El mapa del mundo

Exilios íntimos

Al calor de las Olimpiadas se vuelve a poner de moda hablar del Tíbet. El Gobierno chino contribuye a que sea una actividad cool: convierte a cineastas y cantantes en malditos; a los expedicionarios del Everest en perseguidos y a los turistas espirituales que acuden a sus templos en activistas holísticos. En medio de la desaparición de la identidad, la colonización demográfica y la violación de derechos humanos, las tibetanas pobres se refugian en los templos. Comen, aprenden a leer y escribir con los textos sagrados, hasta convertirse en monjas (dispuestas al martirio).

Si en vez de Buda hablaran de Mahoma, quizás perderían ese glamour del que ahora gozan en Occidente. En la versión laica, otras analfabetas, tan míseras como las primeras, acaban ejerciendo la prostitución. Cada vez son más. Según los expertos, se debe a la economía de mercado, que promueve la prosperidad de unos pocos (en su mayoría emigrantes chinos). Buscar otros empleos tampoco garantiza su bienestar.

Por ejemplo, entre las pruebas de selección, las aspirantes a un puesto de trabajo deben de pasar la "prueba de virginidad". Con el tacto vaginal sus empleadores aseguran que su vida sexual no las alejará de sus labores. Las casadas reciben la visita periódica de oficiales, a las que deben demostrar que siguen menstruando, de lo contrario serán forzadas a abortar. Expulsadas de su cuerpo, no disponen de noble residencia ni de tumba digna. Involuntariamente, encarnan el destino de su país: se diluyen.

Martha Zein

Más Noticias