -por no hablar del bloqueo inhumano que afecta a toda la población gazatí- han conseguido que algunas voces se fueran silenciando y que entre la cultura ya solo se escuche a los Quim Monzó o Andrés Calamaro de este mundo soltando sus vómitos sionistas a quien se quiera revolcar en ellos.

En 2014 el Gobierno de Israel pagó un irrisoria cantidad de dinero al Festival Internacional de Cine de Xixón (FICX) para que programara una serie de largometrajes que, por supuesto, estaban ambientados en un país poco menos que idílico. Pocos meses atrás y en respuesta a cuatro cohetes lanzados por Hamas, el Ejército israelí había llevado a cabo su Operación Acantilado Poderoso matando a más de dos mil palestinos, la gran mayoría civiles, familias enteras. Recuerdo leer en el periódico del FICX una entrevista con uno de esos realizadores israelíes que participaban en el festival. Desde luego, ni una sola palabra sobre el conflicto. Pero una frase me dejó de piedra: «Me siento orgulloso de vivir en Israel, una de las socialdemocracias más perfectas del mundo». Guau guau y toma una chuche.

Menciono esto para señalar que la propaganda no solo se hace a gran escala; antes bien, se encuentra en los pequeños detalles, en cientos de ellos que van sembrando la idea de que la violencia nunca parte del lado israelí. Y también porque recuerdo que entonces, en 2014, alguien se preguntaba: ¿qué pasará con todos esos huérfanos que han dejado los bombardeos de Israel? ¿Entre cuánto odio crecerán esos niños? La respuesta ya la sabemos. Muchos de esos niños, que tuvieron que comprender de alguna manera que alguien había asesinado a sus familias, alguien que seguía asfixiando a sus vecinos hasta abocarlos a vivir prácticamente en la miseria, es probable que hoy, nueve años después, sean jóvenes que formen parte de Hamás, porque es la única respuesta desesperada que conocen cuando se les ha obligado a vivir sabiendo lo que es el odio de la peor de las maneras. Y eso es lo que perciben algunos adolescentes que viven en otros países, acaso cómplices, pero alejados de esa clase de violencia: pila odio. Solo hay una forma de tratar de paliar algo así: justicia. Y a falta de ella, que se cumpla la legalidad internacional.

Más Noticias