El dedo en la llaga

Arquitecturas vizcaínas (y II)

El arquitecto Santiago Calatrava ha construido varias cosas en Bilbao. Dos de ellas son, si no espantosas –eso va con gustos–, sí, en todo caso, desastrosas.

Escribí ayer sobre el interés que mostró el arquitecto del Guggenheim, Frank Gehry, por quienes habrían de disfrutar o padecer su obra. A Calatrava esas minucias le dejan indiferente. Él sólo piensa en él. Primero en él, luego en él y, finalmente, en su cuenta corriente. Nada de bobadas de interés público.

Calatrava construyó un puente sobre la ría bilbaína que es de auténtica coña. Atravesarlo en día de lluvia –cosa insólita en Bilbao, como todo el mundo sabe– constituye una prueba de habilidad sin par, porque el suelo es de un vidrio perfectamente resbaladizo. De vez en cuando le dan una pintura protectora, pero se diluye ipso facto. La culpa es doblemente suya, porque parece que no sólo es arquitecto, sino también ingeniero, o sea, que debería saber de eso por partida doble. Pero, arquitecto o ingeniero, o arquitecto e ingeniero, la cosa sería que le interesen los usuarios de la obra, y no sólo su ombligo.

Ahora tiene una pelea con el Ayuntamiento de Bilbao porque el consistorio ha construido una prolongación de su célebre puente autodeslizante para facilitar el recorrido del personal. Sostiene Calatrava que la mencionada prolongación rompe el estilo de su obra. Y tiene toda la razón: el nuevo tramo es útil y sensato.

Apela el arquitecto valenciano a la Ley de la Propiedad Intelectual. De lo de la propiedad no diré nada, porque no sé de esas cosas. Lo que me resulta cómico es que hable de intelectualidad.

Calatrava perpetró también el nuevo aeropuerto vizcaíno de Loiu. Otra joya. Quienes esperan a los pasajeros deben hacerlo al aire libre, para disfrutar del viento y de la lluvia. Aunque eso tampoco es un gran problema, porque dentro hay goteras. Si oyerais a los trabajadores del engendro: su lista de quejas llega hasta Vitoria.

Lo que no cabe reprochar al valenciano Calatrava es que tenga tirria a los bilbaínos. También se le ha inundado el Palau de les Arts, en su Valencia natal.

Él no discrimina. Irradia sus arriesgadas dotes por doquier.

Más Noticias