Dominio público

El ex de mi vida

Leonor Cervantes

Estudiante de Filosofía y Ciencias Políticas. Cofundadora de Filosofía en Los Bares

Pixabay.
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Se acerca el final del año y con él la posibilidad de utilizar el comodín de la llamada, ¿Quién no ha deshojado alguna vez una margarita a finales de diciembre? "¿Le deseo Feliz Año o mejor no lo hago?", se preguntan algunos mientras entran y salen de Whatsapp. Utilizar estas fechas como excusa para volver a escribir a alguien a quien querríamos hablar fuera Nochevieja o el día de San Patricio es algo tan típico de la Navidad como los turrones. 2023 se acaba y no serán pocos los que pasen algunas de sus últimas horas en la galería de imágenes de su móvil, escudriñando qué ha significado para ellos este año. Los que en estos 365 días hayan sido visitados por el fantasma de la rupturas presentes, quizás harán este recorrido por los recuerdos con un pinchazo en el pecho. Puede que algunos de ellos se encuentren en una discoteca en la madrugada del 31 y usen una de las protocolarias salidas a fumar para regatear una última noche juntos. Al otro lado de esa conversación, con la colilla cada vez más consumida, unos sucumbirán a la petición y otros refunfuñarán reprochando que no es justo empezar el año con estas conversaciones.

Nos preguntaba Cher en Believe (una de las grandes canciones para gritar en una ruptura), si creíamos en la vida después del amor: "Do you believe in life after love?" cantaba vehemente. Yo quiero romper una lanza a favor de las rupturas plácidas, porque el fin de una pareja no tiene por qué ser siempre un suceso traumático, y no somos peores personas o amantes más insensibles por no desgarrarnos cuando nuestra relación de pareja termina. Quiero crear unas cuantas palabras para arroparnos cuando lloremos (porque se sigue llorando) cuando en una ruptura no haya ni buenos ni malos, tampoco giros de guion sangrientos e inesperados. Hay quiénes para trazar una despedida toman el amor y la lucidez como coordenadas. Porque sí creo en la vida después del amor y, sobre todo, en el amor después del amor.

El primer desafío de una ruptura no dinamitada por un navajazo imprevisto es, sencillamente, que se produzca. En la interminable lista de mis enemigos en la que se encuentran caseros, chivatos y policías, está la gente que no deja. Esa gente que se desentiende de la relación pero que no la termina. Personas (generalmente hombres, todo hay que decirlo) que acostumbradas a delegar aspectos de su vida a una suerte de inercia vital externalizan hasta su propia ruptura amorosa. Actúan diferente. Se involucran menos. Pero no hacen nada al respecto. Cuando en una ruptura se reparten los sufrimientos al dejado le toca el llanto y al que deja el cuestionamiento, ¿y qué le hacemos? A todos nos da miedo mirar al techo a las tres de la mañana preguntándonos si hicimos bien en dejar a alguien. Pero son las reglas del juego. En el amor seamos honestos: nuestra pareja no tiene que hacer arqueología de nosotros mismos.

Nadie cree tanto en el lenguaje como una pareja que debate sobre si una ruptura es o no la mejor opción para ellos. Se encomiendan al poder conciliador de La Conversación, esa Diosa que en otras ocasiones se mostró insuficiente, y deciden apostar porque en esta charla La Palabra sí sabrá retener todos los matices.

Algo huele raro cuando en estos concilios sobre si seguir o dejarlo uno de los interlocutores no plantea nada problemático, ni una sola enmienda. Parece que últimamente no nos estábamos entendiendo; pero cuando la ruptura asoma la patita, todo es acuerdo. Tan importante es saber dejar una relación, como reconocer qué pactos no pueden asumirse con tal de seguir en ella. Si no quieres esa relación abierta, no la tengas. Si no quieres vivir en esa cuidad, no vivas. Si no tienes esa libido, no la fuerces. Si no te gustan los detalles, no los prometas. Hay veces que solo es viable continuar si uno juega a negar sus expectativas y el otro a esconder sus necesidades. No es deseable estar dispuesto a cualquier escenario, cueste lo que cueste, menos al de una ruptura. Porque no, el amor todo no lo puede.

Criados en una cultura del amor romántico y del sacrificio a cada cual más asfixiante, nos resulta imposible asimilar que alguien no haga cualquier cosa con tal de mantener una relación de pareja. No contemplamos si quiera algo tan frecuente como La Incompatibilidad de proyectos y deseos. Tantas veces me he chocado con la pared de preguntar si me estaban dejando porque ya no me querían. Cuando una relación acaba no terminan con ella los mitos del amor romántico, tampoco dejamos de pensar el amor como esa fuerza abrasadora e incondicional capaz de cualquier cosa. Por amor uno debería dejarlo todo y si no lo hace es porque en realidad no ama tanto ¿no? Cuidado, porque ese es el discurso de fondo cuando decimos que por amor una soporta todo y sabemos que esa idea es falsa y peligrosa. Que dos personas se gusten no es el único motivo por el que están juntas. Aceptar sólo la explicación de la falta de amor para una ruptura es causa segura de mayor sufrimiento. A la tristeza por el fin de un proyecto de vida se suma el dolor por la pérdida de autoestima: ¿acaso es que somos peores que cuando nos conocieron? ¿si nos esforzamos por ser mejores nos volverán a amar? ¿ya no somos suficientes? Cuando una entra en esa espiral, no hay respuesta posible que cierre el bucle.

En esta atmósfera romántica de salvar el barco a toda costa donde la mayoría de rupturas son juzgadas como un capricho, a no ser que haya habido una traición, el fin de una relación es visto como un Fracaso. Comunicar una ruptura hace sentir una vergüenza similar a la de confesar que se ha suspendido un examen importante. En una sociedad que organiza las relaciones en forma de escalera ascendiente, donde se suben peldaños de éxito conforme se pasa de conocidos a amigos y de amigos a novios, el fin de la relación de pareja parece una caída en picado, y cualquier otra forma de vínculo entre esas personas es presentado como una derrota, como un quiero-y-no-puedo indeseado. Este planteamiento se me hace tan pegajoso como insoportable. Lo mejor que le puede suceder a quiénes un día fueron pareja no es siempre que vuelvan a serlo: la vida y el amor son mucho más ricos que esto.

Dos personas hacen una pareja; pero no son sólo una pareja. La risa, la lealtad, la química, la ternura, el compromiso, no es algo que brote el día exacto en el que deciden llamarse novios y tampoco es algo que tenga que morir cuando dejen de serlo. Si nunca se es únicamente novios, ¿por qué cuando una relación termina se debe ser solamente expareja?

No son pocas las veces que comprendemos una ruptura como una especie de tiempo libre, donde uno puede desentenderse y lavarse las manos. Tampoco faltan las ocasiones en las que "expareja" pasa a ser sinónimo de "desconocido". ¿Es esto más coherente? ¿Acaso más deseable? Respecto de los grupos de amigos en común, se establece la ley del más fuerte, el más rápido o cualquier mecanismo que no lleve una gestión conjunta y cuidada. No se tiene tampoco atención por qué se sube a redes, qué se comenta con el otro o qué se hace cuando se coincide en algún sitio. Frente a las llamadas que solicitan explicaciones aparece el silencio, como si la resolución de los desencuentros fuera una obligación que sólo venía con el cargo (con el de pareja, claro). Uno ya no se pregunta cómo irán los sueños con los que dejó a aquel con el compartió almohada y asume que superar una ruptura pasa por olvidar todo lo que remita a quien un día besó en su cama. Desde luego, nada de esto me parece un escenario más apetecible. Lo maravilloso de las rupturas plácidas, aquellas en las que no-pasa-nada por lo que haya que dejarlo, es que el tiempo que una no tiene que emplear en recuperarse de un revés, puede dedicarlo a imaginarse nuevas formas de intimidad conjuntas.

Las buenas exparejas contienen todo el misterio y el magnetismo de los buenos amantes. Siguen la ley no escrita por la que solo uno mismo puede meterse con su hermano y se sienten las únicas con derecho para criticar a quién fue su compañero, saltando feroces cuando otro les ataca. Puede que ya no se besen; pero su número de teléfono sigue siendo uno de los primeros que marcan cuando les sucede una buena noticia, también una mala. Se saben biógrafos de tramos de la vida del otro y luchan para seguir siéndolo desde nuevos ángulos. A veces están alejadas; pero toman el tiempo como una herramienta para que la próxima vez les duela menos el encuentro. Se acuerdan de los miedos del otro y pueden pedir su comida favorita en un restaurante. Pasado el tiempo, son capaces de observar a sus nuevos amores y saben identificar qué pudo ser lo que les hizo fijarse en ellos. No se aman como antes, pero se conocen igual que siempre. Terminan por ser el ex que el otro siempre previó que fuera. Incapaces de creer que ya no puedan quedarles cosas por hacer juntos, deciden comenzar por inventar una relación de expareja.

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