La banda sonora del Bulli es Franks Wild Years, de Tom Waits. Extraña, amable, ácida, pacífica, sin referentes, ingenua, circense, mágica, dura, leve, intensa.
Eran las ocho de la noche y el coche de alquiler rateaba por las curvas camino de Cala Montjoi. El utilitario compartía aparcamiento con taxis, con grandes carros, brillantes, recién lavados, de los que descendían mujeres y hombres bien peinados, mejor vestidos y perfumados. Los flashes chocaban con las paredes blancas de la casona y poco a poco se encaminaban hacia la sala, no sin antes pasar por cocina. Abrazos, sonrisas, miradas atónitas y concentración. La función ha de comenzar y este año toca nueva, más allá de los clásicos, más allá de lo moderno, posiblemente una quimera o un hechizo, seguramente lo desconocido.
Cócteles que se mastican, ácido sobre ácido, calma, recuerdos, caza que vuela y deja aroma. A veces un respiro, otras dulce y salado, pero también ácido. ¡No puedo más! Sí puedo.
Quesos, bocadillo, canapés, pollo, jamón, trufa y frutos secos. Y ácido, ¿pero no para?. Sí, aunque son lentejas. Raviolis, caldos, mar, flores, montaña, eucaliptus, menta, té. Y entonces, ¿cuáles son los actos? No sé. Despierto a media noche. Miro al techo de la habitación. Recuerdo. Entonces duermo. Tranquilo.
¿Y si todo fuera un sueño? Comer en el Bulli ha supuesto un esfuerzo extra; interpretar o dejarse llevar, esa era la cuestión. ¿Buscar referentes? Imposible, aunque quizá sí se pueden encontrar caminos comunes, productos cercanos, tratamientos simples. Los platos pasaban por delante con ritmo. Se agradecían parones. Tras momentos desconcertantes, en los que no te sientes cómodo pues sigues sin recordar, sin memoria gustativa, aparece una gamba de Roses, o tuétano y ostra calientes, o consomé, o caza, ... Pero siempre regresa la incógnita. Siempre el límite está muy cerca, y cuando crees que todo está superado aparece un nuevo grado en el umbral.
Sin embargo, todo es parte del juego. A veces el sabor gana la partida, otras tú lo derrotas. Las menos añoras pero, a veces, te sientes mal, incrédulo, sin saber cuál es el camino. Y te preguntas al final si volverías. Y no lo dudas: Sí. Y cuando sales ves sus caras, sonríen, siguen soñando, y mientras tú manejabas tus ojos de lado a lado, en círculo, los cerrabas, ellos estaban allí, en la sala donde soñar está permitido, donde todo es posible, regalando bandejas para que los actores principales del salón compongan, a veces, platos, aromas, texturas. Y piensas que eres un privilegiado, quizá un incosciente, quizá un cándido, pero retomas la carretera y allí dejas parte de ti, parte de la inocencia y no olvidas que quizá vuelvas y que la función ha de ser y será distinta, o la memoria recordará lo bueno y, a veces, lo que no comprendiste. Tus ojos no perdonan, siguen sin hacerlo después de diez años. Allí sigo siendo feliz.
(¡SI VAS A IR, NO SIGAS!)
Y suena "Innocent when you dream (barroom)".
Comentarios
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