El tablero global

Obama tiene que estudiar la URSS

Siete años después de invadir el país, por orden de los líderes políticos y en contra del criterio de la cúpula militar, el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas informó al presidente:
"No hay un solo lugar de Afganistán que no haya sido ocupado por nuestras tropas en un momento u otro. Sin embargo, la mayor parte del territorio sigue en manos de los terroristas. Controlamos los centros provinciales, pero no podemos mantener el control político del territorio que conquistamos".
"Nuestros soldados no tienen la culpa. Han combatido con increíble valor en condiciones adversas. Pero ocupar temporalmente ciudades y aldeas tiene escaso valor en ese inmenso país, donde los insurgentes pueden sencillamente desaparecer en las montañas".
"Necesitamos más tropas y equipos. Sin ello, sin contar con muchos más hombres, esta guerra continuará durante mucho, mucho tiempo".

La transcripción es auténtica, pero no se trataba del general de las fuerzas de la OTAN informando a Barack Obama, sino del mariscal Serguéi Ajromeyev, héroe de la batalla de Leningrado, tratando de explicar al Presidium del Politburó del PCUS, el 13 de noviembre de 1986, por qué los 110.000 soldados soviéticos desplegados en Afganistán con el mejor armamento del Ejército Rojo eran incapaces de vencer a los muyahidines afganos. Su informe, mantenido en secreto hasta ahora, acaba de ser desvelado por el Kremlin y debería ser objeto de atento estudio en el Pentágono y la Casa Blanca.
Ajromeyev explicó muy claramente las razones por las que un Ejército convencional está condenado al fracaso en Afganistán: "Hemos ganado un 99% de las batallas y escaramuzas que hemos librado, pero el problema es que a la mañana siguiente la situación es idéntica a la de antes del ataque, como si no hubiera habido combates. Los terroristas están de nuevo en el pueblo donde los habíamos derrotado, o eso creíamos, el día anterior".
Está claro que en aquella guerra contra la URSS los insurgentes afganos recibieron fondos y armas de poderosos padrinos, empezando por EEUU y Arabia Saudí, mientras que ahora los talibanes sólo reciben financiación indirecta de fundaciones islamistas, y apoyo logístico de un sector de los servicios secretos paquistaníes. Pero no es menos cierto que las fuerzas soviéticas bombardearon implacablemente las poblaciones con una ferocidad (se estima que en sus nueve años de ocupación perecieron 800.000 afganos) que las tropas de la OTAN no pueden emular, por mucho que a menudo cometan también matanzas de civiles.
Así que antes de ordenar el envío de más tropas a Afganistán, Obama debería estudiar a fondo la experiencia de la URSS en ese agreste país imposible de conquistar. El jefe del Estado Mayor soviético, Nikolai Ogarkov, avisó hace 30 años a Leonid Brezhnev de que sus tropas quedarían empantanadas en el laberinto afgano y el mundo islámico en peso se volvería contra ellos. Nueve años después, con el Ejército Rojo en plena retirada, los niños de Herat apedrearon la columna de tanques soviéticos sobre los que íbamos, en repliegue desde Kandahar, unos cuantos periodistas occidentales.
Ojalá no despidan igual a nuestras tropas cuando llegue el momento de retirarlas.

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