El dedo en la llaga

Arquitecturas vizcaínas (I)

La autocrítica es una actividad sanísima. Además, en contra de lo que muchos parecen pensar, no desprovee de autoridad a quien la ejerce. Al contrario, la refuerza. Si quien te lee o te oye comprueba que no tienes inconveniente en rectificar, una vez que comprendes que estabas equivocado, puede concluir que te esfuerzas por pensar honradamente, y eso te honra.

Yo me equivoqué de medio a medio cuando juzgué el proyecto del museo Guggenheim de Bilbao. Algunas de las críticas que esgrimí tenían su punto de razonables (por ejemplo, que la obra se costeara con cargo a los presupuestos del Departamento de Cultura, cuando se trataba de una pieza clave para el relanzamiento global del Bilbao post fabril, lo que implicaba a bastantes más áreas), pero el conjunto de mi toma de posición, hostil al proyecto, fue un error. Es indudable que la audaz obra de Frank Gehry ha sido esencial para la reconversión de Bilbao en un polo de atracción turística y cultural del que no sólo se beneficia la capital vizcaína, sino el conjunto de Euskadi.

Recuerdo el día que lo visité por primera vez. Iba con la malsana intención de confirmar mis más lúgubres presagios y ponerlo a caldo. Empecé mirándolo por fuera. Luego entré, lo recorrí y pasé un buen rato contemplando alguna de las obras que exhibía (admito que tengo una debilidad casi enfermiza por la pintura de Vasily Kandinsky, y había varias). Me topé también con otras piezas que me interesaron muchísimo menos, pero no recuerdo ni un solo museo en el que no me haya sucedido lo mismo, incluido el de Orsay, que es de quitar el hipo. Cuando salí del de la ría de Bilbao al cabo de las horas, hube de admitir mi yerro. Dije: "Qué le vamos a hacer. Está muy bien."

De los aspectos que más me gustaron, subrayaré uno: tuve la sensación de que el arquitecto había puesto un interés real en que fuera un edificio cómodo para el visitante. Que pudiera recorrerlo con facilidad y tuviera la oportunidad de ver las obras en condiciones correctas, con la luz y el espacio adecuados.

Bien: vaya esto en honor del Museo Guggenheim de Bilbao, con autocrítica incluida.

Mañana hablaré de Santiago Calatrava.

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